GLOSA
› Por Martin Kohan
Glosa es efectivamente, y evidentemente, una de las más notables novelas políticas que haya dado la literatura argentina. Lo es, y esto es lo más interesante, no solamente sin refrendar la confianza general de que la realidad puede ser representada sin obstáculos, sino poniendo severamente en duda esa confianza. Ya es sabido que el proyecto literario de Saer insiste en la corrosión de las certezas de la experiencia, de la verdad, de la transposición de lo real en el lenguaje: ya es sabido que su escrupulosa detención en los detalles tiene menos que ver con el efecto de lo real que con el efecto de lo irreal. Pero la constancia en esta empresa podría haber llevado a Saer más o menos lejos de los discursos de la verdad que tienen a la realidad como objeto privilegiado; por el contrario, y no por casualidad, es justamente allí, en el corazón de los discursos de la verdad, donde Saer aplica el discurso de zozobra de sus procedimientos narrativos: ya sea en relación con el discurso jurídico, en relación con el relato histórico, o en relación con el género policial (vale decir: ya sea en Cicatrices, en El entenado o en La pesquisa). Y en todos los casos, con un grado mayor o menor de intensidad o transparencia, lo hace en relación con la realidad política y sus lenguajes posibles.
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