Domingo, 31 de agosto de 2014 | Hoy
Por Juan Pablo Bertazza
Hoy el humor está sobrevalorado. Abundan revistas y diarios íntegramente dedicados al asunto, los desconocidos se olfatean y construyen sus primeras impresiones a partir de chistes y bromas, los noticieros se preocupan más por ser graciosos que por informar. Los políticos, los jugadores de fútbol, los músicos, los actores, las modelos y el ciudadano de a pie; lo que más quieren todos, más que nada en el mundo, es hacer reír –incluso mucho más que reírse–.
No está nada mal, claro, y es una respuesta lógica, quizás, a tantos años de ridícula seriedad, la reacción a tiempos de absurda sombra y, en definitiva, un fuerte impulso a salir para siempre de tanto terror. Pero también es cierto –y tampoco está mal decirlo– que en el intento de ser gracioso a toda costa se suele perder la gracia, que el humor no siempre es la modalidad más oportuna y, más importante aún, no todos tienen el don de hacer reír.
Rudy sí, y lo viene demostrando desde sus primeras colaboraciones posguerra de Malvinas en la invaluable revista Humor –casi lo único que hacía reír en épocas de dictadura– hasta sus performances bien actuales y frescas de stand-up en distintos ciclos como los de The Cavern en Paseo la Plaza.
Un humorista que, junto a Daniel Paz, viene haciendo el chiste de tapa de Página/12 desde el nacimiento del diario, y el de la última página de la revista Noticias desde 1989. Pero que, además, llevó su risa y su hacer reír a múltiples medios de comunicación: desde sus guiones para programas de culto –y masivos– como el de Tato Bores –sobre todo en aquellos diálogos telefónicos de Tato con el presidente de la Nación y el sketch del Sugira, Sindicato Unico de Giles de la República Argentina, con Hugo Arana, los primeros ciclos de Peor es nada y Canal K– hasta su dirección del hilarante suplemento Sátira/12.
Pero así como el humor hoy pretende estar en todas partes, algo parece estar cambiando en la vida y obra de Rudy: si su gracia mantenía cierto halo de misterio, enmascarada por su participación a través de guiones y monólogos, radio y medios gráficos, hace muy poco que Rudy, finalmente, dio la cara: no sólo en sus espectáculos, sino también en el marco del programa Mitomanías argentinas, por Canal Encuentro, donde por primera vez empezó a decir sus propios monólogos.
Es notable que los prestigiosos psicoanalistas que prologan Sigmund Freud. Vida y milagros, el flamante libro de Rudy –que ya cantó más de cuarenta publicaciones humorísticas a lo largo de su trayectoria–, lo hagan, casi sin excepción, con tanto amor como humor que, en el fondo, quizá sean lo mismo. Las razones son múltiples: la cantidad de años que lleva en el oficio, la cintura con la que su humor atraviesa formatos, épocas y formas de hacer reír (en ese sentido, su espectáculo Todo sobre mi diván, que ofreció en Clásica y Moderna, es un magnífico ejemplo), la inteligencia de sus propuestas y la tradición judía con la que enlaza su poética del hacer reír. Y a pesar de todo eso –o no tan a pesar–, da la impresión de que este libro marca un antes y un después en su carrera, que éste quizá sea el salto más grande que dio Rudy hasta ahora. No sólo por el mero hecho de que realizarlo le insumió tres agobiantes y divertidos años de investigación. Sino sobre todo porque su atípica biografía del padre del psicoanálisis sintetiza los grandes hitos de su carrera en el humor: una perspectiva corrosiva del mundo judío, una mirada lateral pero llena de lucidez sobre el psicoanálisis (“sus tiempos son aún más lentos que los de la Justicia”, concluye) y, en definitiva, una forma de revelar lo que el lenguaje no alcanza a decir ni siquiera con su deseo.
Si con este libro tan Monty Python Rudy no está inventando algo nuevo le pega en el palo: una biografía en clave de humor –el humor como idioma, como formato, como subgénero– no sólo para hacer reír sino también para desanudar misterios, como puede ser un simple cambio de nombre (“la ‘e’ y la ‘s’ en alemán quiere decir ‘eso’, o sea que cuando Segismund se convirtió en Sigmund perdió ‘eso’”, remata y explica Rudy).
A pesar de que hace rato no ejerce el psicoanálisis más que como paciente, no quedan dudas de que Rudy es uno de los que más profundamente entendieron aquello del chiste y su relación con el inconsciente.
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