La selección de diez poemas (y –no olvidarlo– diez poetas) argentinos publicados en la década de 2000 cierra este libro. Me guiaron varias premisas para hacerla: 1) mi convicción de que la poesía trasciende la comunicación, el testimonio, la crónica y la anécdota, para convertirse en lenguaje, en voluntad de estilo (por eso la language poetry estadounidense acaba por ser un oxímoron), construyendo lo que llamo una “reserva” de la percepción, la emoción y hasta el léxico que estará allí disponible cuando todo lo demás no le sirva a alguien; 2) mi gusto por los poetas menos “canónicos”, si es que tal cosa existe, considerando canónicos a aquellos que la estética predominante de la época prefiere ungir como esenciales. Siempre me atrajo la figura del poeta menor o raro, personal, la voz privada que insiste en existir cerrándose a la imagen generalizada y al concepto dado por hecho, empeñando su percepción más honesta en el ámbito de su propia “pura realidad”, y 3) la idea de convertir dificultad en virtud y aprovechar el enorme margen de incertidumbre que implica elegir la poesía que se está escribiendo en el momento actual, y cuya inmediatez o escasa difusión la priva de consenso general. Ese hecho me permitió evitar repetir poetas –como Irene Gruss, Jorge Aulicino o Diana Bellessi– que, para mi tranquilidad, los lectores ya encontrarían en décadas anteriores, dándome la libertad de incorporar a otros antes no incluidos como Aldo Oliva, el único poeta fallecido de mi selección, o a Juana Bignozzi, que a mi entender merecen estar presentes porque responden con creces –desde diferentes perspectivas– a las dos primeras premisas enunciadas.