Sábado, 31 de enero de 2009 | Hoy
Son minoría en el diseño industrial y tuvieron que enfrentar desde hábitos culturales hasta prejuicios. Un diálogo con tres que se abrieron camino en un mundo que supo ser de hombres.
Por Lujan Cambariere
“Soy mujer y estudio diseño industrial” avisa un grupo en el Facebook. Son chilenas e invitan a encolumnarse a todas aquellas que “se hayan quitado el esmalte de uñas con diluyente a la Piroxilina, no le tienen miedo a la sierra circular, el torno ni la fresadora, saben que no tienen caspa sino aserrín, tienen su ropa manchada con pegamento de contacto”. Y la que más me gustó, “se secan el pelo con pistola de calor”. Entre otras coincidencias que invitan a comentar a las que quieran sumarse a un grupo, que por lo menos hasta hoy, aunque en la universidad se esté revirtiendo la cosa, siguen siendo franca minoría. Ya que además, por una cuestión de género o de cantidad, mantienen el perfil bajo. O al menos el mediático, ya que a la hora de meterse en las líneas de producción de una fábrica o en talleres de todo tipo, dominios también del varón, no titubean.
Hace unos años nos ocupamos desde m2 de abrir el debate sobre esta minoría creativa y hoy, tiempo después, volvemos a la carga con testimonios de tres profesionales que trabajan para la industria, se dedican también a la docencia y si bien nunca se lo plantearon como tema, no tuvieron problema en reflexionar sobre la situación de la mujer en su profesión regalándonos más de una curiosa anécdota para engrosar la lista de las chilenas: “Si de chica cambiabas las Barbies por los Legos, si en vez de vestir muñecas preferías hacerles su casa, utilitarios y objetos, si pensaste en la arquitectura como opción hasta que descubriste algo llamado diseño”.
María Mata, zapatera
Ese apellido potente algo tiene que haber influido para el huracán rubio que es hoy, sentada en una mesa de una casa chorizo de Palermo con su computadora portátil y teléfonos varios, entre envíos inminentes de Fedexs, moldes y muestras de cueros. Según sus compañeros de facultad que orgullosos la recomendaron, María es la reina del calzado. Con toda una trayectoria en el rubro, por más que araña los 33 años, y paso por las marcas más importantes. Desde Prego –donde se inició a los 20–, pasando a otras que ahora provee y asesora, desde su propia empresa.
–¿Antecedentes?
–Tengo una familia muy artística. Mi papá hacía televisión, mi mamá pinta y yo sabía que quería estudiar algo de diseño desde siempre. Así que fui rotando de gráfico, arquitectura, hasta que descubrí industrial, que era de los diseños el que tenía una ramificación más interesante y se pega con todos las demás. Ya en el colegio me gustaban mucho los números, matemática, física, la parte más dura.
–Cuando empezaste la carrera, ¿recordás el porcentaje de mujeres y hombres que había?
–Cien varones y cinco mujeres. Aparte cursé a la noche y en esa época te cortaban la cabeza, así que empezamos 120, el práctico final lo hicimos 15 y aprobamos 5.
–¿Hubo cosas que te costaban más?
–Tecnología. Pero no es que me costaba más, porque estudiaba y me iba bien, sino que le tenía ese temor o cierto prejuicio. Porque además, por ejemplo, venía el profesor directo hacia nosotras y decía: “Bueno, chicas, esto es una caja de cambios”. Y obviamente venía a explicarlo a una mesa donde había mujeres, no les iba a explicar a los chicos cómo era una caja de cambios de un auto. Esas cosas pasaban.
–¿Prejuicio absoluto que las mujeres no se llevan con la tecnología?
–Sí, es más cultural. A mí de chica me gustaba desarmar cosas. Jugaba con las Barbies pero en realidad no jugaba. Les armaba el edificio, la estructura, pero después no jugaba. Jugar con la Barbie en sí me parecía aburridísimo. Era más de Legos, Playmobil.
–¿Y en lo laboral?
–En mi rubro no me afecta, porque hace diez años que trabajo de esto. Me siento con cualquier operario y le indico cómo hacer las cosas y está todo bien. Pero la primera mirada es discriminatoria. A mí me pasó que empecé a trabajar en fábrica muy chica, a los 20, e iba directo de la facultad con remeritas cortitas que se usaban entonces, y un cortador en el depósito se me tiró encima para darme un beso y me agarró un ataque. Lo dejé encerrado en el depósito con llave y cuando le fui a decir a mi jefe, el dueño de la fábrica me contestó: “Y, son todos hombres. Vení vestida con ropa más holgada”.
–¿Y cómo llegás a especializarte en calzado?
–Tuve que salir a trabajar desde chica. No era especialmente fanática de los zapatos, aunque a todas las mujeres nos gustan, pero tenía claro que quería trabajar en una industria nacional. Así di con Prego. El dueño de la fábrica es arquitecto y pegué re buena onda. Al poco tiempo, ya hacía de todo: atendía clientes, aparadores (los que cosen las partes), organizaba la producción, todo. Estaba fascinada. En realidad no me puse a dibujar nada, pero todo el tiempo estás tomando decisiones de diseño. De ahí pasé a trabajar para Paula Cahen Accesorios. Otra experiencia increíble, a la semana viajando a ver fábricas en Brasil para manejar las producciones que se hacían allá. Me iba a la facultad con la valija. Inyección directa, vulcanizado, todo lo que puedas imaginar. Líneas de producción eternas. Llegaba y se me caía la baba. Hasta que llegó el turno de abrirme sola, que si bien es un esfuerzo enorme, tiene el enorme beneficio de que soy yo quien toma las decisiones. Produzco accesorios, calzado y carteras para diferentes etiquetas –Jazmín Chebar, María Cher–, desarrollo proyectos especiales que me llenan de orgullo, como una colección especial para la BAF Week de cuero calado para Laura Valenzuela. Ahora estamos presentando un desarrollo, la bandolera Oso, con Valeria Pesqueira, una cartera que compró el MOMA termoformada y forrada en cuero. Tengo mi empresa, reuniones con el contador, idas vueltas al banco, un trabajo siempre contra reloj, cien por ciento diseño industrial, aunque muchos, de nuevo la discriminación, me digan que hago indumentaria, porque para hacer desarrollo tomo todas las decisiones que otros no toman.
Vera Kade, packaging
Aunque ahora forme parte de un trío con el que ostenta su propio estudio (BCK ID junto a Javier Bertani y Ezequiel Castro), a sus 28 años Vera pasó por casi todas las instancias posibles. Trabajo en relación de dependencia para la empresa Unilever en desarrollo de envases; en un estudio, Brion, donde eran todos varones y, según ella, tuvieron que modificar algunas costumbres para recibirla, haciendo identidad corporativa y diseño experimental, y ahora con dos compañeros de la facultad con los que desarrollaron una multipremiada cocina solar para camping (Innovar, Index, Red Dot) hacen desde desarrollo de envases para Centroamérica, maquinaria para el agro y ganan concursos, como el reciente de Personal, donde se alzaron con el primer premio por sus Anillos de Colores.
–¿Por qué diseño industrial?
–No hay mucho antecedente en mi familia. Quizá responde a la interacción de dos cosas, la parte masculina que son ingenieros y la parte femenina dedicada a las manualidades. Así, desde el secundario tenía la idea de hacer algo relacionado con la arquitectura. No conocía el diseño, así que llegué por ese lado. Igual es curioso porque la profesión se va transformando mientras vas estudiando. Empezás porque lo ves como la intersección entre arte y técnica, pero a medida que vas cursando vas incorporando su verdadera razón de ser, que es la social, la de un operador de la sociedad, ese que crea el hábitat de las personas, algo que quizá no pensaba o no sabía cuando arranqué.
–¿Recordás la proporción de hombres y mujeres cuando comenzaste la facultad?
–La mayoría eran varones y muy técnicos, porque muchos venían de colegios industriales. Además, culturalmente, no es común que una chica sea la que se arregle el auto o una bicicleta, por más que yo nunca jugué con muñecas.
–¿Cómo es eso?
–Yo tenía una gran frustración con los Legos pero porque tenía muy pocos para la ambición de proyectos que tenía en mente. Con respecto a las muñecas, a mí me gustaba armarles la casita. Después, jugar a la mamá y esas cosas no me atraía. De hecho, ése era un conflicto con mis amigas porque armábamos todo y cuando querían empezar a jugar, mi juego ya había terminado. Entonces no coincidíamos.
–¿Y durante la carrera, o en la profesión, en qué se notaba la diferencia o cierta discriminación?
–Se notaba mucho en la ferretería. El ferretero, cuando sos mujer, te pregunta para qué querés todo lo que le pedís. ¡Y vos ya sabés para qué lo querés! Entonces querés un litro de tiner y de nuevo: “¿Para qué lo querés?”. “¿Y a vos qué te importa?”, te dan ganas de decirle. Entonces había que entrar con una pregunta muy técnica del tipo: “¿Estos tornillos son de rosca métrica? Entonces con eso ya no preguntaba. Pero ojo, que tampoco fue un karma. Obviamente, diferencias existen, pero nunca las he sentido como discriminatorias. Además, no sé si sólo hay pocas mujeres, sino que trabajan en lugares de menos exposición. Más escondidas. En docencia, investigación, estrategia. Y sí, la mujer tiende a ser más de pensar y el varón de ejecutar. Mismo se da acá adentro. Nos juntamos porque tenemos perfiles diferentes. Hoy me pregunto qué mundo, en lo que me toca, estoy creando para la gente y desde ese lugar el ser mujer es de un enorme potencial.
–¿Y en otros segmentos como el agro?
–Ezequiel es de Carmen de Areco, así que comenzaron a surgir varios proyectos con el agro, como el de una máquina intersembradora. Fue un trabajo muy rápido, así que nos ocupamos de todo, matricería, prototipeado, fibra de vidrio. Hasta hicimos nosotros mismos la parte del modelado y ahí sí tuve que hacerme a un lado, porque una mujer en un taller así entorpece, porque todos paran para ayudarte. En definitiva, hay que ser estrategas. De eso se trata el diseño.
I Hsiu Chen, muebles y objetos
I Hsiu tiene 35 años y vino de Taiwán a los siete. Su familia buscaba emigrar por las constantes amenazas de guerra y ella adoptó nuestro país como propio. De hecho, después de unos años, sus padres regresaron y ella decidió quedarse. Dedicada a la docencia y, en el ámbito profesional, a los más variados encargos, asociada con otros profesionales, también se destacó en varios concursos de diseño como el de la Asociación de Productores de Muebles de Madera de Asahikawa, Japón, donde presentó la bella estantería Sieteoctavos junto a Martín Wolfson y Juan Pablo Sorkin. Y más recientemente, Plata Lappas junto a Joaquina D’Amico, con tres bols que configuran una esfera en repujado en plata.
–¿Se vislumbraba en tu infancia la diseñadora que serías hoy?
–Yo creo que sí. Siempre me había gustado el tema de diseñar. Mi papá era constructor. Mi hermana, arquitecta. Jugaba mucho con los Playmobil, los Legos, me gustaba mucho dibujar. No conocía la existencia del diseño industrial hasta que mi hermana, que ya estaba en la FADU, me contó.
–¿Cómo fueron los inicios en la universidad?
–Cuando yo cursé (terminé en el ‘99) éramos pocas. Diferencias no había, salvo tal vez en tecnología, porque las chicas veníamos de bachilleratos y los varones del industrial.
–¿Cuándo salís de la facultad?
–Empecé a trabajar antes de terminar. En lo que se podía hacer en ese momento, mucho stand. Después trabajé un tiempo en un estudio de un diseñador argentino que estudió en Israel, en producción masiva, haciendo planchitas de pelo, secadores, afeitadoras, cortadoras de pelo. Productos de inyección, muy interesante. Hasta que empecé por mi cuenta. Y desde ahí, hice de todo.
–¿Además de participar en varios concursos como el que dio vida a la estantería?
–Sí, la hicimos con dos amigos, compañeros de la facultad. Era un concurso de muebles de madera para fomentar la industria de una región de Japón. Hicimos una biblioteca en cerezo que fue seleccionada. Un sistema de estantes que generan un muro flexible con múltiples funciones.
–¿Aplicás aspectos de tu cultura originaria al diseño?
–Es difícil decirlo, para mí. Por lo que me dicen otros, más que nada, está el tema de la capacidad de trabajo. Sentarme a trabajar y trabajar y olvidarme del mundo. Me lo dicen en chiste pero es real. Después, creo que sí hay aspectos; son muy inconscientes, por eso de haber venido de chica y tener que hacer como un cierre con mi cultura para poder adaptarme. Un mecanismo para insertarme que ahora estoy reviendo.
–¿Notás diferencias de género a la hora de trabajar?
–No, yo no siento diferencia por género sino por afinidad personal. Por ahí sí como estudiantes teníamos ciertas características frente a otras mujeres: nunca una uña pintada. Y después hay algo curioso que pasa, que nunca nos nombran como diseñadoras. En el ámbito fabril nos dicen ingenieras y en otros, arquitectas. Pero creo que eso pasa por disciplina joven y nos toca a todos.
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