Sábado, 7 de julio de 2012 | Hoy
Santa Catalina convoca a defenderla, mientras la Unione Operai se gana una vida nueva y el Zoo sigue construyendo.
Por Sergio Kiernan
Este miércoles a las seis en punto de la tarde, Basta de Demoler invita a darle un abrazo al convento de Santa Catalina, amenazado por una obra vecina de particular monstruosidad. El convento, viejo de siglos y una obra de ese gran cura-constructor que fue Blanqui, ya está tabicado por una horrenda torre sobre la avenida Córdoba. Décadas después, lo quieren terminar de encerrar y dejar hecho una maqueta con otra obra enorme, rentable, fea.
Ya el viernes pasado Basta de Demoler organizó una recorrida del convento que convocó mucho público. Caminar el edificio permite apreciar qué tesoro que es en el tan demolido contexto porteño, ya escaso de historia. Santa Catalina da la misma sensación que producen los raros patios con aljibe que sobreviven, las muy pocas galerías, los invaluables jardines de pulmón de manzana. Sólo que más: sus muros de ladrillería autoportante son capaces hasta de negar el ruido del tránsito.
Por supuesto, nada de esto les importa un cominito a los que quieren hacer fortuna con nuestra ciudad, a costa de lo que sea. Con lo que el proyecto a construir toma todo el lote del estacionamiento que va de Córdoba a Viamonte, una cuadra larga, y va a subir sesenta metros como un murallón hasta tapar todo. Para atrás, el lote tiene casi media cuadra y va a dejar un espacio abierto con tres niveles de cocheras subterráneas. Con lo que la obra se va a cargar la escala del convento, de los edificios viejos de Reconquista y del rectorado de la UBA en la esquina de Viamonte, además de arrasar lo que era el jardín del convento, con sus pozos arqueológicos de basura y hasta sospechas de haber sido un camposanto.
El desmadre es tal que hasta la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos se interesó. Seguramente para sorpresa de Mauricio Macri, este miércoles le dirigieron una carta firmada por Juan Martín Repetto –en su carácter de presidente de la comisión y no de ministro bonaerense de Obras Públicas– y su vocal secretario, Oscar De Masi. La nota es producto de la “expresa indicación del Cuerpo Plenario reunido en sesión de fecha 28 de junio” y es para “reiterarle nuestra más seria preocupación ante las obras de construcción de un edificio, que se ejecutarían aledañas a la Iglesia y Convento de Santa Catalina (monumento histórico nacional)”. La comisión se preocupa por los cimientos del convento y por los rastros arqueológicos y “enterratorios”, pero también por “el grave impacto perceptivo que el volumen emergente causará en la debida amortiguación visual del monumento”.
Como se ve que Macri se cuenta entre los tantos funcionarios que ignoran a la comisión, el párrafo final es duro: “Hacemos expresa recomendación de que no deberá iniciarse trabajo ninguno hasta tanto se remita a esta Comisión Nacional el respectivo proyecto, a efectos de ejercer la superintendencia que la Ley 12.665 asigna a este organismo, bajo apercibimiento de disponer, en su caso, la suspensión de eventuales obras. Al mismo tiempo, y en caso de iniciarse las referidas obras, le hacemos presente las responsabilidades que recaerán en cabeza de esa Jefatura de Gobierno, en caso de producirse daños en el valioso conjunto histórico”.
Con el creciente escándalo, queda por investigar cómo fue que el terreno en cuestión fue liberado para la obra. Resulta que la manzana del convento está incluida en el Area de Protección Histórica de Catedral Norte, que llevó la protección de San Telmo a Plaza San Martín. Las leyes de APH se votan dos veces –primera y segunda “lectura”– y no pueden cambiarse entre una y otra vez. Pero esta APH primero incluía el lote y luego, en la segunda lectura, ya no lo tenía en la lista. ¿Qué pasó? Tal vez el autor de la ley, Patricio Di Stefano, que era diputado y ahora es funcionario en el Ejecutivo, pueda explicar el misterio.
También podrían explicar, desde el gobierno porteño, por qué la obra del superedificio fue autorizada entre una lectura y otra, cuando las leyes mandan congelar todo pedido de obra hasta que la Legislatura decida. Y por qué el director general de Interpretación Urbanística y Registro, Antonio Ledesma, le firmó esta autorización abiertamente irregular a su socio comercial, el arquitecto Roberto Parysow, autor del superbodrio. Como mínimo, Ledesma debería haber tenido la elegancia de derivar el trámite a otro funcionario, si es que él lo consideraba legal.
Alguien sabe algo que el público desconoce, o alguien es de un optimismo notable. Resulta que en pocos días, el 20 de julio, se hace la subasta del Zoológico de Buenos Aires, palabra inquietante que representa la manera en que el actual gobierno porteño maneja estas cosas. Nada asegura que los actuales privados sigan desmanejando lo que es una pieza patrimonial de primera agua, un conjunto paisajístico único y una prisión de animales. Pero los actuales concesionarios siguen construyendo y construyendo, sin que el final del contrato, ocurrido hace bastantes meses, los detenga.
Nadie sabe exactamente qué están construyendo, pero el edificio que están alzando, evidentemente de planta baja, sigue la patética regla constructiva que impusieron en el lugar. Es una estructura baja, de bloques de cemento gris, cuadradota, sin la menor arte ni parte. Esto es, se parece a la “granja” que, entrada aparte mediante, los chicos pueden visitar en el Zoo.
Que alguien construya así entre los pabellones victorianos es simplemente imperdonable.
Una buena noticia es que se confirmó que el venerable edificio de la Unione Operai Italiani, en la calle Sarmiento, fue vendido a gente que afirma públicamente que lo va a restaurar y preservar. Lo llamativo del asunto es que los flamantes dueños son los miembros del culto de la cienciología, con lo que es probable que la operación se haya hecho con donaciones de Tom Cruise o John Travolta...
Pero lo que importa es que la formidable obra de Virginio Colombo, un hito del Art Noveau porteño, va a salir de su triste destino de ruina. Un señor Gustavo Libardi explicó, en nombre de los nuevos propietarios, que ya se inicia la primera etapa de la obra, la remoción de escombros de tanto derrumbe e incendio. Luego se apuntalará la sala de espectáculos, cuya cubierta corre riesgos, mientras se intentará “recuparar elementos faltantes” que, cortésmente, se afirma “fueron retirados”.
El comunicado de prensa firmado por Libardi asegura que todas las obras se realizarán con criterios de restauración y el breve texto resulta creíble. Por otros canales, se supo que el especialista Fabio Grementieri asesora los trabajos y que un equipo de arquitectos norteamericanos prepara un proyecto para reciclar y reequipar los ambientes en altura.
El gobierno porteño terminó reaccionando ante las denuncias de Proteger Barracas publicadas en este suplemento y recogidas por Télam y otros medios sobre los bronces de la plaza Colombia, en Barracas. El grupo escultórico de Julio César Vargottini fue retirado hace casi dos años para “ser restaurado”, pero sigue tirado al aire libre en la Dirección General de Monumentos y Obras de Arte. De hecho, las piezas de bronce comparten el barro en el que se pudre el tótem de la plaza Canadá, en Retiro, que fue cortado con motosierra como si fuera leña.
Resulta que se supone que esa dirección general, escondida en pleno parque Tres de Febrero al lado de la linda casita que usan los funcionarios macristas para sus cumpleaños y asaditos, es completamente incapaz de restaurar este monumento en particular. El conjunto del Izamiento de la Bandera es formado por grandes piezas de fundición de bronce, una materialidad que necesita técnicas y herramientas no disponibles en esa entidad municipal. Para peor, en las fotos se alcanza a ver que el monumento fue retirado de cualquier manera, con lo que sus piezas de fijación aparecen torcidas. Otra tontera de aficionados...
Ahora, el Ministerio de Espacio Público anunció que espera “un estudio” y un presupuesto para reponer el monumento a la plaza en la avenida Montes de Oca. Esto es exactamente lo que venía denunciando Proteger Barracas, que el gobierno porteño no hizo absolutamente nada por la pieza: ¿dos años para pedir un presupuesto?
Peor es lo que se anunció sobre el tótem canadiense, que el ministro de Cultura, Hernán Lombardi, va a restaurarlo mientras que sus colegas de Espacio Público reparan la plaza Canadá, hoy un patético basural frente a la Terminal de Omnibus de Retiro. Lombardi cortó en pedazos el tótem en 2008, jurando que la pieza de cedro estaba podrida. ¿Se puede restaurar el cedro? Y eso que lleva cuatro años en el barro de Palermo.
Para terminar con una nota cómica, una familia de abogados encontró un nuevo filón, el de defender el vandalismo inmobiliario en Tribunales. Los cuatro abogados –dos mujeres y dos hombres, todos con el mismo apellido– plantean que “las obras nuevas tienen demasiados enemigos para que no cuente con nosotros”. Los enemigos son Vecinos Molestos, Basta de no Defenderse, SOS Arquitectos, Dirección General Sin Trabajo, Cobradores Compulsivos de Medianeras y Demandantes Seriales Uotra. A quien entienda del tema le queda en claro que hablan de las ONG de patrimonio, el Ejecutivo porteño –una exageración, que tanto no molestan–, coimeros diversos y el sindicato de la construcción.
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