Sábado, 23 de abril de 2011 | Hoy
Por Facundo de Almeida *
En este suplemento más de una vez nos hemos referido a la falta de instancias de formación en preservación del patrimonio arquitectónico en las universidades argentinas, y en especial en las públicas. La capacitación de los profesionales de la arquitectura en el conocimiento de las cualidades y calidades de la arquitectura valiosa, heredada de nuestros ancestros, está reducida a ofertas de posgrado, y por lo tanto son optativas y rentadas.
Esta limitación hace que normalmente se inclinen por esos programas quienes ya tienen un interés o sensibilidad por el tema, y por supuesto cuenten con los recursos económicos para solventarlos. Por el contrario, la mayoría de los arquitectos desconoce olímpicamente no sólo los estilos y arquitectos del pasado, y su significación, sino también las técnicas para preservar y restaurar los inmuebles valiosos.
Los resultados están a la vista en cualquier calle de la ciudad, por ejemplo, cuando vemos el revestimiento símil piedra con una y otra capa de pintura encima.
Tal vez por esta falta de conocimiento y con el propósito de hacerse lugar para desarrollar sus proyectos, a muchos arquitectos no les tiembla el pulso cuando demuelen obras que hicieron sus colegas en el pasado, la mayor parte de las veces con mejores ideas, materiales y mayor imaginación y destreza. Lo mismo, o peor, ocurre con ingenieros y maestros mayores de obra, que también tienen licencia para demoler.
Esta falta de capacitación formal tampoco se complementa con instancias informales que les permitan a los futuros arquitectos conocer y apreciar el legado arquitectónico del pasado, aquí y en otros lugares del mundo.
Las universidades públicas y privadas tampoco cuentan con programas masivos que permitan a los estudiantes apreciar en vivo y en directo las expresiones arquitectónicas de otras latitudes, si estos no tienen los recursos económicos y la sensibilidad necesarios para viajar por el mundo.
Un ejemplo, que nuestros académicos podrían imitar, es el de la Universidad de la República Oriental del Uruguay, que desde hace 65 años obliga a sus estudiantes de arquitectura a realizar un viaje de estudios de nueve meses de duración por los cinco continentes, como exigencia ineludible para recibir el tan preciado título universitario.
Es una universidad pública y gratuita, y la forma de solventar este costoso viaje se sustenta en un principio básico: la solidaridad. Los alumnos del penúltimo y antepenúltimo año de la carrera deben vender rifas, y con ese dinero realizan su viaje los alumnos del curso superior.
Este mecanismo permite que año a año cientos de estudiantes de arquitectura partan rumbo a las Américas, Europa, Asia, Africa y Oceanía a ver arquitectura, de la patrimonial y de la contemporánea, y así puedan apreciar con sus propios ojos las mejores expresiones del arte de construir, y vuelvan a su país para terminar sus estudios. Para ello, deben desarrollar de principio a fin un proyecto arquitectónico completo, y demostrar que pueden aplicar con solvencia lo que han estudiado y observado.
Los resultados pueden verse en un documental que relata esta experiencia (http://www.gonlo.com/65viajes/65viajes.html), tan institucionalizada, que todos los jóvenes saben que si estudian arquitectura podrán hacer ese viaje por el mundo.
Es común ver estudiantes por las calles de Montevideo vender sus “rifas de arquitectura”, y también es habitual que los ciudadanos las compren, porque saben que con ese aporte están contribuyendo a construir –y nunca tan justo el término– un país mejor.
* Lic. en Relaciones Internacionales. Magister en Gestión Cultural. Docente del Master en Gestión Cultural en la Universidad de Alcalá de Henares y del Programa de Conservación y Preservación del Patrimonio en la Universidad Torcuato Di Tella, http://facundodealmeida.wordpress.com
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