Domingo, 3 de febrero de 2013 | Hoy
> ¿QUIéN TE CREéS QUE SOS?, LA HISTORIA DE ANGELA URONDO RABOY
Por Susana Cella
En la lógica de los genocidas militares y cómplices civiles se vio la necesidad de la ablación –corte que separa y que recuerda un término cercano como amputación– para extirpar de los niños hijos de subversivos la enfermedad de sus padres, de modo que idearon como solución final, para combatir la mala semilla, una sana crianza que la destruyera. El plan fue uno y similar, pero se aplicó sobre una diversidad insoslayable, de ahí que cada una de las historias de chicos sustraídos tuvo y tiene sus señas particulares. Justamente lo que deshace un emparejamiento NN para revelar detalles y circunstancias que van en favor de la trabajosa re/construcción de las identidades robadas. No otra cosa muestran los numerosos y varios testimonios de quienes sufrieron ese destino.
Angela Urondo Raboy, hija de Francisco Urondo y Alicia Cora Raboy, encontró en la escritura la posibilidad de indagar y enfrentar su propia historia, arrostrando, con una energía que se evidencia en cada una de sus anotaciones, la enmarañada red de silencios, parentescos, poderes, instituciones, etcétera, involucrados en la parte que le tocó de este episodio de la historia argentina que, pese a todo lo que se ha hecho, sigue actuante, como efecto a largo plazo de las políticas del terror.
En medio de la conmoción de enterarse súbitamente de su origen e ir atisbando lo oculto y a veces sólo transitoriamente surgido en sueños (el libro incluye algunos), la respuesta fue una incesante indagación, según sus propios pasos y pareceres, registrada paulatinamente en un blog o en redes como Facebook, hasta estructurar un libro donde al tiempo que se van desgranando los hechos, desde un pasado que se remonta a antes de su nacimiento hasta el presente, se inscriben las huellas que todo eso dejó en sus sentires y razones aunados para vindicar afectos y cuestionar mitificaciones, hipocresías, formalidades legales u otros obstáculos, en un estilo de cuya elaboración dice cada frase, cada título, cada verso. Así, entre otras cosas, puede aparecer escudriñando algún término, tratando de exprimir sus más ocultos significados para sacar una verdad, en ese incontenible impulso que la habita por saber y por decir.
Para transmitir la experiencia no sólo acude a una disposición de fragmentos, sino que también suma y combina varios géneros discursivos –-relatos, cartas, citas de expresiones, dichos o cantitos cotidianos, diálogos, junto con reflexiones personales como entradas de un diario íntimo, y también sus propios poemas–.
Quizás una especie de tozudez sin prejuicios sea uno de los rasgos notables de un libro, de, a primera vista, extraño título (¿Quién te creés que sos?). Por una parte, es una frase que ella rescata (no la única), como respuesta rebelde, pero, además, podría sumarse otra inflexión: quién te creés que sos en tanto pregunta: ¿qué he creído acerca de mí?, ¿quién soy y he sido? Para acercar alguna explicación necesita forjar esa compleja trama que el libro exhibe y así dar cuenta de un andar/ desandar en el tiempo y los lugares claves, entre la vida y la muerte. De ahí que si bien hay una estructura y una división en partes –cierto ordenamiento de lo exterior hacia lo más íntimo–, prevalecen los retornos, el volver y re-volver de acaeceres y dichos en inseparable relación. Si la primera parte del libro, “Documentos (palabras inapelables)”, focaliza en el breve tiempo con los padres y la pérdida, por muerte, desaparición y secuestro, a través de recortes de diarios, declaraciones, cartas, fotos –un registro podría decirse más bien objetivo– la voz de Angela los atraviesa y acopia a su historia hasta afirmar: “No existe ninguna foto de nosotros tres juntos. Este es nuestro mejor retrato familiar, nuestro pulso, nuestra huella”.
Por otro lado, hablar de “inapelable” bien puede tener un matiz de ironía porque, sí, son esas palabras apelables en tanto reclamo (apelación) capaz de seguir desencadenando más palabras en las partes siguientes: “Palabras hacia afuera, palabra interiores y palabras nuestras”. Progresivo ahondamiento en este testimonio que deja escuchar ecos de múltiples voces (amigas, familiares, enemigas, discordantes), un escrito sin clausura, que pide, según Angela, “palabras que habremos de inventar si queremos decir algo nuevo, algo propio sobre lo que nos pasó, sobre lo que no nos ha dejado de pasar”.
En el recorrido por las “Crónicas”, “Conclusiones” y “Correspondencia” (las siguientes secciones de palabras), surge una constelación de fragmentos signados por reconstrucciones e introspecciones, des-cubrimientos en el sentido de sacar a la luz lo que se hallaba tapado. Ni lineales ni ordenados, se desenvuelven según los meandros del recuerdo y de lo hallado. En “Gracias y desgracias” queda condensado el conflicto de estar en una familia que no es la propia, que niega y silencia, que protege y desprotege, cuya verdadera cara quedará expuesta en el momento clave de la “Desadopción”, término que de no mediar el paradigma ablativo y desaparecedor, podría parecer insólito.
Fragmentos, retazos, o como ella diría, “pedacitos”, componen lo que algún pariente llamó su “rompecabezas” y no es poco significativa la palabra si se piensa en el modo en que Angela fue buscando piezas ocultas y colocándolas en el cuadro de conjunto, en la faltante foto familiar. El fragmento “Mamá” se arma como un collage de mensajes, diálogos y evocaciones de quienes la conocieron, de lo que surge una biografía donde queda manifiesta una actitud vital. En la genealogía que Angela va trazando parecen resonar aquellos versos de su padre que reafirmaban el amor a la vida. Precisamente desde la vida Angela ha buscado, piensa y se piensa, razona, conjetura, concluye o escribe una carta a sus padres.
El modo de andar ese camino de búsqueda pudo configurar un ritmo sincopado y tenso, donde en lugar de consignas vacías o golpes bajos sentimentales, está el puro sumirse, el entender, el sentir, el poner palabras a la pérdida ineluctable y al dolor. Nada fácil, desde luego, y sin embargo, logrado.
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