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Sábado, 10 de mayo de 2003

En la casa del gas

El Museo Nacional de Bellas Artes inauguró esta semana una segunda sede en Alsina al 1100. La buena noticia se complementa con la iniciativa de revitalizar Montserrat y con la refuncionalización de un edificio muy bello y de notorio valor patrimonial.

 Por Sergio Kiernan

Habría que tratarlo como un pequeño milagro: el Museo Nacional de Bellas Artes tiene una segunda sede en la ciudad. O, en rigor, inauguró al público un edificio que tenía desde hace unos años en uso como depósito y ocasional salón de actos. Para mejor, el edificio es un tesoro, la vieja sede de una compañía de gas pretérita, fechado en 1904 y firmado por Alejandro Christophersen. Salvado de la piqueta vil, el edificio tiene un nuevo uso, una nueva vida y muchísimos problemas, ya que Gas del Estado invirtió tiempo y dinero en arruinarlo, el Museo no tiene fondos para una restauración y para peor el lugar estuvo cerrado por años, con un mínimo de mantenimiento.
Ya desde el vamos lo que impacta del lugar es lo primero, la fachada, una verdadera fantasía muy decorada, con grupos escultóricos y dos mosaicos, uno arriba, en medallón, del escudo de la Ciudad, intacto, y el otro como una banda con el nombre de la compañía, destruido para poner ¡cinco acondicionadores de aire! (justo allí tenían que ponerlos...). Pero lo más notable del edificio es su entrada, un profundo tímpano deliciosamente patinado para que parezca una sinfonía de mármoles, nervaduras y fascii de piedra que lleva, por unos peldaños, a las puertas de madera vidriada. Pasando un pequeño hall, se accede al primer salón del caserón y se nota la intención de impresionar al visitante. Dos de las enormes paredes de ese ámbito y todos los espacios entre las puertas francesas vidriadas que dan acceso a otros ambientes están revestidos de verdadera piedra, grandes superficies de un mármol casi naranja, con molduras en un rosa casi borravino y un sólido basamento en oscuro verde Alpes.
Alzar la vista significa encontrarse con el primer piso, que acoje un vacío con una compleja baranda de hierro y, más arriba, el techo, que es totalmente vidriado, una bonita estructura de hierros sostenida por ornadas ménsulas. El espacio de doble altura –y qué altura– remata en una serie de pequeñas ventanas horizontales donde todavía sobreviven intactos dos vitrales florales con el logo de la compañía original de gas.
En la esquina interna derecha se ve el espacio vertical de las escaleras, con un ascensor de jaula en su interior, que todavía funciona. Es una magnífica escalinata con los muros también revestidos en el mismo mármol, un espacio solemne y lujoso. En el primer piso se disfruta de una luminosidad especial y dando a la calle sobrevive un suntuoso salón de reuniones ornado a la francesa, con paneles de damasquino y una impresionante chimenea en piedras, bronces y maderas estucadas que rodea un cómicamente pequeño calentador a gas.
Son los únicos ámbitos que se mantienen en su forma original de 1904 -aunque hay rastros de alguna intervención de la década del ‘20– y el resto fue tocado por la siniestra varita mágica de Gas del Estado. Todos los ambientes restantes tienen los techos rebajados, boiseries berretas, pisos ocultos bajo flexiplast, plantas alteradas y otros desmanes. Lo peor es que existe otro techo vidriado, ahora escondido bajo un patético cielorraso flotante.
El segundo piso sigue cerrado, por un lado por el mal estado y las filtraciones masivas, y por otro porque una parte fue totalmente remodelada en el peor gusto de los años ‘60/’70. El Museo, sabiamente, habilitó los ámbitos utilizables y mantiene bajo siete llaves lo que resulta ya peligroso –como la espléndida escalera de servicio, que da miedo pisar– o pesadillescamente feo. Quizás algún día se encuentren los fondos para restaurar el edificio, no sólo por su función de sede de nuestro principal museo sino por ser una obra de evidente valor patrimonial.
La inauguración del miércoles pasado fue un evento de la moda, porque el MNBA está participando en la revitalización de la zona de Montserrat que fue el centro textil de la ciudad. La misma existencia del museo en la zona se debe en parte a iniciativa de los vecinos, que apoyan otras iniciativas como Proyecto Montserrat, Arte & Moda, que hace días serealizó en la sede de una textil vecina al museo. A mediano plazo, y con explícito apoyo del gobierno de la Ciudad, se está tratando de relanzar el barrio como área de servicios, sede de la moda y de vivienda nuevas.

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