La quinta de Anchorena
Todo parecía listo para salvar La Lucila, la estupenda mansión de 1915 que le dio su nombre a un barrio. Pero en un súbito cambio de parecer, intendente y concejales
olvidaron la idea ya aprobada de crear un museo y salvar algo de patrimonio local y
se alinearon por la construcción de una torre de viviendas.
Por Marcelo Magadán
La quinta Anchorena de La Lucila fue en sus comienzos un calmo bosque de olivos, que sirvió como emplazamiento militar por las Invasiones Inglesas. Finalmente se transformó en plácido lugar de veraneo.
A comienzos del siglo XX se iniciaron grandes loteos y remates de tierras. Las primeras construcciones se realizaron en el área que actualmente está entre las vías del ferrocarril Mitre y Libertador. Se construyeron grandes residencias de familias de la aristocracia porteña, que habían elegido la zona para pasar temporadas de descanso cerca de la ciudad. Una de las primeras y sin duda la más importante fue La Lucila, lujosa mansión inaugurada en 1915.
Construida por Juan Esteban de Anchorena, se llamó inicialmente Quinta de los Olivos y se intentó donarla para residencia presidencial. El regalo fue rechazado por encontrarse la mansión fuera de los límites de la Capital Federal. La quinta, entonces, fue regalada a la hija de Anchorena, Lucila Marcelina, casada con el militar Alfredo de Urquiza. Se la bautizó La Lucila en honor a su moradora. Pero a los dos años de mudarse, Lucila se suicidó tirándose del mirador, en razón, dijeron las crónicas de la época, de una enfermedad incurable. El episodio hizo famosa a la quinta y su nombre: fue así que primero el paraje y luego el barrio tomaron el nombre de La Lucila.
En 1999, una Consulta Vecinal Temática al Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires informó “que la construcción existente tiene valor patrimonial para la comunidad y su estado no presenta peligro, siendo factible su recuperación integral. Nuestro municipio tiene muy pocos vestigios arquitectónicos del pasado. El caso de la Mansión Anchorena y su parque sería comparable al que genera el Museo Pueyrredón en San Isidro”. En otro párrafo el informe dice: “El valor patrimonial del conjunto debe ser considerado como una unidad cultural expresiva paisajística y arquitectónica” y que “puede afirmarse que esta construcción se halla en condiciones de ser recuperada para el patrimonio ciudadano”. En aquel entonces, el Concejo Deliberante expresó en un dictamen firmado por los concejales Erro, González y Corradini una opinión concordante con ese informe.
En 2001 se inició un proceso de expropiación impulsado por el senador radical Martínez, que contó con la aprobación del Senado y se encuentra ahora en la Comisión de Ordenamiento Territorial de la Cámara de Diputados provincial. Avalando el proyecto de crear un museo en Vicente López, el intendente envió una carta al presidente del Senado para demostrar su interés en la expropiación y corroborar el valor histórico y cultural de la mansión.
Pero en 2001 el arquitecto Litman presentó un proyecto para construir 60 unidades de viviendas multifamiliares en los terrenos de la quinta. El edificio de 4 pisos con estacionamiento subterráneo implica demoler la histórica mansión. El mismo intendente que avaló el valor histórico y la creación de un museo, y los mismos concejales que firmaron un dictamen en ese sentido, hoy parecen olvidados y avalan el cambio del Código de Ordenamiento Urbano que debe hacerse por ordenanza para permitir la demolición de la quinta y la construcción del proyecto. Lo que va a restar al patrimonio público un testigo histórico, cultural y ambiental.
No existe una sola razón de interés público que favorezca el proyecto.
Los vecinos en su conjunto, los concejales opositores, los funcionarios probos y más de 40 organizaciones no gubernamentales y gubernamentales, incluidos el Colegio de Arquitectos, manifiestan su oposición a la demolición y su apoyo a la expropiación y al uso público de un tesoro que, una vez demolido, habrá solamente logrado engrosar alguna cuenta bancaria.