Domingo, 21 de febrero de 2016 | Hoy
Para la familia real, para la familia que existe en la dolorosa realidad de la vida, ni una consideración, ni un respeto; cada puntapié que pueda dársele es una buena obra. Creo yo también que la especie humana tiene reminiscencias canallescas; pero el ambiente doméstico me parece que es el que más amorosamente lo educa y mejor coopera para que resucite la bestia humana. Si la familia pudiese vivir en la calle, bajo la escudriñadora mirada de la sociedad o, como dijo no sé quién, en una casa de cristal, podría tal vez atenuar un poco su ferocidad, su vileza, su corrupción. Pero la palabra humana encerrada dentro de la familia tiende a aislarse en la caverna, en la cabaña, en el tugurio, en el palacio, donde puede. Y el sagrario doméstico, el inviolable santuario de la familia, el secreto gineceo se convierte en el subterráneo de la santa inquisición, en la celda secreta de la Bastilla. Las peores brutalidades están allí dentro, porque quedan veladas e impunes.
Si eres anarquista, oh muchacha, traspasen las miradas las paredes de tu casa y ensancha tu corazón. Ve en tus hijos e hijas a todos los hijos e hijas de los hombres. Nosotros los anarquistas queremos que a todos lleguen estas mismas ideas para que todos saquen las mismas ventajas y para que todos sean redimidos. Nosotros queremos que todos tengan la libertad de pensar, el tiempo de pensar y los medios que ayudan a pensar. No más catecismos, ni biblias, pero si espontaneidad, observación y crítica. Nosotros queremos que cada uno escoja su trabajo y sea dueño de él en todo el ámbito de la actividad social: queremos sea abolido el mercado de la carne, desmonarquizada la familia, equilibradas las razones económicas del trabajo y de las recompensas; que sean dados a la juventud los placeres del amor. Pero para llegar a esto es inevitable una revolución que no deje piedra sobre piedra del actual organismo social, cuyas partes se compenetran y combinan en un todo homogéneo y se resuelven en la insolente orgía de unos pocos, a costa de las angustias y de los martirios de los muchos.
No debemos respetar esas pretensiones de gente que queriendo vivir después de muertos, quieren tener derecho a todos los bienes, cuando ya no los necesitan, disponer después de su muerte de cosas que ellos no tenían derecho, sino según sus necesidades durante su vida. Y si vosotros me decís que ellos tenían derecho de disponer, porque eso ha sido una parte economizada del producto de su trabajo, yo os responderé que si ellos no han consumido todo el producto, es porque han podido dispensarse de él; sino tenían necesidad, no tenían derecho y por consiguiente no podían disponer de vuestro favor, ni cederos derechos que ellos no tenían. El derecho cesa donde acaba la necesidad.
Lo mismo que si me decís que tal cosa es vuestra porque lo habéis comprado, yo os responderé que aquellos que os la han vendido no tenían derecho de vendérosla. Ellos tienen el derecho de disfrutar según sus necesidades, como nosotros según las nuestras. Ellos tenían derecho de disminuir su parte de goces y de vida, pero al nuestro; y no debemos respetar transacciones que se han llevado a cabo contra nuestra voluntad, en nuestro prejuicio y contra nuestro derecho. La naturaleza nos dice: toma y no, compra. En toda transacción hay un ladrón y un robado. El uno saca provecho de ella, mientras el otro queda lesionado. Mas si cada uno toma según su necesidad, ninguno será el lesionado, atendido a que teniendo cada uno según su necesidad, tendrá todo lo que le corresponde a su derecho. La transacción comercial es ciertamente una de las primordiales causas de corrupción para la humanidad.
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