> FRAGMENTO DE SU DISCURSO AL OBTENER EL PREMIO KLEIST EN 2010
› Por Ferdinand von Schirach
Un crítico literario dijo sobre uno de mis libros que es “casi admisible”, pero sólo “vida prestada” y por lo tanto “lo contrario a la literatura”. Es un punto de vista interesante. Casi siempre me plantean tres preguntas: ¿Todos pueden convertirse en asesinos? ¿Existe el crimen perfecto? Y: ¿Son sus historias realmente verdaderas?
Sí, todos pueden convertirse en asesinos; sí, existe el crimen perfecto y sí, las historias son verdaderas de punta a punta. Pero no son verdaderas porque corresponden a la realidad, son verdaderas porque son literatura. Imaginen un acta de cuatro metros de largo, miles de páginas de informes policiales, protocolos de interrogatorios, peritajes, fotos del lugar de los hechos. Imaginen setenta horas de proceso judicial. Y luego tomen un cuento corto. ¿Cuál es la verdad? ¿Cuál la realidad? ¿Una historia de apenas 15 páginas o un acta de cuatro metros? (...)
La verdad no surge de una reproducción total, surge de la formalización. Esto es así en la literatura y es así en un proceso penal. Un juez sólo puede evaluar las pruebas que no han quedado colgadas en el severo filtro del código de procedimiento penal. Sólo se escucha aquello que responde al derecho. Por lo tanto, no es la realidad lo que se reproduce en un proceso penal, sino sólo una verdad procesal, o sea una realidad formalizada. Un hombre mata a su mujer. No hay pruebas suficientes para su culpa. El policía desespera, luego se pone furioso. Amenaza con torturas, el hombre confiesa. En el proceso dice el juez que la confesión no puede ser utilizada. El abogado le aconseja al hombre callar. Al final el juez tiene que absolverlo: ante la ley, no es un asesino. Es decir que la verdad procesal no es la realidad.
En la literatura es parecido. También ella es sólo una verdad formalizada. El escritor escribe lo que escribe. Toma las palabras que estima adecuadas. Es su historia; o dicho de otra manera: el cerebro del escritor filtra como el código de procedimiento penal. Por eso es que una historia nunca puede ser una reproducción de la realidad. Es –análogamente a la verdad del proceso penal– verdad literaria. A sangre fría, de Truman Capote, quizá la mejor representación de un crimen, sería en opinión de nuestro crítico literario sólo “vida prestada” y “lo contrario a la literatura”. Lo curioso es que eso vale para la mayoría de los libros. La guerra y la paz, de Tolstoi; El hombre sin atributos, de Musil; París era una fiesta, de Hemingway; Cuando yo era un chiquillo, de Kästner... ¿Son todos éstos ahora libros de divulgación? También me gustaría saber cuánta “vida prestada” hay en Lolita de Nabokov. Como sea, le agradezco al crítico literario que me haya elevado, de forma completamente inmerecida, a semejante sociedad.
Qué hacemos con un concepto tal de la verdad, con la certeza de que no podemos distinguir la realidad. ¿Rendirnos? No, podemos seguir viviendo con eso, con la idea de que sólo podemos hacer teorías sobre la verdad. Podemos hacerlo incluso en el proceso penal, donde esta distinción se da de la forma más clara y sus consecuencias son las más tremendas. En una de mis historias, una mujer se acuesta una noche junto a una pileta. Mira las estrellas y piensa que hay millones de sistemas solares en esta vía láctea y millones de vías lácteas como ésta. Entremedio hace frío y está vacío. Por supuesto que, visto a la distancia, lo que hacemos es irrelevante. Vivimos un abrir y cerrar de ojos, luego volvemos a hundirnos, y en ese breve lapso no logramos ni siquiera lo aparentemente más simple: percibir la realidad como eso que es. Nuestra vida está llena de dudas, y para la mayoría la muerte es como mínimo una insolencia. Y en todo ello de lo que se trata es de nada.
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