› Por Sergio Kiernan
Uno debería estar acostumbrado a esta altura, pero los buenos libros crean estas alegrías. La compañía de aguas nacional, llámese OSN o AySA, y hasta en su breve época privada, ya tiene una honrosa tradición de editar para rescatar su historia y su formidable patrimonio. En estos días, la empresa repitió con un libro especialmente cariñoso y bonito dedicado a su sede central, su símbolo y logotipo, que es a la vez uno de los objetos mejor logrados que tiene esta Argentina.
El Palacio de las Aguas Corrientes está dedicado al ensoñado edificio de la avenida Córdoba y, como su largo subtítulo de “De Gran Depósito Distribuidor a Monumento Histórico Nacional” sugiere, es también una breve historia del agua corriente en el país. Es que el saneamiento –como se debe decir– fue en su momento una incorporación tecnológica de vanguardia que los argentinos realizaron a una escala masiva, pocas veces vista. Y, como se arrancó en una época en que todavía la arquitectura era una Gran Arte, de paso se construyó una colección de piezas patrimoniales de primera agua.
Lo más divertido del Palacio es que es un tanque de agua glorificado. Cuando se arrancó con esa novedad de distribuir agua potabilizada por cañerías, el agua se bombeaba de la costa a grandes tanques distribuidos por toda la ciudad –el libro incluye una foto del tanque de la Plaza Lorea, como ejemplo– y de ahí se circulaba a la vecindad por gravedad. La manzana de Córdoba, Ayacucho, Viamonte y Riobamba arrancó como un complejo de tanques de metal, que el edificio todavía guarda en su interior y es un tour fascinante de patrimonio industrial.
Pero el magneto es la “piel” del lugar, el palacio en sí, un gran cuadrado de poca profundidad que acoge, protege y oculta los tanques con cuatro fachadas gloriosas. Este libro contiene la historia de la licitación, planos, dibujos y contratistas, documentando la creación de una pieza de belleza singular. Y no exageramos: hasta el europeo más curtido se queda extasiado al encontrar esta pieza de gran arquitectura utilitaria de fines del siglo XIX. Entre más viajado y erudito el visitante, más elogios derramará sobre nuestro Palacio, como hizo por ejemplo Léon Krier, que todavía agradece que se lo hayan mostrado.
Obras Sanitarias de la Nación arrancó con un ángel especial en cosas de estética. En la página 42 del libro hay una pequeña foto de un favorito personal, la casa de bombas original de la Recoleta, proyectada por el ingeniero Juan Coghlan. El edificio de graciosas y estrictas líneas clásicas estaba más o menos donde hoy se alza la chapucera Flor de Acero en la avenida Figueroa Alcorta. Cuando se decidió mudar la estación de bombeo a Núñez, donde sigue hoy, la empresa no pudo aguantar la idea de perder el edificio, que fue reconstruido allá frente al río con sus máquinas originales. Es una preciosidad singular que demuestra el alto standard cultural que se fijó OSN desde el vamos. La empresa participaba de la idea de Sarmiento de construir para una gran nación “palacios del Estado nacional” que educaran el ojo.
Como siempre, el libro de Aguas y Saneamientos Argentinos SA está muy bien editado e ilustrado por la dirección de Relaciones Institucionales y se nota que su autor es Jorge Tartarini, director de su museo y autor de varias obras sobre este y otros patrimonios. Quien pueda tener este volumen en las manos tendrá un gran gusto, el de ver las famosas mayólicas que dominan allá en las alturas, en primerísimo plano.
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