Domingo, 8 de mayo de 2016 | Hoy
Por Tununa Mercado
La casa de las novelas que se adocenan en nuestra biblioteca tiene las paredes cargadas de cuadros que ilustran, de cortinas que se descorren, de gente que entra y sale defendiendo su lugar o pidiendo que le otorguen otro, disputando una trama, un nudo que lleve a un desenlace; en ella se almacenan temas y las ilaciones están previstas. Los habitantes de esa casa sienten la oquedad de sus diálogos, quieren salirse de una “narratividad” moldeada y previsora.
Se impone ahora decir: “De pronto, inesperadamente” se abre un pasadizo que lleva a un nuevo orden de sentido. El gran plan no tiene previsto un lugar en nuestro registro, paulatinamente se despliega como forma abierta, generará interlocución sólo en el ámbito subjetivo de un “Ella” que carga sobre sí toda la textualidad del conflicto. El hilo que nos conduce no nos retiene en diálogos, el envoltorio que ata es la “subjetiva” de una mujer narrada en sus desvelos amorosos que por su intensidad anticipan pérdida y dolor. Se percibe el incendio. Ella está aislada en un absoluto, condición que sólo puede deparar el amor cuando quema hasta borrar al otro. Desde luego, el hilo que nos conducía no atará uniones reparadoras. El amor parejo –de pareja– se rompe; un tercero, triangulado en el tres de toda relación amorosa, irrumpe, rapta y huye con su prenda. Un amor de infancia, lejana promesa, se cumple. La escritura de ese amor explora, se detiene, por imperio de la intensidad del acto tiene que salirse del Ella con que narraba para ir a un nosotros: “éramos un solo cuerpo”, por necesidad de ahondar, de decir desde un yo que se adentra. Las figuras del amor que el hilo cose se tensan por exceso. Necesitan aire; la morosidad de la entrega cuyo destino será un implacable final, crea un Otro –Otros– fuera del circuito de los amantes. Es sabia esa irrupción: historiza el novelar de Paula Pérez Alonso, enmarca la noción de su fuga, de su línea de fuga; el hilo se anuda en situaciones diversas, individualiza espacios narrativos y rodea un círculo prometedor: el desierto. Un Atacama que trae a un presente la escena mítica de una comunidad que otrora habrá existido y ahora está encarnada en sujetos que buscan paliar soledad, cumplir designios, descubrir. La mirada entra a jugar para enriquecer el texto y las tareas de cada uno, para crear paisaje, entorno, suelo, instancias que todo relato tiene que desplegar para mullir y acoger el arraigo momentáneo de personajes que ha unido la circunstancia. La narración acopia, despliega, “pinta” el entorno. “Ella” parece haber anclado. Pero ningún reflejo permite pensar que la materia narrativa va a levantar dique de contención. La fuga crea una zona de nadie: Ella, como Wakefield, se mandó a mudar, su amante, que la había raptado, desaparece y Ella cubre su cielo con el arnero de unos compañeros de ruta.
Narrar la fuga, las fugas, tiene su correlato: la búsqueda, y un plan para ejecutarla. Un gran plan que de antemano surge con un designio de acumulación de datos sobre el objeto perdido. La idea es poética. Los poemas que bajan a las páginas son el legado de toda la melancolía que atraviesa la poesía que canta y celebra el amor en todas las lenguas. La idea es también filosófica: el escepticismo de los espíritus que no apuestan a ningún triunfo y son capaces de perderlo todo menos la libertad. “Ella”, nuestra “heroína”, abandónica y abandonada, pudo perder todo pero si hay un rastro que nunca habrá de borrarse ante sus ojos es el de su padre. Dramático derrotero, buscar al padre que también se borró y quien, paradójicamente, entregará su vida a la búsqueda de un hombre cuya figura seguirá y cuidará como sigue y pondera un lebrel a su amo. Ya hay otros abandonados en la obra de Paula Pérez Alonso. En Frágil, Bruno cuenta que no vio más a sus padres. “Nunca quisieron volver a verme. Al principio pregunté un par de veces a mi abuela y ella me dijo que se habían ido de viaje. Como ella no los mencionó mas, decidí dejar de pensar en ellos” (…) Siempre había querido ser invisible para los demás”. Sin contar con que esa abuela lo abandona después de someterlo a una circunstancia traumática. Allí también hay un “dos” que se quiebra, Bruno y Celeste; “una enorme ansiedad lo desprendía de todo; la nada inhóspita se hacía más deseable que el momento de enfrentarse con el otro”. En agua en el agua, Hanifa y Vlad, jóvenes fugitivos serbios han huido de la casa paterna y materna queriendo “unir libertad con voluntad” en el trayecto que iniciaban. Quien los protege y se convierte en su tutor es un “autoexpatriado” que ha hecho del tren su lugar y su tiempo. La fuga es crucial en el tramado narrativo y termina por ser para Paula Pérez Alonso un andamiaje espiritual generador del conflicto, el nudo que al desatarse instaura la línea del relato.
Otra casa de novela, se levanta en el lugar de la que por costumbre e inercia habitábamos. En ella hay espacio y luz para desplegar el gran plan y llevarlo a cabo. No queremos salir de ella pero si tuviéramos que dejarla, su texto, su relente poético, la perfección de su trazado, quedarán en la literatura de este tiempo.
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