De visita con Palladio
El arquitecto y crítico Witold Rybczynski publicó un agradable e inteligente libro sobre las villas de Palladio en el Veneto, sus usos prácticos y simbólicos, y su contextualidad histórica y cultural.
Por Sergio Kiernan
En 1985, en una clase magistral, el historiador James Ackerman demostró que la villa Badoer, famosa por su enorme patio en U rodeado de caballerizas, tenía un antecedente romano construido en Francia entre los siglos II y IV. Andrea Palladio no podía haber visto ese edificio, que en 1556 yacía bajo varios metros de sedimento, y Ackerman se preguntaba cómo fue la cadena causal que mantuvo esa idea de espacio entre el período clásico y el Renacimiento. Su respuesta es seminal: de alguna manera, las formas sobreviven, cierta tipología de edificio es preservada en una cultura “subliminalmente, pasando de generación en generación tal vez por versiones vernaculares”. Esta explicación se refuerza, agrega el crítico James Fenton, por la continuidad tecnológica y funcional entre ambas épocas: una vez que los arquitectos renacentistas aprendieron el lenguaje clásico, y dado que enfrentaban el mismo clima, los mismos materiales y los mismos usos, no extraña que encontraran las mismas soluciones. Más todavía: vernacular significa construido por no arquitectos, gente común que continúa y reinterpreta ideas “naturales”.
El crítico e historiador Witold Rybczynski acaba de dedicarle un libro a las villas de Palladio. No es un agregado más al enorme estante que fatiga la obra del italiano. Es un librito informal, agudo, simpático y muy penetrante que se fija en más de uno de los elementos mencionados arriba: el uso, la modernidad dentro de la continuidad. Rybczynski se dedica, un invierno entre semestres universitarios y por encargo de su editor, a visitar las villas y verlas como lo que eran, casas de campo, símbolos de status y lugar de descanso, centros administrativos de granjas comerciales, cascos de estancia. El resultado se llama nada menos que La casa perfecta (The Perfect House: A Journey with the Renaissance Master Andrea Palladio, Scribner, New York, u$s 25.00).
La casa perfecta es un libro para el gran público con hondos cimientos en la bibliografía sobre Palladio. Rybczynski va discurriendo de villa en villa contando la vida del arquitecto, mostrando cómo trabajaba, cómo dibujaba, cómo iba improvisando soluciones, en fin, tratándolo como un colega que lidia con presupuestos, problemas imprevistos y clientes fastidiosos. A la vez, y esto es destacable, lo inserta en el contexto cultural de su época.
Lo notable del libro es cómo las villas son tratadas como obras seminales y a la vez como viviendas funcionales. Es que por un lado Palladio es el primero en aplicar ideas neoclásicas a edificaciones que no son públicas –como las iglesias, palacios y edificios de gobierno que ya puntuaban Italia–, recreando la misma idea de la vida campestre. Esta idea palladiana todavía tiene fuertes ecos en las miles de residencias rurales que trascienden por mucho lo utilitario, en las country homes, cascos de estancia y hotels rurales de todo el planeta.
A la vez, Rybczynski no olvida en ningún momento que no está visitando museos sino casas particulares encargadas por ricos venecianos de una época que retoma el ideal romano de la vida en el campo como continuación necesaria de la vida urbana. Este concepto, en épocas de quintas y countries, nos parece tan obvio que parece increíble que sea inventado. Pero en el siglo XVI las sedes rurales de las grandes familias, inclusive las nobles, se limitaban a granjas rústicas o castillos todavía militares. Son los renacentistas los que “vuelven” al campo y transforman la propiedad rural en refugio y símbolo de status.
Palladio reinventa la villa romana y supera a todos sus colegas que se dedicaban a la arquitectura rural, transformando su estilo en canónico. Algunas de sus villas son reales casas de fin de semana, construidas sobre terrenos relativamente pequeños o en los bordes de pueblos, dentro del tejido urbano. Pero la mayoría son verdaderas granjas y su planteo tiene mucho de utilitario: semisubsuelo para servicios que incluían desde la cocina al lavadero, la prensa de aceitunas y la carbonera; piano nobile con sala, loggia bajo el pórtico, habitaciones de trabajo y recepción,dormitorios; un eventual segundo piso, generalmente parcial, para habilitar más dormitorios; y un desván sistemáticamente usado como granero, como para tener a mano y bajo el ojo del amo la fuente de la riqueza familiar.
Rybczynski se mete con gusto en las discusiones canónicas sobre la función y el símbolo en las villas palladianas: si los patios empedrados eran entradas de estilo o superficies planas para desgranar una cosecha, si las alas de las casas eran realmente caballerizas, chiqueros y depósitos, si los cortiles elegantes y simétricos fueron realmente áreas de trabajo para los empleados de la granja. Palladio mismo escribió que sí, que sus casas ciertamente olerían a bosta y estarían llenas de rebuznos y piares, que las gallinas correrían por todas partes, pero parece que a los estudiosos les resulta difícil creerle.
Es extraordinario el amor que tiene el autor por la obra del maestro italiano. Da gusto seguirlo en su periplo de villa en villa, block en mano y cinta métrica en el bolsillo, comiendo ñoquis en tratorías de pueblo. El final del libro es un gustazo compartido: Rybczynski descubre que la villa Saraceno fue restaurada y se alquila como hotel, y se va con amigos a vivir una semana en una casa de Palladio. Su descripción de cómo uno se despierta, desayuna y escucha música viendo caer el sol en esos espacios realmente hace vivir lo que tantas veces es árido, académico.
Finalmente, hay que destacar cómo, sin decirlo, Rybczynski define la obra de Palladio como algo naturalmente insertado no sólo en su época y cultura, sino en esas formas “subliminales” de las que habla Ackerman. Es refrescante leer a un arquitecto de vuelta de esa tonta ideología modernista que sólo celebra el corte y la novedad como valores. Y es interesante releer la obra de Palladio como la arquitectura moderna de su época, como una forma de novedad que no implicaba corte.
Tal vez más de uno sacaría alguna conclusión de este concepto.