› Por Julio Cortazar
Detrás y antes del exilio, por supuesto, está la fuerza bruta de los regímenes que aplastan toda libertad y toda dignidad en mi propio país y en tantos otros del continente. Gabriel García Márquez afirmó que no volvería a publicar obras literarias hasta que no cayera Pinochet; creo que afortunadamente está cambiando de opinión, porque precisamente para que caiga Pinochet es preciso, entre otras cosas, que sigamos escribiendo y leyendo literatura y eso sencillamente porque la literatura más significativa en este momento es la que suma a las diversas acciones morales, políticas y físicas que luchan contra esas fuerzas de las tinieblas que intentan una vez más la supremacía de Arimán sobre Ormuz, y cuando hablo de la literatura más significativa quisiera que se me entendiera bien, porque de ninguna manera estoy privilegiando la literatura calificada de comprometida, palabra muy justa y muy bella cuando se la usa bien, pero que suele ser para tantos malentendidos y tantas ambigüedades como la palabra democracia, e incluso muchas veces la palabra revolución: hablo de una literatura por todo lo alto, como diría un español, una literatura en su máxima tensión de exigencia, de experimentación, de osadía y de aventura, pero al mismo tiempo nacida de hombres y mujeres cuya conducta personal, cuya responsabilidad frente a su pueblo los muestra presentes en ese combate que se libra en América latina desde tantos frentes y con tan diversas armas.
Sé de sobra hasta qué punto este auténtico compromiso del intelectual suele ser mal visto en sectores preponderantemente pragmáticos, para quienes la literatura cuenta sobre todo como un instrumento de comunicación sociopolítica y en último extremo de propaganda; me ha tocado en la época en que escribí Libro de Manuel, el soportar el peor y el más amargo de los ataques de muchos de mis compañeros de combate, para quienes esa denuncia por vía literaria del cruento régimen del general Lanusse en la Argentina no tenía para ellos la seriedad y la documentación de sus panfletos y sus artículos, porque el tiempo, encarnado en aquellos lectores que compartían mi ilusión del verdadero compromiso espiritual, dio todo su sentido y su razón de ser a esa tentativa de convergencia de la historia y la literatura, como dará siempre la razón a los escritores que no sacrifiquen la verdad a la belleza, ni la belleza a la verdad (...)
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