Sábado, 11 de abril de 2009 | Hoy
En tiempos en que se impone ser social y ambientalmente responsables, la reivindicación de una técnica y material ancestral como son la lana y el afieltrado suman adeptos entre diseñadores y usuarios. Un recurso natural ciento por ciento nacional.
Por Luján Cambariere
Por identitario, ecológico, orgánico, resistente, aislante, económico frente a otros textiles, el fieltro es un recurso que merecía su rescate. O más bien, su reivindicación, con miras a un futuro que exige nuevos escenarios desde lo social y medioambiental para el diseño. Así lo entendió el INTI, desde su Programa de Diseño, quienes junto al área de Textiles y de Envases y Embalajes, el año pasado comenzaron a orquestar un operativo rescate a través del proyecto “Diseño Sustentable: oportunidades de agregar valor a la cadena lanera”. Una investigación que tiene entre sus objetivos servir de fuente de consulta para quienes quieran adoptarlo, sobre todo, para la generación de nuevas aplicaciones en productos de uso cotidiano. Una posta que, por otra parte, hoy comienzan a tomar varios diseñadores que trabajándolo de forma artesanal o industrial lo convirtieron en su fetiche.
“La lana tiene la ventaja de ser la única fibra natural con la capacidad de formar fieltros o ‘no tejidos’, como también se los conoce, porque su estructura de escamas permite que las fibras formen un encastre muy fuerte cuando se disponen en direcciones contrarias. El fieltro es un paño que se fabrica sin necesidad de pasar por un proceso de tejido porque surge de apilar capas de lana (o pelos) y adherirlas aplicando vapor y presión. El proceso de afieltrado es muy simple, por ello puede realizarse no sólo a escala industrial sino también a nivel doméstico. Además, al evitar el proceso de hilatura se disminuye el valor de los productos”, detallan desde el INTI.
Y agregan con conocimiento de causa que si bien la Argentina es uno de los países productores de lana más importantes del mundo, más del 80 por ciento de su producción se exporta sin valor agregado. “Un contexto”, suma Raquel Ariza, coordinadora del Programa de Diseño, “en el que el fieltro, que permite desarrollar nuevos productos de exportación a partir de lanas de baja calidad, puede representar una gran oportunidad para varias poblaciones de diversas regiones donde la lana cumple un rol fundamental. En un año, por otra parte, dedicado mundialmente a las fibras naturales”.
Bajo costo en relación a otros textiles ya que no requiere del proceso de hilatura. Resistencia y durabilidad que garantiza un ciclo de vida mayor al del realizado en otras fibras como el algodón o el poliéster. Capacidad de aislante térmico (del frío y del calor) y acústico, amortiguante y antiestático. Recurso renovable, fácilmente reciclable y biodegradable. Además de seguro, ya que si bien es inflamable, su combustión no emite gases tóxicos. Y ni hablar de su carga simbólica con una metáfora, la de conglomerar, unir, amasar, que no puede ser más adecuada para los tiempos que corren. ¿Qué más se le puede pedir a un material? Seguramente esto pensaron quienes comenzaron a poner sus manos en esta masa de lana.
Si bien es cierto que del lado artesanal es donde se registran más propuestas, simplemente observando algunas de sus piezas –móviles con planetas que orbitan suavemente, pelotas de fútbol esponjosas, flores que acarician y cubre teteras que abrigan– se intuye que lo suyo es diferente. Cuando uno cruza la puerta de su casa-taller y la encuentra entre los vellones de lana colgando de distintos colores, la certeza es completa. Es que en tiempos en que muchos andan tras los fines, Marlene Wentzel, antropóloga, devenida tejedora y creadora de bellos objetos en fieltro desde su línea Tikay, nos revela parte del secreto de su éxito: “Lo que yo más valoro y disfruto es del proceso”. Y de eso da cuenta:
–Siempre me interesó desde lo cultural todo lo que sea tradición y herencia textil. Dentro de la antropología me dedico a la antropología del cuerpo y desde ese lugar siempre me interesaron todas las manifestaciones del hombre. Me gustan mucho las expresiones humanas, las posibilidades que tiene el ser humano de crear. Casualmente o causalmente, ya a esta altura es todo lo mismo, uno de mis hermanos vive en Colombia y hace unos seis años fuimos a visitarlo con mi mamá a Bogotá. Como era una época difícil, donde no se podía salir mucho, dimos con una tejedora increíble, que daba cursos de telar y como era una asignatura pendiente para las dos, hicimos un taller. Ahí me enamoré del tejido en telar, de las lanas, de las fibras naturales. Mi familia tiene un campo en Baradero y había cinco ovejas ociosas, empecé a hacer cursos en la UBA de hilado artesanal, tintes, tejeduría y ahí empezó a tomar forma el proyecto, primero como hobby a la par que iba estudiando y después de forma más firme. Desde siempre me interesó el rescate, pero no tanto desde lo simbólico, porque obviamente soy yo desde mi contemporaneidad, pero sí de todo el trabajo manual, lo textil, lo artesanal y lo natural. Con la cantidad de lanas que exporta la Argentina en crudo, es uno de los principales países exportadores de lana sucia al mundo y el valor agregado que se le puede dar, generando empleo, y lo poco aprovechada que está.
–Lo empecé a conocer en simultáneo como otra posibilidad que se presentaba con la lana virgen y traté de averiguar, pero no había mucha información al alcance. Cuando fui investigando me fasciné. Además es fantástico porque es una propiedad misma que tiene la lana la de afieltrarse. La fibra de la lana a nivel microscópico tiene escamas, esas escamas, al peinarse la lana, cuando esta cardada, se superponen vertical y horizontalmente, y eso se va friccionando con calor y humedad de la mano y va generando una tela compacta. Incluso las ovejas, la parte de abajo se les afieltra, cuando yo traigo el vellón sucio encuentro partes afieltradas. Yo lo trabajo en casa de forma artesanal. Traigo el vellón, lo lavo, lo cardo, y después recién ahí lo afieltro. Agua caliente, jabón, manitos, paciencia y mucho amor. Lo voy friccionando. Después lo seco al sol.
–Me fascinó la versatilidad que tiene. Se pueden hacer infinidad de cosas con él. Primero empecé a hacer piezas en plano: pantuflas, manteles. Y enseguida empecé a ver qué se podía hacer en tridimensión. Cuencos, carteras, floreros, se puede hacer de todo. Es espectacular. En sí, la lana es una fibra muy interesante. Conserva el calor, no se lastima al animal para obtenerla, tiene propiedades de amortiguación por eso se usa mucho en embalajes, es local, una fibra muy valiosa en sí. A mí lo que más me gusta hacer son objetos. Cosas lúdicas, para chicos, que salgan de lo común. Móviles, floreros, macetas, juegos, cestas de frutas y hasta pelotas de malabares o fútbol. También esos objetos que capaz se usaban antes y rescatan el valor de lo simple, el estar en casa, lo natural, lo colorido y afectuoso.
–Es muy noble, la calidez que tiene, es un amor. Además la lana tienen su propia personalidad y eso me encanta porque es como que uno deja de ser el creador para ser un transmisor de algo que se manifiesta.
–Me gusta mucho la naturaleza y de repente veo una flor y trato de hacerla. Capaz veo una Santa Rita en flor, esa combinación de color, verde con fucsia me imagino cómo sería una alfombra con esos colores.
–Sí, aunque por otro lado tan dominados por una cultura del cuerpo que estamos. Para mí es necesario volver a trabajar con las manos, hacer un parate de la mente y conectarse con algo que está bastante desvalorizado. Lo ves, todo lo que sea artesanía para nuestra cultura es lo regateable, no se valora el trabajo detrás y no lo digo justamente por mí, que de pronto tengo un capital simbólico que me permite ponerme en otro lugar. Yo valoro y disfruto del proceso. Soy una antropóloga que teje. Por eso, además, cada una de mis piezas tiene una enorme carga emotiva que hace que me cueste venderlas. Las hago con mucho amor y son piezas únicas con una historia detrás. Tikay en quechua tiene dos significados: “Cuando la flor florece, y el otro que es para cuando el adobe endurece. Me encantó el significado combinado, por esto de florecer y consolidarse y lo tomé como algo muy personal para mi emprendimiento, que aspiro que conserve siempre esta dimensión y sentido.
Del lado industrial, el equipo multidisciplinar formado por los diseñadores industriales, Pablo di Muzio y Lucila Flombaum, y una egresada de Filosofía y Letras, Natalia di Muzio (hermana de Pablo), optó por la exploración del material buscando trabajar con recursos nobles y pocos procesos productivos. Así nace a mediados del año pasado Planar, una etiqueta que desde que vio la luz se abrió paso con su nave insignia: la cartera Mamuschka. Un diseño en fieltro industrial color natural estampado con tintas al agua que nace a partir de tres recortes, uno dentro de otro, que conforman un kit para el traslado de objetos personales: un bolso, una cartera y un monedero.
“Empezamos a trabajar en junio del 2008. Queríamos hacer algo que vinculara el diseño a lo social. Pablo trajo la idea del fieltro como potencialmente interesante y nos pusimos a investigar. Teníamos claro que queríamos un producto que pudiera ser seriado pero con pocos procesos. La premisa fue trabajarlo como un textil, pero para llevarlo a la vida cotidiana. Por eso decimos que resignificaríamos el fieltro industrial. Ese que suele usarse para la industria automotriz, hacer plantillas de los zapatos de la Antártida, monturas de caballos, embalaje o accesorios de maquinaria”, detalla Natalia.
–Empezamos queriendo hacer un bolso donde se reaprovechara el material, trabajándolo de forma sustentable. Y ella fue el camino para no desperdiciar nada. Primero era más ovalada, pero después hicimos las tres formitas una dentro de la otra y surgió la tres en uno: bolso-bandolera, cartera y monedero. Volumen y funcionalidad aparecen con el uso. Desde el punto de vista técnico, con tres cortes combinados en una misma matriz, sacas los tres productos.
–Nos encontramos con el primer abrigo humano, el primer calor que recibe el cuerpo. El que se usa también para los animales como una prolongación de su piel. Luego en el tema del diseño, el criterio de sacar un producto de dentro del otro, fue un plus. También sobre la mamuschka original, que para cada una se desperdicia su interior, nosotros resignificamos aún ese sentido con un aprovechamiento total del material.
–Fue todo un tema, porque decidimos hacerlo al agua. Y nos encantó como quedó. Paralelamente empezamos a pensar en hacer accesorios y para eso elegimos los círculos. Con la misma matriz, a partir de la combinación, obtenemos diferentes productos: posavasos, centros de mesa como la Triada o la Flor. Después vinieron los tapetes, los almohadones, las fundas de almohadón, las pantuflas y un bolso porta-laptop más para varones.
–El fieltro toma vida por sí mismo, tiene cuerpo propio. Y te sorprende. Es terrible. Yo ayer lo estaba cortando con tijera y de pronto se ondula todo. Las fibras siguen trabajando. Y además sorprende por la mirada de la gente. Mucha que recuerda y otra que se sorprende.
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