Domingo, 23 de enero de 2011 | Hoy
Por Tamara Kamenszain
Las únicas lecturas que persisten son las que nos empujan a escribir. Sin esa relación íntima, casi secreta con lo que leemos, uno puede consignar un archivo de textos que le interesaron, armarse una biblioteca, pero lo
que no puede es dar cuenta de una elección antológica. Esa elección desinteresada, nada sujeta a cálculos, tiene un hilo conductor que la subjetividad irá tejiendo a lo largo de una vida. Pero no se trata sólo de gustos personales ni de modas de época y ni siquiera de circunstanciales militancias literarias. Atrás de todo eso, casi como un asunto de supervivencia, la marca de esas lecturas que nos urgieron a apropiarnos de ellas, a plagiarlas, a deformarlas, a transformarlas en materia prima para nuestra propia escritura, sigue insistiendo como si tuviera un origen genético.
En la década del ’60, donde sitúo mi propia iniciación literaria, encontrarme con cada uno de los diez poemas que elegí para este libro significó para mí un modo diferente de acceso a esa iniciación.
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