Sábado, 7 de diciembre de 2013 | Hoy
Las esculturas que rematan el Congreso están siendo restauradas y refijadas, mientras se preparan las réplicas de Lola Mora.
Por Sergio Kiernan
Mientras se dan los últimos toques para descubrir las réplicas de las piezas de Lola Mora, reubicadas en su frente después de 98 años, el Congreso Nacional está tratando otros de sus grupos escultóricos. Es que la restauración de este magnífico edificio, que comenzó hace un año, gracias al presidente de la Cámara de Diputados Julián Domínguez, está recuperando las techumbres del Palacio y entrando en sutilezas con las Victorias aladas que le dan ritmo al conjunto.
El único problema que se puede encontrar a las piezas que Víctor Pol fundió en 1914 es que se las come el edificio, de tan vasto que es. Caminar por los techos y verlas de cerca, como se puede ver una escultura pública en un parque, es un sacudón. La escala es inmensa, la calidad un parámetro ya perdido. El Congreso es una criatura de su época, anterior a esa idea tan pobre que descarta el ornamento, y es por lo tanto un caso de arquitectura parlante. El Palacio está tramado de piezas ornamentales de piedra tomadas del vasto lenguaje clásico que ahora rechazamos, más un sistema completo de esculturas. Por un lado, en los remates de fachada, hay unas damas muy guerreras ellas, de casco y cimera. Por el otro, el conjunto remata en cinco grupos escultóricos particulares.
Uno es la cuadriga de gloria sobre el frente, remontando el noble pórtico y llevando como “adelante” el edificio, que resume la tradición y la acción legislativa de la república. Los otros cuatro están, en pares, sobre las esquinas del edificio-manzana, anunciando estas acciones a los cuatro vientos. Estas piezas son canónicas: una dama de fuerte perfil romano, alada, de toga, con una trompeta sin pistones y sosteniendo una rama de laurel en la mano izquierda, sopla alegre en compañía de un hijo, también alado, que la mira y sostiene una tea.
La perfección de las esculturas es completa, arrancando del juego de volúmenes, siguiendo por lo convincente de las alas de la madre y el contraposto del niño, y terminando por el bello detalle de texturas. Es del tipo de piezas que no amarretea trabajo, que fue creada para ser vista de cerca aunque se sabía que se instalaría allá arriba, allá lejos. Su calidad es tal que, tras un siglo a la intemperie, las reparaciones fueron relativamente menores. Quien pase por el Congreso en estos días podrá ver todavía los andamiajes que permiten los trabajos de limpieza y restauración, y el de consolidación de las fijaciones. Intervenciones anteriores habían creado mezclas de metales de mal pronóstico, que terminaron dejando algunos de los conjuntos apenas sostenidos por su peso.
Es difícil exagerar la importancia de los trabajos en la sede del Legislativo, pero la sorpresa es ver el aprecio que despertaron en la misma casa. Este jueves se hizo la sesión preparatoria de la Cámara de Diputados, en la que juraron los nuevos miembros y se eligieron autoridades para los próximos dos años. Domínguez fue reelecto y cada jefe de bloque, como es tradición, anunció su voto en un muy breve discurso. Lo notable, lo original, es que cada uno de ellos mencionó la restauración del edificio como un logro del diputado. Debe ser la primera vez en la historia política del país en que el patrimonio es mencionado con ese rango y en ese contexto.
Los diputados que se fueron, sea dicho de paso, se llevaron de recuerdo un bello libro sobre los trabajos realizados. Coordinado por el arquitecto Pedro Delheye y con fotos de Gabriel Cano –autor también de las de esta página– el libro fue realizado por el equipo de prensa de la presidencia de la Cámara y resultó, al final, un presente realmente exacto.
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