Domingo, 23 de diciembre de 2012 | Hoy
Por Adriana Hidalgo
Los días previos a este encuentro fue inevitable rememorar los antecedentes o los motivos que dieron origen a la editorial y para eso me remonté un siglo atrás, ya que precisamente en 1912 mi abuelo materno, Pedro García, un español que desembarcó en Argentina a fines del siglo XIX, fundaba en Buenos Aires la emblemática librería El Ateneo y al poco tiempo una editorial que resultaron relevantes en Latinoamérica.
Como mi abuelo falleció antes de que yo naciera, me imaginaba que la librería era su casa y cuando la visitaba, era una fiesta, ya que podía elegir cuantos libros quisiera. La librería me parecía majestuosa, tenía dos pisos y al ser los techos de doble altura, las estanterías que cubrían las paredes tenían adosadas escaleras móviles para acceder a los estantes superiores. Y lo mejor de todo eran los libreros encargados de cada sección, ellos eran magos que conocían todas las historias y los contenidos temáticos de los libros y además sabían exactamente dónde encontrarlos. Tras trasponer la puerta de entrada, a la izquierda, había un busto de mi abuelo a quien presentaba orgullosa cuando visitaba la librería con mis amigos de la infancia. Yo tenía un abuelo de novela.
Este universo de libros, que era tanto el objeto de la actividad laboral de mi familia, como fuente de placer y conocimiento, formaba parte de la vida cotidiana. Desde esos tiempos me une a ellos un vínculo amoroso.
Mucho tiempo después, en 1977, a comienzos de la última dictadura militar que arrasó el país, mi padre fue secuestrado y permanece desaparecido hasta el día de hoy. Este hecho incalificable e imposible de procesar internamente fue un hito que inauguraba un vínculo con el horror y requería, si cabe, una reparación, o una acción o actividad que propiciaran la ruptura del silencio y constituyera un homenaje. La fundación de una editorial era un camino posible, ya que conjugaba una tradición familiar para la que me sentía capacitada y un modo de expresión a través de la publicación de autores cuyas ideas y narraciones, su arte en definitiva, promueven el pensamiento y construyen conocimiento, requisitos indispensables para ser libres y tal vez contribuir aunque sea mínimamente a lograr un mundo más justo y menos violento.
Para finalizar agradezco nuevamente esta ceremonia y deseo celebrar el libro, ese objeto tan antiguo, simple y sofisticado que nos sigue convocando.
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