Domingo, 13 de diciembre de 2015 | Hoy
Jueves 16 de julio de 1969
Querido Félix:
Es evidente, pues, que tendríamos que dejar de lado todas las fórmulas de cortesía, pero no las formas de la amistad que permiten que uno pueda decirle al otro: está usted diciendo pavadas, no entiendo, esto no funciona, etc. Decididamente Muyard [psiquiatra de la clínica de La Borde donde trabajaba Guattari, en análisis didáctico con Jacques Lacan, Jean-Pierre Muyard presentó a Deleuze y a Guattari y participó de los primeros intercambios de ideas que llevarían luego a El Antiedipo.] debería participar de esta correspondencia. Y por último no tendríamos que imponernos una regularidad forzada (puede que uno tenga otras cosas que hacer, o que necesite reflexionar o remitirse a un texto y no pueda contestar enseguida).
De lo que usted decía me quedo con esto: las formas de la psicosis no pasan por una triangulación edípica; o no necesariamente de la manera en que se lo suele formular, en todo caso. Me parece que eso es lo esencial. Porque en el asunto que nos ocupa a todos, marxismo y psicoanálisis, o economía analítica o verdadera “metapsicología”, o como quiera llamárselo, ¿por qué ni siquiera somos capaces de plantear el problema? Nos cuesta salir del “familiarismo” del psicoanálisis, del papá-mamá (el texto mío que usted leyó sigue siendo absolutamente deudor de todo eso). De modo que por un lado tenemos el problema familiar y por otro los mecanismos económicos, y pretendemos conectarlos fácilmente con la determinación de la familia burguesa, y antes de que podamos darnos cuenta ya estamos en un camino completamente sin salida (creo que no será difícil demostrar que Reich quedó atrapado en todo esto, y que fue eso lo que le impidió plantear el problema en el momento mismo en que lo descubría). Usted decía que no es seguro que exista esa pirámide “familia> sociedad> dios”. En otras palabras, en tanto pensemos que las estructuras económicas sólo tocan al inconsciente por intermedio de la familia y el Edipo, ni siquiera podremos entender el problema. Pues en ese caso sólo tenemos dos caminos: o bien complejizar el Edipo (e introducir un cuarto, etc.) o bien transformarlo en términos etnográficos. Una vez más, dos caminos sin salida. Toda esta parte crítica, creo que puedo imaginármela, al menos vagamente.
Se trata, pues, de mostrar cómo en la psicosis, por ejemplo, hay mecanismos socioeconómicos que pueden intervenir en crudo en el inconsciente. Eso no quiere decir, evidentemente, que intervengan como tales (como plusvalía, tasa de ganancia) sino algo mucho más complejo que usted abordó en otra ocasión, cuando decía que los locos no se limitan a hacer cosmogonías sino que hacen también economía política, o cuando consideraba con Muyard que hay cierta relación entre una crisis capitalista y una crisis esquizofrénica. Pero justamente allí todo se volvía más vago. ¿Cómo hace un esquizofrénico economía política? No simplemente haciendo un delirio reformista o utópico (como su ingeniero de La Borde); tampoco simplemente interpretando un mecanismo financiero o económico como una locura del mundo (como cuando Nijinsky explica el carácter diabólico de la bolsa); sin duda estos dos puntos son importantes y habrá que analizarlos en detalle, pero son síntomas de algo más profundo, del modo en que las estructuras socioeconómicas intervienen en crudo en el inconsciente psicótico (es allí donde quizás ocuparían un lugar esencial dos ideas suyas que todavía no conozco bien, máquina y antiproducción).
Tampoco quiere decir que la triangulación edípica o alguna estructura de ese tipo no tengan intervención alguna. Pero si he entendido bien, intervendrían más en el plano de las conclusiones que en el de las premisas, a la manera de un “de modo que se trata de tu padre”, “de modo que se trata de tu madre”, como si las posiciones parentales estuvieran determinadas como resultado de mecanismos de otra naturaleza, e incluso como un resultado parcial. Usted parecía ir incluso más lejos y aplicar eso mismo a la muerte, cuando decía que el problema esquizofrénico no era en absoluto un problema inmediato de muerte, sino que la muerte aparecía más bien cuando el esquizofrénico traducía sus mecanismos a un sistema de referencia extrínseco: “de modo que se trata de la muerte...” Lo que está en tela de juicio en todo esto es siempre la familia como mediación inconsciente generalizada, es eso lo que hay que criticar, porque es eso lo que impide plantear el verdadero problema (aun cuando se denuncie a la familia por burguesa).
(...)
Nada de lo que acabo de escribir es definitivo, eso es evidente, no hay nada que no exija múltiples matices y precisiones. Pero no hemos llegado a ese punto. Usted verá si hay algo aprovechable en una correspondencia de este tipo; yo creo que sí. Lo llamaré por teléfono cuando esté en París. No sé bien si esta vez me quedaré en su casa, pero es muy posible que sí, y me hace feliz que me haya confiado las llaves. Le avisaré, en todo caso.
Cordialmente,
GD
21/04/1971
Querido amigo,
Ah, llegó la hora, por fin llegó la hora. Había leído su libro enseguida, línea por línea, y luego lo releí. Hay un grupo en Vincennes que está trabajando sobre el artículo sobre Fourier y La moneda viva. Creo que los dos textos representan no un giro sino una nueva figura en su obra, y que su crítica fundamental de la identidad es extraordinaria; ahora usted hace derivar la identidad de Dios y del Yo hasta el objeto fabricado, y hasta las instituciones (en este punto, muchos fragmentos que ya me habían entusiasmado en El círculo vicioso despliegan aquí todas sus consecuencias). Usted introduce el deseo en la infraestructura, o, lo que es lo mismo, al revés, usted introduce la categoría de producción en el deseo. Creo que es algo de una inmensa importancia, pues es 1) la única manera de salir del paralelismo estéril Marx-Freud, Dinero-Excremento, etc., todas esas tonterías; 2) la manera de tener éxito allí donde Reich, pese a su genialidad, fracasó (porque él también se quedó en el plano de una crítica de las ideologías, sin ver el punto de inserción de las pulsiones en la infraestructura).
Una vez más, estoy con usted. (Es preciso que me ponga a trabajar sobre Keynes, pues creo, como usted me sugiere, que descubre una extraña relación entre el deseo y la moneda.) Hay en su trabajo muchas cosas que pueden sacudir el doble inmovilismo marxista psicoanalítico, incluso de hacerlo explotar, lo que sería una alegría. Quisiera que su amistad me disculpara por el tiempo que me tomé en escribirle. Trabajo todo el tiempo en nuestra esquizofrenia con Guattari, y sentirme siempre tan cerca suyo en lo que hago hacía que cada día postergara el momento de comunicarle mi entusiasmo. Y me sentía muy sacudido, Vincennes tiene una vida muy intensa. Felizmente pronto habremos terminado el libro; deberá usted tomarlo por lo que es, una continuación de su trabajo.
La relación entre el texto y las fotos en La monnaie vivante es lo que llamamos “metapsicológica”. Los dos participamos a usted de nuestra admiración, nuestra muy profunda admiración (permítame llamarlo por teléfono pronto, me hará muy feliz verlo).
Gilles Deleuze
(fines de 1970)
Querido amigo:
Así es como veo yo las cosas: para mí usted es el que, de nuestra generación, está haciendo una obra admirable y verdaderamente nueva. Yo me veo a mí mismo más bien como alguien lleno de “cositas” buenas, pero todavía amenazado por demasiados pedazos que siguen siendo escolares (es algo que quizá se acabe con la esquizofrenia, pero no estoy seguro). Me pasa a menudo que coincido con usted, que pienso algo parecido a lo que piensa usted, que emprendo una tarea análoga, o lo que más suele pasarme es que algo que usted ha escrito, de golpe, me hace avanzar. Y he aquí que escribe usted un texto en el que dice que lo que yo hago le parece admirable: no puedo decirle lo contento que me pone, imagínese. Y lo dice usted tan bien, con esa fuerza y ese estilo suyos, que lo creo. Pocas cosas me han dado tanto placer como leer eso esta mañana (y tengo la impresión de que no es por simple vanidad). Es un texto maravilloso. Tengo a la vez la sensación de que me comprende plenamente y que al mismo tiempo me supera. Es un sueño, pues. Me gusta particularmente: lo que dice usted de la historia de la filosofía como fantasmática, de la contraposición con la fenomenología, las tres teorías del acontecimiento, el funcionamiento del concepto, las páginas sobre Bouvard et Pécuchet, el fragmento tan hermoso sobre las drogas, todo el final sobre el retorno. Pero sobre todo está ese “tono” suyo que le da a todo eso algo extraordinario. Lo llamaré por teléfono hacia el fin de semana, reciba usted toda mi amistad.
GD
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