Sábado, 11 de junio de 2011 | Hoy
Por Jorge Tartarini
Martín y Alejandra en el Parque Lezama de Sobre Héroes y Tumbas. Los últimos aljibes de la ciudad con El hombrecito del azulejo de Mujica Lainez. Los balcones sin flores de Baldomero. Las casas enfiladas y las lágrimas cuadradas de Alfonsina Storni. El Abasto en los tangos del Zorzal y las películas de la Merello y Hugo del Carril. La casa del árbol en Belgrano, con Bebán y Evangelina Salazar en Del brazo y por la calle. Mataderos en el alucinante caleidoscopio de Bazar de 0,95 de Geno Díaz y su personaje, el pusilánime Santos Gosende. El Villa Crespo de Marechal, la Costanera de Mallea y la fascinación de Roberto Arlt por los cien barrios porteños. La calle Humboldt en Palermo viejo y la familia estrafalaria del Cortázar de Simulacros, en Historias de Cronopios y de Famas. Las añoranzas de la vieja calle Serrano en un poema de Borges y los recuerdos de Palermo en su Fundación mítica de Buenos Aires. El barrio de Saavedra, en El sueño de los héroes de Adolfo Bioy Casares. El Caballito cambiado y laberíntico del eternamente perdido Alan Pauls. El Once judío de ayer y el multirracial de hoy en la pluma de Marcelo Birmajer. Abelardo Castillo y el viejo arbolado de Plaza Irlanda. Antonio Dal Masetto y sus personajes reclutados de los bares porteños. El cadáver oculto de Eva Perón y el oscuro asesinato de Felicitas Alcántara, ambos en el Palacio de Obras Sanitarias, ambientados por Eloy Martínez, en Santa Evita y El cantor de tangos. El agente Nardozza deshaciéndose de comprometedores informes en el subsuelo del Correo Central en El Ojo de la Patria, de Osvaldo Soriano. El histórico Conventillo de la Paloma en Villa Crespo, que inspiró el sainete de Alberto Vacarezza. Las reuniones de la Peña “Signo” en el Hotel Castelar (ex Excelsior) de los años ‘30, con Federico García Lorca y otros. Y también en la Avenida de Mayo, el café London, de la esquina de Perú, donde Cortázar concibió Los Premios. La crudeza de los personajes marginales de Enrique Medina, que se sientan a contar sus fracasos en los bares de libros como Sólo ángeles, Las hienas y Las muecas del miedo. La crudeza y sordidez de rincones, bodegones y barracones inmundos, consagrados por la prosa y la poesía del enorme Raúl González Tuñón, y también su visita a lo ignoto y prohibido, como aquella cantina del Paseo de Julio que inspirara su “Eche veinte centavos en la ranura”, al que años más tarde el Tata Cedrón puso música. El mundo del lunfardo y la nostalgia de una ciudad que se termina, en la piel de su personaje Fabio Carrizo, de la obra de Fray Mocho Memorias de un vigilante. Las cambiantes almas de la ciudad, en La cabeza de Goliath, de Ezequiel Martínez Estrada. Fidel Pintos y Alberto Castillo en El alma de bohemio, Mamie Van Doren y la ciudad que pone un pie en los años ‘60 de Un americano en Buenos Aires, Tito Lusiardo en Adiós, Buenos Aires, La calle Corrientes y otros films de fines de los ‘30. El intrincado mundo de los subtes porteños en la ecuación planteada por Moebius y el Buenos Aires Viceversa de Agresti, con una porteñidad de hoy, mezcla de amasijo y fragmentación.
En todas y cada una de estas letras e imágenes, y de infinitas otras que faltaría citar, aflora el patrimonio cultural de Buenos Aires. A menudo como evocaciones, porque muchos de estos lugares ya no están. Sin embargo, la intrincada trama cultural que hoy da sustento e identidad a la ciudad ha recibido y detenta buena parte de ellos. Forma parte, en suma, de lo que entre los entendidos se menciona como paisaje cultural excepcional. Y que en esta apretada cabalgata, elegimos llamar Bazar.
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