Mi cuerpo es como un saco surcado de hilos rojos
La habitación está oscura, mis ojos brillan débilmente
Me da miedo levantarme, noto por dentro
Algo blando, maligno, que se mueve.
Hace años que detesto esta carne
Que recubre mis huesos. De superficie adiposa,
Sensible al dolor, levemente esponjosa;
Un poco más abajo, un órgano se tensa.
Te odio, Jesucristo, por haberme dado un cuerpo
Los amigos se esfuman, todo huye, deprisa,
Los años pasan, se escurren, y nada resucita,
No deseo vivir y la muerte me asusta
Mi padre era un imbécil bárbaro y solitario;
Ebrio de decepción, solo ante el televisor,
Rumiaba unos planes frágiles y muy raros,
Su mayor alegría era verlos fracasar.
Me trató siempre como a una rata a la que perseguir.
La mera idea de un hijo, creo, lo asqueaba.
No soportaba pensar que le aventajase un día,
Solo por seguir vivo cuando él reventara.
Se murió en abril, gimiente y perplejo;
Su mirada delataba una cólera infinita,
Cada tres minutos, insultaba a mi madre,
Criticaba la primavera, hacía bromas procaces.
Al final, justo antes de acabar su agonía,
Una calma breve recorrió su pecho.
Sonrió al decir “estoy nadando en orina”,
Y después se apagó con un ligero estertor.
En la inmovilidad, el silencio impalpable,
Yo estoy ahí. Estoy solo. Si me golpean, me muevo.
Trato de proteger una cosa roja y sangrante,
El mundo es un caos preciso e implacable.
Hay gente alrededor, los oigo respirar
Y sus pasos mecánicos se cruzan sobre el enrejado.
He sentido, no obstante, el dolor y la rabia;
Cerca de mí, muy cerca, un ciego suspira.
Hace muchísimo tiempo que sobrevivo. Tiene gracia.
Recuerdo muy bien los tiempos de esperanza
E incluso recuerdo mi primera infancia,
Pero creo que es éste mi último papel.
¿Sabes? Lo vi claro desde el primer segundo,
Hacía algo de frío y yo sudaba de miedo
El puente estaba roto, eran las siete en punto
La grieta estaba ahí, silenciosa y profunda.
En un cine porno, unos jubilados cascados
Contemplaban, escépticos,
Los retozos mal filmados de dos lascivas parejas;
No había argumento.
He ahí, pensaba yo, el rostro del amor,
El auténtico rostro.
Algunos son seductores, y seducirán siempre,
Y el resto sobrevive.
No existe ni el destino ni la fidelidad,
Sólo cuerpos que se atraen.
Sin sentir ningún apego ni, desde luego, piedad,
Uno juega, y después destroza.
Algunos son seductores y por lo tanto muy amados;
Sabrán lo que es un orgasmo.
Pero hay tantos otros cansados y sin nada que ocultar,
Ni siquiera un fantasma.
Si acaso, una soledad agravada por la impúdica
Alegría de las mujeres;
Si acaso, una certeza: “eso no es para mí”,
Un oscuro y pequeño drama.
Con certeza morirán un poco desengañados,
Sin ilusiones poéticas;
Practicarán a conciencia el arte de despreciarse,
Será algo mecánico.
Me dirijo a todo aquel que nunca haya sido amado,
Que nunca supo gustar;
Me dirijo a los ausentes del sexo liberado,
Y del placer corriente.
No teman amigos, su pérdida es mínima:
El amor no existe en ninguna parte.
Sólo es una broma cruel de la que ustedes son víctimas,
Una jugada de experto.
La sociedad es quien establece las distinciones
Y los procedimientos de control
Hago acto de presencia en el supermercado,
Interpreto muy bien mi papel.
Asumo mis diferencias,
Delimito mis exigencias
Y abro la mandíbula,
Mis dientes están un poco negros.
El precio de las cosas y los seres se tasa por consenso
transparente
Donde intervienen los dientes,
La piel y los órganos,
La belleza que se marchita.
Ciertos productos con glicerina
Pueden constituir un factor de plusvalía parcial;
Decimos: “Es usted hermosa”;
El terreno está minado.
El valor de los seres y las cosas es generalmente de una precisión extrema Y cuando decimos: “Te quiero”
Establecemos una crítica,
Una aproximación cuántica,
Escribimos un poema.
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