Sábado, 23 de abril de 2011 | Hoy
El tema de La Cuadra sigue generando chispas y esta vez destacó los funcionamientos internos de esa institución extraña, el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales. Entre pretensiones de “tradición” y pedidos de informes sobre cómo hacen las cosas.
Por Sergio Kiernan
En el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales se han quedado de lo más nerviosos por haber “desestimado” La Cuadra, la última caballeriza porteña, y haberla luego “estimado” por la clarísima presión de los vecinos. En el primer caso, mostraron una estupenda, olímpica incompetencia al no darse cuenta de lo que estaban haciendo. Lo que originó el segundo caso, que la firma que quiere demoler el lugar para hacer otra torre cementuda quiere usar para pleitear contra la Ciudad por millones. Este anuncio, además de un clásico apriete legal para lograr lo suyo, es fuente de preocupaciones en un sentido inesperado: si estos millones se tendrán que pagar algún día por la incompetencia de los miembros del CAAP ¿no tendrán que pagar ellos? Los que son funcionarios están cubiertos por las generales de la ley, pero los demás no...
Lo que tal vez explica el ataque de solemnidad con que respondieron al pedido de los vecinos de La Cuadra de hablar con ellos. Hasta el arquitecto Ramón Ledesma, director general de Interpretación Urbana, cabeza natural del CAAP y un fiel empleado de su subsecretario Héctor Lostri y su ministro Daniel Chaín, perdió su habitual cinismo de hombre de la industria que hace lo que sea por la industria. El CAAP y el director general hasta le robaron una frase al Parlamento británico y hablaron de la “tradición” del Consejo Asesor, lo que daría risa si no fuera patético (arquitecto Ledesma, ¿en serio?).
Todo empezó cuando el arquitecto Natalio Churba pidió hablar con el CAAP. Churba puso todos sus cañones en lograr que le permitan demoler La Cuadra para hacer una de sus torres, con lobbyistas de lujo como Diego Guelar –a quien no le molesta ser director de la fundación cultural del Banco Ciudad y hacer lobby en ámbitos de la Ciudad– y lobbystas menos explicables como Miguel Schapire. Los vecinos de la Asociación Civil Barrio La Imprenta se enteraron del pedido de Churba y decidieron pedir ellos también hablar ante el CAAP.
Lo hicieron en un email muy formal y educado fechado el 4 de abril y firmado por Guillermo Blousson, presidente de la Asociación Civil. La nota dice que escuchó que el CAAP estaba analizando si recibir o no a Churba, le recuerda al Consejo que “ya ha denegado” reunirse con los vecinos, y le señala que atender al empresario-arquitecto “excedería las misiones y funciones” del ente. La nota termina adelantando que si reciben a Churba, los consejeros se encontrarán ante la exigencia de los vecinos de ser atendidos ellos también.
La respuesta llegó el 11 de abril, avisando que el tema se había analizado el mismo 5, que cayó martes y por tanto era día de reunión. La buena noticia es que el CAAP decidió “por unanimidad” rechazar el pedido de reunión de Churba. La noticia curiosa es por qué, según dicen en la nota, llegaron a esa decisión. La primera razón es “una tradición” de no recibir a nadie y basarse en “la información presentada en el expediente” para que esto “redunde en la transparencia y en la libertad de criterio de los Consejeros” (así, con mayúsculas). La segunda razón es que tanto La Cuadra como La Imprenta son tratados por la Legislatura, con lo que ése es el ámbito para discutir el asunto.
El párrafo final es la mala noticia, en lo conceptual. “En aras de la transparencia” y para trabajar “libres de presiones y de velados o explícitos condicionamientos” le piden a Blousson que en el futuro se dirija por nota al CAAP como institución “y no, como en esta ocasión, a las casillas de correo electrónico privadas de algunos de sus Consejeros”.
Esta aparente tontería es más importante de lo que parece, porque es un indicio de la desorganización con que se maneja el patrimonio en la ciudad. Resulta que el CAAP sigue funcionando básicamente como cuando era un triste organito asesor del ministro de Desarrollo Urbano al que era gratis ignorar. Desde que recibió el mandato de revisar todo pedido de demolición de algo anterior a 1941, el CAAP recibió una masa de trabajo enorme pero sigue en su pecerita prestada en el edificio del Mercado del Plata, sigue dependiendo de los lobos cuidadores de ovejas y sigue sin tener ni la tecnología, ni el personal, ni el tiempo para cumplir su tarea con alguna seriedad. Al director general Ledesma y sus superiores esto no les importa, como no les importa a sus teledirigidos como Susana Mesquida o las representantes de Cultura, ya que la improvisación permite demoler más. La cosa es tan triste, que el CAAP ni siquiera tiene una dirección de mail. La única manera de comunicarse con los consejeros –con minúsculas– es con los mismos mails a los que Ledesma y su gente les mandan la información con que trabaja el Consejo.
La ironía es que los Consejeros firmaron esta respuesta, que fue escaneada y enviada a Blousson desde la casilla privada de un miembro del CAAP. Pese a que el Consejo depende de Desarrollo Urbano, la girl scout que se ocupó del trámite fue la teledirigida arquitecta Graciela Aguilar, que representa Cultura en el ente.
Ya que sacaron el tema de cómo actúa el CAAP, Blousson lo tomó y contestó la nota haciendo sus propios interrogantes. Blousson se pregunta cómo hace uno para comunicarse con el CAAP, por qué sus reuniones son efectivamente secretas, cómo puede ser que en apenas un par de años ya exista “una tradición”. De hecho, le pregunta por qué se abandonó otra “tradición” que hizo que el editor de este suplemento y los representantes de Basta de Demoler sí hayan sido testigos de sesiones del Consejo.
Todo esto amerita un pedido de informes para ver cómo se maneja realmente un ente que, en concreto, maneja millones de dólares en ladrillos y terrenos. Las tonterías del CAAP ya costaron centenas de edificios patrimoniales y parece que le van a costar a los porteños millones de dólares en juicios a futuro. Por ejemplo, es notorio que pese a que la Legislatura le dio más tiempo a los consejeros para analizar los edificios, Ledesma sigue apurando las cosas: los casos a tratar los martes les llegan a los miembros apenas el jueves anterior a sus ahora famosas casillas de correo privadas. Con un poco de suerte, este episodio pernóstico puede servir para aclarar las cosas.
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