Sábado, 13 de febrero de 2010 | Hoy
Los especuladores no quieren perderse el próximo Palermo Viejo y ya inventaron un Barracas Dulce. Ridículo y muy lucrativo, el proceso está beneficiado por la zonificación del barrio y la total inercia legislativa.
Por Sergio Kiernan
El barrio de Barracas va a ser destruido. Es el próximo gran negocio urbano, aplaudido por los vivos que se van a llenar los bolsillos y los inocentes que siguen creyendo que, a mayor densidad, mejor ciudad. En el camino a crear un muy rentable bloque de edificios en altura se va a arrasar uno de los mejores conjuntos urbanos de Buenos Aires, uno de notable coherencia, toques de belleza y calidad. Una vez más se trata a nuestra ciudad como se trató al Amazonas, como un depósito de maderas para hacer muebles. Y encima cortar los árboles era vendido como “progreso”.
El barrio no va a desaparecer sin dar pelea y ya tiene una herramienta de resistencia a este progreso falluto que se está luciendo. La ONG Proteger Barracas compiló un estudio de lo que está pasando en su rincón porteño de un rigor ejemplar y enorme calidad conceptual. Allí se puede encontrar otra mirada sobre este conjunto urbano: mientras que urbanistas y arquitectos –y más de un activista social– sólo ve patologías y problemas a demoler, Proteger Barracas destaca a su barrio como una creación colectiva obrera, industrial, de clase media, con edificios del siglo 19 todavía existentes y una historia bien tejida. Barracas fue un arrabal despejado atrás de La Boca hasta que nuestra ciudad se transformó en un polo industrial y el lugar fue urbanizado. Eso explica uno de sus rasgos más ganadores, los largos conjuntos de fachadas y alturas parejitas, típicos de lugares construidos en bloque.
Para nuestra desgracia comunitaria, estos bloques significan terrenos grandes donde construir torres. La destrucción de Barracas está comenzando por una zona donde estuvieron las fábricas de Bagley, Aguila, Cruz de Malta y Canale, que algún marquetinero pajarón bautizó como Barracas Dulce. Pese a lo tontísimo del nombre, el anuncio de obras públicas como la construcción de un polo de gobierno en el barrio excitaron a los especuladores, que no quieren perderse el próximo Palermo Viejo.
Este “progreso” significa exclusivamente la destrucción material del barrio y su reemplazo por edificios mediocres, mal construidos y grandes. Esto se debe a la legislación imperante, que zonifica Barracas como si fuera campo abierto, como si no existiera ningún edificio. Según la zonificación imperante, todas las avenidas deben ser demolidas y reconstruidas como paredones de torres. A las calles interiores no les va a ir mejor, ya que son R2aII, lo que significa que –de acuerdo al ancho de la calle en cuestión– se puede ir para arriba hasta los treinta metros. Este simple hecho crea una lógica económica muy simple en que casa que se vende es casa que se demuele. Ni siquiera el más romántico podrá preservar una de esas casas, ya que se la van a cobrar como un terreno ya libre, para construir en altura.
Y hablando de románticos, estas zonificaciones fueron creadas por urbanistas y arquitectos que realmente piensan que destruir Barracas –o la ciudad toda– y reconstruirla con departamentos es algo positivo. Algunos lo hacen para favorecer el negocio inmobiliario, pero otros piensan que eso mejora la vida urbana. Por algo se encuentra uno con que la región que va al sur de la avenida San Juan-Directorio tiene además una declaración de Area de Desarrollo Prioritario, con lo que las alturas se aumentan en un 25 por ciento. Cualquiera que vea lo que se está construyendo por allá entenderá el horror arquitectónico que se viene...
La zona de Barracas que vive ahora este “boom” es la más cercana a San Telmo y su APH, que ya llegó al parque Lezama. La tendencia indica que el barrio histórico y el parque terminarán rodeados por un paredón de medianeras y frentes en altura. En el camino se perderán miles de edificios irremplazables, decretados como basura a demoler por su mal estado o simplemente porque no ocupan todo el volumen que hoy se considera normal. Las fotos muestran con qué se reemplazó lo demolido.
Barracas tiene muy serios problemas sociales y una cantidad de edificios en mal estado, ocupados, abandonados o simplemente habitados por personas que no pueden o no quieren mantenerlos. De este lado del océano, la única solución concebible parece ser la demolición y reemplazo de edificios y personas. Esto se hizo en Harlem y en Buenos Aires, con resultados parecidos de alienación y mediocridad constructiva, con los pobladores originales etiquetados como un problema y despachados de su barrio. Que para algo Buenos Aires tiene tanto suburbio pobre, donde exiliar gente...
La falta de imaginación con que se está tratando a Barracas deja afuera toda posibilidad de reciclar el barrio de otra manera, como una zona residencial de baja densidad y mucho patrimonio. El dogma de que la densidad es positiva es absoluto.
Por suerte tenemos una Legislatura donde los arquitectos hacen lobby pero no mandan, lo que da esperanza de que se tomen algunas medidas bastante simples. Una es bajar las alturas, cambiando la zonificación del barrio de R2aII a R2bII, como se hizo en Caballito luego de una fea pelea con los vecinos. Otra es proteger como bienes históricos los conjuntos edificados, que son realmente notables y únicos. Al contrario de lo que dicen los interesados en demoler, la protección no desvaloriza ni “museifica”, sino que eleva el valor de los edificios al bajar el de los terrenos.
Teresa de Anchorena volvió a presentar su proyecto de catalogación de 80 edificios en el barrio antes de dejar su banca porteña en diciembre. El estado parlamentario del proyecto es la única y tenue defensa de esos edificios ante la piqueta lucrativa. ¿Hay quien proteja a este barrio?
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