Sábado, 17 de marzo de 2012 | Hoy
La Justicia confirmó el amparo por la Richmond, lo que refuerza la potencia de ciertos argumentos de preservación.
Por Sergio Kiernan
Hace once años, cuando este suplemento comenzó a tratar el tema de la preservación del patrimonio, la reacción de funcionarios y empresarios era confianzuda, sobradora. Patrimonio era nostalgia, romanticismo, algo alejado de la vida real de números, ganancias y “progreso”. Estos “realistas” deben estar sorprendidos por los cambios de esta década en que los ciudadanos dejaron de aceptar pasivamente que Buenos Aires sea nada más que una escena de negocios ajenos. Para los especuladores, esta ciudad es un Amazonas a talar para hacer muebles y sus habitantes los macacos que no tienen voz ni voto.
La herramienta que hace notar este cambio pasa por la Justicia, la palanca con que los vecinos lograron frenar tanto a los especuladores privados como a sus socios del gobierno porteño, salvando edificios y ámbitos. Como se sabe, Mauricio Macri es un empresario de la construcción, como lo son sus ministros y directores generales de peso real, lo que explica que se rehúse a controlar la industria aunque haya muertos. En sus cuatro años de gobierno no invirtió en crear la capacidad de inspeccionar ni envió leyes creando castigos reales. Lo que dejó al amparo como única manera de frenar los negocios a costa del público.
La plaza Intendente Alvear sigue a medio cerrar, con las obras del subte H paralizadas. La residencia Bemberg en la calle Montevideo estuvo parada por años, aunque ahora viene la venganza de sus dueños que lograron la aprobación de un proyecto francamente horrendo. Y la Confitería Richmond es el nuevo caso: esta semana, la Justicia porteña confirmó el amparo que la tiene en stasis desde agosto e impide que Nike la transforme en local.
El fallo es importante porque es en apelación. La Justicia le hizo lugar a un amparo en agosto basado en argumentos francamente novedosos. El local de Florida al 400 es la planta baja de un edificio y nadie habla de demolerlo, el peligro tradicional, con lo que los argumentos del amparo pasan por la conservación de un Bar Notable de la ciudad.
Es previsible lo que opinan los especuladores de algo así, pero no lo era lo que opinaría un juez. La distinción de Bar Notable le da cierto status de cosa protegida a los cafés y el caso del Británico dejó asentado que estas cuestiones son asunto público y no apenas entre privados. Que la Cámara porteña confirme la cautelar refuerza la validez de estos argumentos y abre un nuevo campo de acción para frenar piquetas y especulaciones.
Y el mensaje, por supuesto, es que ya no puede darse por hecho cualquier negocio, como no puede darse por hecha una demolición patrimonial, por falopa que sea el actual sistema de preservación. Los límites van creciendo cada vez más y se van haciendo más sólidos gracias a los vecinos y a las ONG como Basta de Demoler. Los políticos que ven esta temática todavía son escasos, pero a medida que crezca y se haga todavía más clara se irán acercando. De todos modos, los argumentos legales son particularmente críticos cuando se trata de estas cuestiones.
Como toda construcción política, estas cosas toman tiempo y trabajo. Este martes se da otro paso con una reunión informativa para vecinos inquietos: “¿Cómo participo de una audiencia pública para defender el patrimonio de mi barrio?”, es una charla para explicar cómo usar este instrumento político en el que los legisladores porteños tienen que escuchar a los vecinos antes de votar ciertas leyes. Ya está comprobado que los diputados usan las audiencias para medir la bronca en sangre que causan ciertas iniciativas, con lo que se logran resultados. El encuentro es a las 18 en el auditorio de la UTE, Bartolomé Mitre 1984.
Palacios
El blog La Mirada Atenta acaba de subir una nueva edición, como siempre dedicada a un gran edificio de la ciudad. Esta vez el sujeto es una relativa rareza, una gran residencia porteña que todavía es casa particular y no hotel o embajada. La historia que cuenta Pablo Chiesa en esta edición es la de Montevideo 1639, un bombón francés que tiene un patio amurallado al frente, una gran entrada principal y pabellones laterales ornados con máscaras.
La casa es de 1924 y la firma Rene Sergent, el francés que tanto bien hizo por estos rumbos y que tiene un papel de hilo conductor en la historia de la casa. Resulta que Sergent construyó en 1917 un palacio sobre Libertador –por aquel entonces, Alvear– para el matrimonio de Ernesto Bosch y Elisa Alvear. El palacio Bosch es todavía una de las grandes cosas de esta ciudad demolida, ya que en 1929 Bosch se la vendió a la embajada de Estados Unidos, que todavía tiene su residencia allí.
La venta tiene su leyenda, ya que el embajador de esos tiempos era un hombre rico y consciente de que un país importante es juzgado por cosas concretas, como los edificios que lo representan. Pero en 1929, los norteamericanos tenían oficinas y residencias nada impresionantes, reflejo de las relaciones tibionas entre nuestros países. El embajador conoció a Bosch, fue invitado al palacio y ofreció comprarlo a cualquier precio. El argentino no quería venderlo, por lo que mencionó un precio absurdo. El americano aceptó de inmediato.
Con lo que los Bosch-Alvear tuvieron que mudarse y lo hicieron a la preciosa casa de la calle Montevideo, también de Sergent y con jardines de Achile Duchene, el mismo que había parquizado su palacio y el de los Errázuriz. Ambas residencias comparten el gran estilo francés, las citas explícitas al barroco de ese origen y una elegancia suprema. La página de Chiesa –lamiradaatenta.worldpress.com– comparte unas raras imágenes de época que dan una idea de los interiores y del jardín. Es imposible tener imágenes actuales y hasta tomar una de exteriores que no sea al pasar resulta en un encuentro a los gritos con la agresiva custodia de la casa.
Y hablando de edificios notables, Siemens puso en venta su gran esquina en Bolívar y Diagonal Sur, que construyó Arturo Dubourg en 1952 en el “estilo diagonales” y tomando con potencia la esquina aguda. Según Colliers International, la inmobiliaria que maneja la venta, son 7665 metros cuadrados que salen por casi diez millones de dólares.
El edificio es famoso, por supuesto, por su reloj. Allá arriba, sobre la ochava, se ve su gran tablero rematado por los dos titanes de tres metros de altura que baten una gran campana con sus mazos. El reloj era la joya del edificio original de Siemens en la Avenida de Mayo, que fue confiscado en 1945 como propiedad enemiga cuando Argentina finalmente entró en la Segunda Guerra Mundial. La pieza fue enviada a Bouchard al setecientos para ornar la redacción del diario Democracia, cerrado con el golpe de 1955.
Tres años después, Siemens se mudaba al edificio que ahora vende y el reloj seguía en el bajo deteriorándose. En 1988, Siemens se ofreció a restaurarlo –ahora tiene un sistema computarizado– y recién en 1992 lo colocó en la esquina actual. No se sabe si la venta incluye o no esta pieza.
Más de trenes
La ciudad de La Plata le está pidiendo a la Secretaría de Transportes de la Nación que por favor, de una vez, la línea Roca arregle la estación Tolosa. El Concejo Deliberante local tiene un pedido de los vecinos de ese barrio platense, que viven con una estación abandonada. Según los locales, las casi ocho cuadras de largo del terreno en cuestión son un yuyal oscuro con ratas y malezas, donde ya se junta la basura y funciona como una tierra de nadie. Lo que piden es que se repare la estación, se iluminen los andenes y accesos, se corte el pasto y recoja la basura, y se exija a la Roca un plan de mantenimiento.
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