Sáb 03.08.2013
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Acosado por los autos

El Parque Chacabuco tiene problemas con un tránsito que no debería existir. Pese a los años de reclamo, nadie hace caso y todos alegan “problemas de jurisdicción”.

› Por Sergio Kiernan

En el Siglo de las Luces, el 18, se inventaron unas cuantas cosas que hoy parecen tan naturales que cuesta creer que alguna vez faltaran. Que la enciclopedia, que las máquinas, que la producción en serie (o más o menos en serie). Entre las invenciones más naturalizadas está esa de crear una porción de campo urbanizada, un poco de árbol y césped aparentemente silvestre pero dominado para la ciudad. Esa invención se llama parque y fue un elemento transformador de inmensa potencia.

Uno de los asombros de recorrer una ciudad realmente vieja que no haya sufrido grandes mutaciones es, justamente, la falta de parques. Hay plazas, claro, que a la italiana pueden ser un simple ensanche de una calle o una manzana pavimentada con una fuente al medio. Es lo que se ve en nuestra Buenos Aires si se recuerda que la ciudad colonial llegaba hasta Callao y se cuentan los “huecos”. Como esa gran aldea era pequeña, no hacía falta preservar el campo, que arrancaba ahí nomás y era una presencia constante.

Con lo que el parque es una creación de las ciudades grandes, y no extraña aprender que París y Londres, las más grandes de su época, fueran las pioneras. Desde el primer minuto, estos espacios fueron entendidos como lugares de ventilación, reposo visual, esparcimiento, socialización, espectáculo y pausa de amortiguación en la densidad urbana. Londres hasta tiene una serie de parques medianos que nacieron como una imposición de código a los desarrolladores inmobiliarios, que tenían que dejar abierta una superficie casi equivalente a las que podían construir.

El problema de esta simplicidad es que no es unánime. Siempre hay alguien que ve un parque como tierra sin usar, dinero desperdiciado, un potencial ladrillero no satisfecho. Quien piensa así ve cada espacio abierto desde su valor comercial y detesta en el fondo hasta a las veredas. Para esta gente, un parque es un lugar donde no hay edificios y debería haberlos. Esta gente está en el poder en la Ciudad de Buenos Aires.

Lo que explica dos tendencias muy rentables, que sólo en apariencia son misteriosas. Una es la manía de cementar el verde, de crear espacios verdes llenos de cosas, edificaciones, veredas de concreto peinado, trincheras y mobiliario durísimo. Esto se justifica ideológicamente como “espacio urbano” y siempre habrá un zonzo o un interesado que organice un coloquio para validar la idea. Pero resulta que rodear de cemento hasta las raíces de los árboles –los “maceteros” de hormigón armado– es rentable y abre el negocio a las constructoras, donde antes mojaban apenas los jardineros.

La segunda pulsión es la de construir o intentar construir todo el tiempo en los espacios verdes, que ven como “vacíos”. Desde la estación de subte en Las Heras y Pueyrredón hasta la de la plaza Intendente Alvear, pasando por los “juegos de agua” del parque Las Heras, el macrismo no para de batirse con los vecinos para poner algo abajo o arriba de las plazas. Hay millones en juego y también hay una pasión por “mostrar gestión”, construyendo cosas.

Al Parque Chacabuco le está pasando exactamente esto, primero por opción, luego por omisión y, temen los vecinos, mañana nuevamente por opción y peor que nunca. Este parque, que recientemente fue cementado y abastado por ese ministro tan poco convincente que es Diego Santilli, ahora está invadido de autos y los vecinos temen que todo termine en un estacionamiento formalizado, con ticket y tarifa.

El Chacabuco fue parte de ese programa de Gran Ciudad que tomó velocidad para los festejos de 1910. Así nacieron plazas por toda la ciudad y parques como el Centenario, bien planeados y desarrollados con las reglas del gran arte. Observar un mapa de la ciudad permite ver un tejido urbano que se estiraba por la costa, se desarmaba hacia Pueyrredón y mostraba campo entre los todavía pueblos visibles de Flores y Belgrano. Barrios enteros de la ciudad –todos los que se llaman “villa”, por ejemplo– eran loteos alrededor de estaciones ferroviarias que a veces ni se habían construido, y Buenos Aires todavía mostraba arroyos al aire libre. Fue una prueba de imaginación abrir parques y hospitales-parque en lo que todavía era más pasto que otra cosa, una muestra de visión.

Al Chacabuco, en este siglo, le pasaron varias cosas que redujeron su superficie verde. Hace décadas que tiene en el medio un polideportivo al que se le agregó el tajo de la autopista, una escuela y, entre otras muchas yerbas, dependencias municipales de Espacios Verdes, Educación, Cultura, Deportes, Tránsito y hasta AUSA. Estos indicios de fiaca oficial –fiaca de buscar otros lugares, fiaca de invertir en cosas necesarias sin recortar parques– terminaron dividiendo efectivamente el parque en dos y creando una confusión de usos. A esto se suma, ahora, el acoso de los coches.

El Chacabuco tiene cuatro entradas vehiculares, uno por la avenida Asamblea justo al lado de la escuela, dos por Emilio Mitre a la altura de Salas y de Tejedor, y uno por Eva Perón a la altura de Puán. Que un parque de este tamaño tenga accesos y calles internas no asombra, porque cualquier obra que se encare hace necesario movimientos de camiones, por ejemplo. El problema es que el Chacabuco está siendo usado por autos particulares, que entran y salen sin el menor control. Según cuentan los vecinos y muestran las fotos, el tema supera por mucho el uso aceptable de, por ejemplo, los que trabajan en el polideportivo, la escuela, el centro cultural bajo la autopista y otros edificios dentro del parque. Esa presencia de autos es tradicional, nunca fue un problema masivo y tiene horario fijo, de lunes a viernes.

Pero lo que denuncian los vecinos y reflejan publicaciones locales como Chacabuco Cultural es que hasta se hacen “previas” de los boliches el viernes y el sábado a la noche, que el tránsito es constante y que hay que andar atajando a los chicos para que no los pise un auto adentro del parque. Las entradas tienen barreritas que siempre están levantadas, la cabina de vigilancia de una de ellas se usa de depósito y donde se pusieron pilotes para cortar el tránsito se pueden ver las marcas en el pasto por donde los coches rodean esta barrera. Los vecinos afirman que muchos simplemente dejan su auto en el parque todo el día, como en un estacionamiento gratuito, y hasta sospechan que varias de las obras a medio hacer van a formar un estacionamiento formal, con ticket y todo.

Según relata Chacabuco Cultural, los vecinos reclamaron en Control de Tránsito, donde les dijeron que no tienen jurisdicción sobre parques y plazas porque, teóricamente, ahí no puede haber tránsito. En Espacios Verdes les contestaron que tampoco pueden hacer nada, porque no tienen jurisdicción sobre el tránsito. Y en la Comuna local, la 7, se disculparon diciendo que no tienen jurisdicción sobre el parque, ni sobre el tránsito.

El descaso del gobierno porteño es histórico. La Legislatura ya hizo un pedido de informes sobre el tema del tránsito adentro del Chacabuco en 2008, nunca contestado. El Chacabuco no tiene un ente coordinador como lo tiene el Avellaneda, con lo que nadie se hace cargo de la papa caliente. Los vecinos piden que simplemente se restrinja drásticamente el acceso vehicular al parque, dejando abierto sólo un acceso que permita llegar a la escuela, el centro cultural y el polideportivo, con vigilancia de quién entra y por qué. Santilli está de campaña...

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