Sábado, 11 de abril de 2009 | Hoy
A años luz de esta Buenos Aires poluida, en las ciudades civilizadas del mundo se debate cómo hacerlas más viables en términos de energía y habitabilidad. Un ejemplo de esta discusión es un proyecto que está llevando a cabo la radio pública de Nueva York, Nprny, dándoles cámaras de video a arquitectos y críticos de arquitectura para que construyan “ensayos” sobre su ciudad. Uno de los temas es el consumo de energía, el otro es el de la simple habitabilidad, la calidad de vida en el contexto urbano.
El protagonista de esta semana fue Paul Goldberger, el crítico de arquitectura de la revista New Yorker. Goldberger es un hombre bastante apacible en sus opiniones y un docente natural, muy hábil a la hora de resumir cuestiones. Este miércoles arrancó diciendo que Nueva York es una ciudad muy habitable y con varias ventajas muy marcadas respecto de casi todas las demás ciudades de Estados Unidos. Dos elementos se destacaron: el nivel adecuado de densidad urbana y el uso del transporte público.
Como subrayó Goldberger y puede comprobar cualquiera que visite Manhattan, la ciudad tiene una muy buena ecuación de densidades, con zonas muy compactas alternando con otras no tanto. Yendo de sur a norte, o del downtown al uptown, se arranca con un bosque de rascacielos, se tiene una pausa en la zonas de los Villages y Sohos, se vuelve a subir pero no tanto en el midtown y se continúa con densidades de medias a altas hasta Harlem, que vuelve a bajar en densidades y alturas medias o bajas. Esto permite variación y descansos, además de la opción de vivir apiñado o no.
Para que este esquema funcione se necesitan buenas veredas y buen transporte público. Nueva York tiene, excepto en su bajo colonial, veredas muy anchas, y tiene un subte incomparable. Lo que pocos notan es que el sistema tiene cuatro vías y no apenas dos, como la mayoría del mundo, con lo que se pueden armar trenes express en horas pico. Estos trenes permiten el milagro de ir de, digamos, el Centro a Castelar en quince o veinte minutos, parando en todas hasta Congreso, saltando a Once y luego siguiendo derecho hasta Liniers, donde se vuelve a transformar en un local. Así se entiende que tantos neoyorquinos se enorgullezcan de ni siquiera tener un auto.
Goldberger señaló además que ya pasó la hora, en términos de energía, del curtain wall de vidrio y metal. Es una tecnología que puede resultar barata para edificios en altura, pero que es un desastre en términos de uso y mantenimiento porque resulta tan difícil de calentar como de enfriar, con cuentas carísimas de energía. Ahora que Argentina deja de subvencionar la energía se podrá percibir la diferencia por aquí también. El crítico agrega otra cosa muy cuerda: preservar edificios es la manera más “verde” de administrar una ciudad, porque el impacto energético de preservar es ínfimo frente al de construir a nuevo. Además, se podría agregar, el edificio promedio con más de cincuenta años de edad es más isotérmico que la obra nueva promedio.
Todo esto es, en términos porteños, mera literatura. Aquí vivimos en la rica sopa cancerígena de los colectivos que o son obsoletos y mal mantenidos, o salen de fábrica sin aislación sonora en sus cajas de motor y sin la menor preocupación por el humo. Esto es una cuestión de costos, ya que las mismas empresas que producen estas porquerías por aquí producen estupendos colectivos en sus países de origen, silenciosos e inodoros. Como la prioridad ha sido por años y años mantener el boleto barato, ya nos acostumbramos a vivir entre el humo más dañino que se pueda concebir.
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