Sábado, 17 de marzo de 2012 | Hoy
Por Facundo de Almeida
Las autoridades y funcionarios de un gobierno pueden hacer declaraciones y manifestar su interés por tal o cual aspecto de la política pública, pero no siempre ésa es la verdadera representación de sus intereses y prioridades. Si alguien quiere saber cuáles son los reales objetivos de un gobierno, tiene que analizar el proyecto de presupuesto que cada año se envía a los parlamentos, algo por supuesto tedioso y ajeno al común de los mortales. Pero un fiel reflejo de lo que pretenden hacer en la jurisdicción que les toca administrar.
Esta semana, el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, expresó que la colocación de una enorme gigantografía en el Edifico del Plata con la imagen de The Wall significa que “el arte sale de los museos y lugares tradicionales para invadir la ciudad”. Esta definición de política cultural es al menos curiosa, pero entendible en un hombre que por formación y trayectoria no es experto en la materia. Pero agregó que las “intervenciones de arte público porteñas repercuten en la prensa del exterior y nos fortalecen como destino turístico cultural”.
Que la colocación de una gigantografía con la imagen de un disco o una película sea una intervención de arte público es bastante discutible. Pero afirmar que la imagen de The Wall en la 9 de Julio va a tener repercusiones en la prensa extranjera y aumentar al turismo en la ciudad, resulta inadmisible para un empresario dedicado a ese sector.
Seguramente, habrá repercusiones si los periodistas extranjeros se enteran que el costo de ese emprendimiento –es una lona vinílica microperforada de 2992 metros cuadrados– tiene a precio de mercado, y según empresarios del sector, un costo de entre 300.000 y 350.000 pesos. Lo que representa la mitad del presupuesto anual de la Escuela Taller del Casco Histórico.
Y si tenemos en cuenta que esa lona es reemplazada trimestralmente, el gasto total asciende a entre 1.200.000 y 1.400.000 pesos anuales, lo que equivale a un 15 por ciento del presupuesto de funcionamiento de los trece museos de la Ciudad. O casi el triple que los 493.211 pesos destinados a la restauración del Casco Histórico y su entorno. O quince veces los 91.710 pesos que la Escuela Taller del Casco Histórico tiene para gastos de funcionamiento.
No sabemos tampoco si se le pagaron derechos a Roger Waters por el uso de esa imagen, aunque sí está claro que entre las prioridades del gobierno porteño no figuran ni el patrimonio mueble ni el inmueble, como demuestra el presupuesto general de gastos de la ciudad. Tal vez crean que poner la imagen de una pared en la fachada del Ministerio de Desarrollo Urbano es una forma subrepticia de promocionar la industria de la construcción, que les es tan afín a los funcionarios que trabajan en ese edificio.
Aunque, en realidad, la razón de la elección de esta última gigantografía haya que buscarla en los estrechos vínculos que los funcionarios de Cultura –ex integrantes del grupo sushi, hoy devenidos macristas– han tenido siempre con el negocio del rock, al que de ésta y de otras maneras le dedican buena parte del presupuesto cultural porteño.
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