Sábado, 10 de julio de 2010 | Hoy
Por Facundo de Almeida *
La batalla por el patrimonio es desigual y muy complicada, aunque no exenta de satisfacciones cada vez que un edificio se salva de la piqueta. De un lado, ciudadanos –y unos pocos funcionarios, jueces, periodistas y legisladores– con no muchas más herramientas que su dedicación y entusiasmo. Del otro, grandes intereses económicos amparados por el poder político, que avanzan con el hecho consumado.
Un bien patrimonial que se destruye es irrecuperable, su pérdida es irreversible. Un bien patrimonial protegido, siempre hay tiempo para desprotegerlo y destruirlo –como sucedió hace pocos días en Mar del Plata y La Plata– o simplemente dejar que con el tiempo desaparezca.
Todo esto pasa porque las máximas autoridades del Estado, y frecuentemente también las que tienen responsabilidad directa en las áreas de cultura y de patrimonio, incumplen con sus deberes de funcionarios públicos y no ejercen la facultad de oponer a los intereses particulares el interés del conjunto de la comunidad que ellos deberían representar.
Este desinterés de las autoridades por el patrimonio tiene varias explicaciones posibles, pero una de ellas es esa pasión por lo efímero que tiene la mayoría de los políticos, razón por la cual la política cultural termina casi siempre en espectáculo o en la foto con un famoso.
La decisión política se expresa fundamentalmente de una forma: asignación presupuestaria. Lo demás pueden ser declaraciones políticamente correctas, pero sin efectos concretos sobre la realidad.
Esta semana el desinterés sobre el patrimonio quedó en evidencia con el cierre del Complejo Tita Merello y con el inminente desalojo del Museo del Cine de la Ciudad de Buenos Aires. En ambos casos, la responsabilidad principal es de las autoridades de áreas de Cultura: aquí no pueden culpar a los malos e insensibles de Desarrollo Urbano o de obras públicas y tampoco pueden aducir falta de presupuesto.
El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y el Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires tienen recursos, el problema es que no figura entre sus prioridades la preservación del patrimonio cultural y cinematográfico. Esperemos que pronto se revierta esta medida y que las luces del Tita Merello vuelvan a brillar. Más aún porque las autoridades y propietarios deben recordar que es una sala de cine-teatro y por lo tanto amparada por la Ley 14.800, que obliga a que en ese solar haya siempre un teatro, además de estar protegido el inmueble por su valor patrimonial.
En una ciudad que se jacta de ser cinéfila y está orgullosa del Nuevo Cine Argentino, capital de un país que, felizmente, destina millones a la producción cinematográfica y organizar festivales, no nos podemos dar el lujo de que desaparezca la primera sala dedicada al cine nacional, y que ofrecía un espacio para el video y cortometrajes, y a la vez se ponga en riesgo un inmueble patrimonial, cuyo cambio de uso significaría también una pérdida de su valor patrimonial inmaterial.
La otra noticia alarmante de esta semana es el inminente desalojo del Museo de Cine de la Ciudad de Buenos Aires de su sede provisoria, un edificio del Correo Argentino en el barrio de Barracas. En este caso el moroso es el Ministerio de Cultura de la ciudad. El Museo del Cine siempre tuvo mala suerte y deambuló a lo largo de los años de un lugar a otro, hasta perder definitivamente su espacio con la obra de ampliación del Museo de Arte Moderno. Es la única colección donde se conserva, para el acceso público, el acervo cinematográfico de nuestro país, porque tampoco se cumplió a nivel federal con la ley de creación de la Cinemateca Nacional. Como es evidente, su constante traslado a edificios sin adecuadas condiciones de conservación pone en riesgo permanente las películas y documentos originales.
La actual gestión está a cargo de la prestigiosa y competente Paula Felix-Didier, que ha llevado adelante una tarea incansable a pesar de las paupérrimas condiciones que le ofrecen, y logró éxitos patrimoniales resonantes como la recuperación de la copia más extensa existente en el mundo de la película Metrópolis de Fritz Lang.
Pero ni con este acierto, tan valioso desde el punto de vista patrimonial y tan propicio para el lucimiento de los funcionarios, obtuvo el apoyo de las autoridades de cultura porteñas, que a pesar de ser incansables viajeros, no estuvieron presentes en Berlín cuando se reestrenó la película restaurada con fondos alemanes. Se presentó con una orquesta en vivo en la Opera de Berlín con transmisión directa a la Puerta de Brandemburgo, seguida por miles de espectadores.
Es urgente e imprescindible que el Ministerio de Cultura otorgue una sede definitiva para el Museo del Cine, que no solamente permita conservar su patrimonio en condiciones de seguridad y mantenimiento adecuadas, sino que también le garantice el espacio necesario para que su colección sea accesible al público y pueda cumplir con el rol para el que fue creado.
* Licenciado en Relaciones Internacionales. Magíster en gestión cultural por la Universidad de Alcalá de Henares. http://facundodealmeida.wordpress.com
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