El famoso chiste misógino que dice ¿cómo confiar en una mujer que sangra una vez al mes y no se muere?, podría, con ironía, contestar porque no se les reconoció que tenían alma hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI. Lo triste, y ya no con ironía, es confirmar que todavía hoy se siguen manteniendo estos prejuicios como verdades.
A doce años de comenzado el siglo XXI, el discurso sobre la mujer sigue siendo prejuicioso. A pesar de que la intención de la autora no sea sociológica, vale la pena preguntarse y reflexionar a partir de estos discursos populares quiénes lo siguen sosteniendo en la actualidad: ¿La psicología con el discurso del falo? ¿La epistemología con óvulos pasivos y espermatozoides activos? ¿La religión que dictaminó “parirás con dolor” y mandó a mujeres a la hoguera?
Sin embargo, en la literatura, bien aclara Ana María Shua: “Ninguno de los grandes escritores de ficción, desde Homero en adelante, mostró como seres inferiores a sus personajes femeninos. No es posible ser un gran escritor si no se está íntimamente consciente de la humanidad esencial, única, personal y diferente de cada uno de los personajes. Shakespeare creó a Ofelia, a Porchia, a Lady Macbeth y no pretendió que ninguna de las tres fuera la representación de La Mujer. Cada una de ellas es mujer a su manera”.
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