Dom 01.06.2003
libros

Arlt reloaded

POR ALEJANDRA LAERA

“La gente compra la mercadería y cree que es materia prima”, escribió Roberto Arlt en un aguafuerte de 1930 refiriéndose a la gran cantidad de libros que se publicaban por entonces y a su dudoso valor. Afortunadamente, la escritura del propio Arlt ha resistido como pocas la empresa que editores y antólogos han llevando adelante con sus textos, guiados por un criterio no siempre definido y aun confuso. La “materia prima” justifica con creces su oferta indiscriminada como “mercadería”.
A los tres tomos de sus Obras completas (Fabril, 1963), que sólo incluían las novelas y los libros de cuentos, y a los dos tomos de Teatro completo (Shapire, 1968), todos preparados por su hija, la crítica Mirta Arlt, se le fueron sumando, en la misma década, algunos volúmenes de aguafuertes que complementaban el único compilado en vida del autor. En 1981, dos acontecimientos volvieron a establecer, al menos provisoriamente, el corpus arltiano. Uno fue la edición en dos tomos de las Obras completas que publicó Lohlé, con prólogo de Julio Cortázar. El otro fue la compilación de aguafuertes porteñas que llevó a cabo Daniel Scroggins para ECA, en la que incluía un relevamiento de las colaboraciones en El Mundo hasta 1933. Cuando en la década del noventa, a cincuenta años de su muerte, expiraron los derechos de autor, empezaron a proliferar volúmenes que recogían los inéditos en libro y que se sumaron a dos escuetas selecciones de cuentos preparadas por Mirta Arlt y Omar Borré en los ochenta.
La ocasión había sido esperada intensamente: era la posibilidad de ampliar el conocimiento de la obra de Arlt en el marco de su actividad como escritor profesional y de ofrecerlo desde una perspectiva que mostrara los fuertes lazos entre la ficción y el periodismo, aspectos en general acallados por el control de la hija, heredera definitiva de las dos terceras partes de su obra tras el controvertido juicio con la viuda en segundas nupcias que tuvo lugar a lo largo de 1966. Entre todos esos libros, cabe destacar las antologías de aguafuertes preparadas por Sylvia Saítta, que Alianza, Simurg y Losada publicaron entre 1998 y 2000, las ediciones más rigurosas dedicadas a la participación de Arlt en la prensa. En cuanto a la ficción, la imprescindible publicación de los Cuentos completos (Seix Barral, 1997), acompañados por las prolijas notas de Borré y por un prólogo de Ricardo Piglia que es casi un clásico.
Esta apertura encuentra un nuevo escollo cuando en 1997 el plazo de vencimiento de los derechos de autor se extiende, en la Argentina, a setenta años. En ese punto, en el que los intereses personales se imponen a una necesaria discusión sobre el patrimonio y las políticas culturales, la obra de los escritores muertos pasa a depender, casi exclusivamente, de la negociación entre editoriales y herederos. Éste es, en parte, el telón de fondo del proyecto de las ahora modestamente llamadas Obras de Roberto Arlt, que ha encarado la editorial Losada y de las que sólo se conocen los primeros tomos. El tomo I, regido por el criterio de las “obras completas”, reúne todas las novelas. El tomo II, prologado eficazmente por David Viñas y dedicado a la conflictiva producción periodística, respondería en cambio a las “obras escogidas”, ya que sólo recoge aguafuertes previamente recopiladas (transcribiendo incluso, sin indicación expresa pero con los mismos títulos y notas, losdos volúmenes que ya editara Saítta).
Tras observar las ediciones más recientes (las notas de la sección “Al margen del cable” inexplicablemente levantadas de un diario mexicano que las tomó parcialmente de El Mundo, y la reedición de los Cuentos completos hecha en España por Losada, esta vez con prólogo del escritor Gustavo Martín Garzo), resulta evidente la falta de un criterio coherente o un proyecto definido para publicar la obra de Arlt en el mediano plazo. En cambio, parecen prevalecer las oportunidades del mercado, la coyuntura editorial o el azar de la investigación. Claro que, y vale la pena insistir en eso, la escritura de Arlt sale indemne de tantas pruebas de imprenta. O como diría tal vez él mismo: “El resto es papel”.

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