Sáb 10.08.2013
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La Defensoría habla de los parques

› Por Sergio Kiernan

Algún matemático debe tener una “ley de las excepciones” y hasta una fórmula para calcularlas, pero a ojo de buen cubero se puede afirmar que este “paper”, o librito, o informe oficial participa plenamente de esa cualidad. Es que resulta raro ver un libro generado desde la administración pública que sea realmente interesante, que esté bien escrito y que se sepa que será guardado a mano, para consulta. Es el caso del número 14 de la serie de políticas públicas y derechos que acaba de presentar esta semana la Defensoría del Pueblo porteña, que preside Alicia Pierini.

El tema es el de los parques formalmente declarados patrimonio porteño o nacional, catalogados por ley, un universo que incluye las plazas de Mayo, del Congreso, Lavalle y Barrancas de Belgrano, los parques Tres de Febrero y Lezama, y el Zoológico de la ciudad. El libro tiene un prólogo del defensor adjunto Gerardo Gómez Coronado y un texto de Sonia Berjman, y fue investigado y escrito por un amplio equipo coordinado por Laura Weber, una especialista de estima.

¿Y qué hay en el libro? Una mina de oro para los que se interesan en la realidad física y la historia de esta Buenos Aires. Aquí se puede saber, por ejemplo, que nuestra ciudad tiene medio millón de árboles, 360.000 en sus calles y 140.000 en sus parques y plazas. Se puede entender que la superficie verde urbana bajó ligeramente en términos reales –y no proporcionales–, ya que por cada espacio nuevo se concesionó, vendió o cubrió de cemento otro mayor. Y se puede concluir con el sombrero en la mano que la ciudad que planearon hace algo más de un siglo era una visión con parques y calles sombreadas, mucho menos densa que el loquero que sufrimos hoy, donde nada alcanza.

Buenos Aires empezó a dejar de ser puro campo con la federalización, con lo que el primer héroe de esta historia es Torcuato de Alvear, que desde 1880 presidía la comisión municipal y en 1883 pasó a ser intendente. Alvear es el creador de la ciudad francesa, el primero en impulsar los parques y plazas como los conocemos ahora –y no a la española, como simples espacios vacíos– y el que impuso el criterio de que el verde era una necesidad social absoluta. Con la pelota en movimiento, en 1891 se recluta a Carlos Thays, que nos creó 22 espacios nuevos y remodeló 27 ya existentes. Su obra como director de parques y espacios verdes, incluyendo los parques Centenario, Patricios y Chacabuco. En esos años, preparando el Centenario, se sembraron las plazas de obras de arte de primera calidad. Y se plantaron 100.000 árboles en las calles.

A estos tiempos heroicos les siguieron años de improvisación que nos traen a nuestro pálido presente. Los parques de Thays o de Benito Carrasco abundan en especies nobles, de crecimiento lento, lo que muestra una inversión al futuro hoy ausente. Puerto Madero, por ejemplo, muestra paraísos y árboles “lentos” en sus calles arboladas hace décadas, pero sus espacios nuevos están copados por álamos, que crecen rapidito y pueden comprarse ya crecidos. La misma frivolidad se encuentra en el reemplazo de árboles: donde cae uno de madera dura se pone uno blandito.

El informe también subraya el mal uso actual de parques bien pensados para otras abrasiones. Estacionamientos, dársenas vehiculares, rampas, juegos, kioscos de bicicletas, tachos de basura sobredimensionados, son algunos de los agregados que degradan parques y plazas. Los autores señalan casos como el de la plaza Lavalle, donde hombres prácticos cavaron un estacionamiento y dejaron un espacio verde que nunca más volvió a funcionar como se debe, anodizado y medio que “no lugar”. Más reciente es la obra de la Recoleta, donde se cambiaron calzadas y veredas, se instalaron las ya famosas bolas de cemento de Chain y se destruyó a martillazos la escalinata de mármol de Buschiazzo en el cementerio.

Un peligro señalado es la vejez de los árboles urbanos, muchos plantados hace más de un siglo. La impericia del actual gobierno porteño, que piensa que las podas se hacen a los golpes y en verano, hace temer por lo que vaya a pasar con este patrimonio urbano esencial. Como para que los ciudadanos tengan sus armas, el informe de la Defensoría recorre los puntos salientes de la normativa sobre el tema, explicando las leyes generales, los derechos constitucionales al ambiente y los espacios protegidos especialmente.

Pero la mayoría de las páginas se dedican a cada uno de los parques históricos, con una reseña histórica, un resumen de las leyes específicas y un diagnóstico de su situación actual. Las fotos de cada capítulo permiten ver el descanso en que viven algunos de estos parques, con veredas rotas, mobiliario rotoso, ocupaciones de todo tipo y usos indebidos hasta generados por la misma ciudad. La plaza Lavalle se destaca por la inquina con que el macrismo la anduvo tratando: el pasto escasea, las pintadas abundan y a la tontera del ascensor hacia el subte que nunca funcionó se le suma una estación de bicis, cosa de ocupar espacios.

No es común, como se dijo, que un ente oficial genere bibliografía de interés general. Esta publicación es una bienvenida y muy útil excepción.

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