Dom 20.05.2012
libros

Fundido en el cielo

› Por Liana Wenner

Esta entrevista a Mario Trejo quizás fue la última: murió a las 21 del domingo 13 de mayo en el Sanatorio Güemes.

Un puñado de amigos lo despidió en la tarde del lunes con un responso pequeño y sentido. En ese momento alguien dijo, de memoria, estas líneas de Trejo:

“En una sencilla pero emotiva ceremonia
Serán sepultados los restos de un país
Que fue mi mejor amigo

Chau juventud”

Uno de nuestros últimos modernos acababa de irse.

Pocos días antes, esta entrevista estaba escrita en presente: Mario Trejo va acercándose cada vez más a la leyenda. Al mito viviente.

Cuenta que nació en La Plata en 1926 y que es sobrino nieto de los hermanos Podestá, los creadores del circo criollo. Siendo casi un adolescente, en 1946, fundó junto al poeta y escritor Alberto Vanasco el HIGO club, que hizo los primeros actos de arte espontáneo –o happenings– en la calle Florida. Al poco tiempo, ejercía la secretaría de redacción de la revista Letra y Línea, órgano de la vanguardia argentina dirigida por el poeta surrealista Aldo Pellegrini. También fue uno de los mentores del grupo Poesía Buenos Aires.

Con Vanasco, en 1948, escribirán una obra teatral muy galardonada en la época y que fue precursora del teatro del absurdo: No hay piedad para Hamlet.

Durante el gobierno de Arturo Frondizi escribió guiones de ficción para Canal 7 de televisión, uno de los cuales ganó un premio Martín Fierro.

En 1957, becado por el Ministerio de Relaciones de Brasil, participó de trabajos del grupo Noigandres que integraron poetas concretistas como Décio Pignatari y Haroldo de Campos.

En 1964 recibió el Premio de poesía Casa de las Américas.

En distintos períodos tuvo a su cargo la sección Cultura y Espectáculos de la revista Primera Plana, que sentó las bases de nuestro nuevo periodismo. Para el Instituto Di Tella escribió, dirigió y actuó en Libertad y otras intoxicaciones (1967), obra tan polémica como exitosa que puso por primera vez en escena los temas de la tortura y la homosexualidad.

También fue letrista de Astor Piazzolla, Waldo de los Ríos y del trompetista italiano Enrico Rava.

En varias charlas (hechas también de silencios) con Radar en su casa de Almagro, fue contando partes de su larga, mítica historia.

“Mi primera infancia transcurrió en pleno centro de Buenos Aires, entre los ensayos de la orquesta de Julio de Caro y las actuaciones de Mistinguett y Maurice Chevalier. En casa: un piano, discos de toda clase de música y numerosos libros de autores argentinos, entre ellos Poemas para ser leídos en un tranvía, de Oliverio Girondo, Los Lanzallamas, de Roberto Arlt, y Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. Me crié en la cultura pero también en la calle, con potrero y barrio. La primaria fue en un colegio inglés y el secundario en el Nacional Buenos Aires, donde recibí una educación extraordinaria.”

Su generación es una de las últimas que se crió y educó sin televisión. Antes de la avalancha de la cultura de masas.

Trejo, apenas egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, empezó a ser lo que se dice un hombre de la noche y el bajo porteños. Unos años más tarde, sitios como el 676 –bar de tragos y música en la calle Tucumán, donde casi a diario tocaba su amigo Astor Piazzolla– y el Jamaica lo tuvieron de habitué.

“Fue en el 676 donde sonó por primera vez en Buenos Aires la bossa nova, en aquel disco grabado por Elizeth Cardoso y Joao Gilberto”, cuenta Trejo. Corría el año 1959 y el trago de onda era el Cuba Libre.

En el Jamaica, donde Jim Hall y Ella Fitzgerald se habían presentado para los groupies (after los grandes escenarios de la avenida Corrientes), conoció en rueda-de-amigos a Vinicius de Moraes. Mucho le habían hablado de él.

¿Quiénes le hablaban sobre Vinicius?

–Edgard Bayley y Juan Carlos Lamadrid (dos poetas también), siempre mencionaban a Vinicius. Lo conocieron cuando había publicado en Sur. Con él nos entendimos de inmediato y, por supuesto, no hablábamos de poesía aunque fui su primer traductor al español.

¿No hablaban de poesía?

–¡No! Estuve en los dos shows que Vinicius dio en el Opera en el ’68. Fue su debut aquí. Me lo pasé metido en el camarín, entre los músicos. Castro Neves (uno de los músicos que acompañó a De Moraes junto a Dorival Caymmi y Baden Powel) estaba excitadísimo. Yo no me imaginaba que podía pasar algo así. La gente pedía por el nombre las canciones. A Dorival lo llamaban por su nombre. Exigían tal canción con un conocimiento... Vinicius provocó la ovación más espectacular que recuerda un teatro de Buenos Aires: 25 minutos cronometrados a telón abierto.

A diferencia del Brasil, donde poetas como Ferreira Gullar y Vinicius de Moraes hicieron de vasos comunicantes entre la cultura erudita y la cultura popular al escribir poemas que luego ingresaron en la tradición de la MPB, en Argentina esta relación entre culturas no ha sido fluida. Pero hay un Mario Trejo que sí se atrevió. ¿Por qué pudo hacerlo?

–Porque me llevo bien con los músicos. Ellos saben qué es un ¡clan-clan-clan! Mientras que los poetas son puro pi-pi-pi... ¡Son de pacotilla!

¿Le hubiera gustado dedicarse a la música?

–¡Totalmente! Me gustaba imitarlo a Dorival Caymmi, de quien fui amigo y cantó para mí cuando estuve en su casa.

En su vida construyó un puente de circulación e intercambio incesante entre Buenos Aires y Roma, entre Buenos Aires y Madrid, entre Buenos Aires y Barcelona, entre Buenos Aires y Brasil; entre Buenos Aires y París durante cinco décadas.

–Así fue mi vida. Desde 1960 fui un nómade entre París, La Habana, Santiago de Chile, Barcelona, Roma, Budapest.

Son prueba de ello su labor de guionista y actor con el director Bernardo Bertolucci, el proyecto quimérico de hablar y escribir en una lengua franca hecha con una adición de palabras de muchos idiomas, de letrista para el trompetista Enrico Rava y la cantante Jeanne Lee, la edición definitiva de su obra poética bajo el título Los usos de la palabra (Lumen, Barcelona 1979), su amistad con el poeta beat Allen Ginsberg, sus traducciones y corresponsalías free lance en Europa y Medio Oriente, sus viajes a Cuba donde escribió el guión para el primer largometraje producido en la isla que, además, fue premiado en el Festival de San Sebastián.

¿Qué recuerda de Cuba?

–En Cuba recuerdo la jam session en la que escribí “El que dice por la boca”.

Siempre la música y la poesía juntas.

–Y también los encuentros con Ernesto Guevara. Aquella llegada a La Habana con el último avión previo a la crisis del Caribe, el premio Casa de las Américas que gané en 1964 del cual fueron jurados Blas de Otero, Heberto Padilla y Mark Schleiffer.

Amelita Baltar, hace muy poco en un local frente al parque Lezama, contó al público la historia de uno de los tangos que escribió para Piazzolla: “Los pájaros perdidos”. Parece que todo surgió a partir de un encuentro casual en Roma.

–Con Piazzolla éramos muy amigos ya desde finales de los ’50. En el ’71, estando yo en Roma, llegó Astor y me buscó para que le escribiera un tango. Pasamos una tarde en mi departamento, tocando él y escribiendo yo. De ahí salió “Los pájaros perdidos”, que grabó José Angel Trelles. Pero la historia del tema viene de antes. En un diálogo con un amigo, caminando por la playa de Villa Gesell donde había ido a entrenarme para la actuación en Libertad y otras intoxicaciones. Mirando los pájaros le pregunté a dónde iban a morir. El me dijo que no morían, que los pájaros se fundían con el cielo.

Además escribió para Piazzolla “Violetas populares”, grabado por Amelita Baltar, que tiene un tono muy distinto de los otros porque es más político, casi de protesta, y “Escándalos privados”, registrado por Trelles.

–¡Ese título, “Escándalos privados”, me encantó, pero aquí le echaron flit! Lo tocó el gran pianista Dante Amicarelli. El final es muy cruel, dice: “El amor no existe si el tiempo persiste”.

¿Qué escribió para Waldo de los Ríos?

–Un solo tema: “La tristeza y el mar”. Con él pasábamos horas escuchando a Ravel y Debussy.

Además están sus letras en inglés para el free jazz de Enrico Rava.

–También en Roma se produjo el encuentro con Enrico Rava, a través de Gato Barbieri porque tocaban juntos. Jeanne Lee, la cantante, y Rava me pidieron que escribiera canciones para ellos –por eso están en inglés– que incluyeron en su disco Quotation Marks y son “Short Visit to Malena”, “Quotation marks/naranjales” y “Melancolía de las maletas”.

Pienso en algunas cosas que podrían identificarlo, Mario: la poesía, el jazz, la noche, el tango, la bossa nova...

–¡Sí... Yo soy músico! Para los músicos lo soy porque tengo una oreja... y, de acá –señalando su corazón– soy músico. Yo me considero un músico de jazz.

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