La Ciudad les comunicó por nota a los vecinos que no se hace el proyecto de peatonalización. Un caso ejemplar de hacerse escuchar y de terminar escuchando.
› Por Sergio Kiernan
Si 2008 es recordado como el año en que los vecinos ganaron la batalla para que les hagan caso, la etiqueta será simple justicia. Resultó que las ONG y grupos que se movilizaron para preservar el patrimonio y cuidar el espacio urbano aprendieron a tocar las cuerdas correspondientes. Fue una mezcla de asistencia a audiencias públicas, diálogo con funcionarios y legisladores, presencia en los barrios y amparos judiciales. El actual gobierno porteño, a su vez, resultó menos sordo, mudo y presumido que el supuestamente progresista de Ibarra-Telerman, y aprendió a aflojar. Ya es evidente que si los vecinos se alzan, el macrismo no va a forzar un enfrentamiento. O al menos no lo va a hacer por un tema de patrimonio.
El último día laboral de diciembre esto quedó tan claro que hasta quedó por escrito. El 30 de diciembre uno de los vecinos del barrio Segurola recibió una cédula de notificación de la Ciudad en la que le avisaban en negro sobre blanco que iban a dejar al barrio en paz.
La historia de esta cédula que llegó a la calle Mataco, allá por donde termina Floresta, empezó el año pasado en la otra punta de la ciudad. Fue con el tontón proyecto de peatonalizar la calle Defensa, la clase de cosa que sólo se le ocurre a un funcionario nuevito con demasiados libros de urbanismo en la cabeza. El proyecto consistía en crear un largo “living urbano” en Defensa, de Plaza de Mayo a Parque Lezama, vedándolo al tránsito excepto para los residentes con garaje. La cosa venía con bolardos, farolitos nuevos, bancos, algún árbol y, lo que irritó como nada, la nivelación entre calzada y veredas, que pasarían a distinguirse por sus texturas, nada más.
El proyecto era una tontería, pero lo que detonó la protesta fue que era una tontera inconsulta: los vecinos de San Telmo se enteraron por los diarios. Ahora parece de una ingenuidad palmaria, pero los autores del bodrio posaban con cara de quien espera que lo feliciten y aplaudan. En el curso rápido de realidad que es la política municipal, rápidamente se encontraron enfrentando vecinos enojadísimos, amparos y protestas, y se desayunaron con que tendrían que haber consultado a sus abogados antes: el gobierno porteño no puede peatonalizar nada por decreto. Mientras contaban votos –y se enteraban de que los propios no querían votar algo tan impopular y los demás ni querían hablar del tema–, los funcionarios tenían que salvar el proyecto, que ya estaba preadjudicado. Ahí entra el barrio Segurola.
Un buen día de primavera, los vecinos de esa zona de agradables pasajes, tranquila y bien barrial, se encontraron con que les llegaron unos volantes anunciando obras. El Segurola es lo que se llegó a construir de un brillante proyecto de vivienda popular de la década del veinte, de los que cortaban el ejido tradicional en manzanas más chicas y creaban casas regulares, de baja altura. El resultado, y hay varios en esta ciudad, es una cuadrícula de callecitas mansas, de circulación más vale lenta y que gritan “¡residencial!” sin necesidad de carteles. Los vecinos leyeron los volantitos y rápidamente entendieron que les estaban encajando el proyecto de la calle Defensa.
Después de una primera asamblea en la plaza Banderín, los vecinos volaron a la Legislatura a hablar con la diputada Teresa de Anchorena, que ya estaba ayudando a los vecinos de San Telmo. Las semanas siguientes se pasaron en audiencias, reuniones y asambleas.
Lo que terminaron entendiendo los funcionarios, con el ministro de Desarrollo Urbano a la cabeza, es que estaban fabricando opositores donde no los había. El barrio Segurola súbitamente tenía una asamblea para oponerse al “progreso” que les traía el gobierno, asamblea que le decía en todos los tonos a los funcionarios que los vecinos se consideraban damnificados e iban a pelear contra las obras.
El 30 de diciembre, uno de los vecinos de la asamblea recibió la notificación que acompañaba una nota enviada por el director general de Proyectos Urbanos de Aquitectura, Miguel Ortemberg, a la Dirección General de Coordinación Institucional y Comunitaria. Ortemberg le comunicaba a su colega, el también arquitecto Vela, que se bajaba del caballo, y Vela les giraba copia a los vecinos del Segurola para que se dieran por enterados. La nota es ejemplar por su claridad y comienza explicando que fue Proyectos Urbanos de Arquitectura que creó el proyecto “de mejora del Barrio Segurola”. Luego, Ortemberg escribe que “días atrás se realizó una reunión con personal de la Dirección General de Coordinación Institucional y Comunitaria y vecinos del barrio. En la misma se expuso el proyecto y la amplia mayoría de los allí presentes se manifestaron en contra de la realización de dicha obra”. Y la conclusión es palmaria: “Por lo tanto, esta dirección informa que el proyecto pensado para el Barrio Segurola queda sin efecto”.
¿Hace falta ser más claros? La peatonalización de espacios públicos con esos farolitos chinos –literalmente– se banca en los no-lugares de la ciudad. Nadie se opuso a la cortada Tres Sargentos, al fragmento de Reconquista o al pasaje Discépolo, partes del centro de la ciudad que se caracterizan por tener tanta o más población de paso que permanente. Se puede cuestionar el patente mal gusto de los mobiliarios elegidos, pero la idea de crear espacios de pausa en la sobresaturación del centro no es mala en sí. Pero San Telmo o el Segurola son otra cosa, barrios con realidades distintas y vecinos permanentes que tienen otras agendas.
Y hablando de San Telmo: ¿podrá el Ministerio de Espacio Público dejarse de macanear hablando de lúmenes y entender de una buena vez que infringe la ley poniendo columnas de alumbrado en la APH 1?
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