Sábado, 9 de agosto de 2014 | Hoy
El corralón de Floresta, oficialmente destinado a ser espacio verde, es usado como estacionamiento de los micros para tours de compras. Más accidentes en obras sin control.
Por Sergio Kiernan
Hace un siglo, el Municipio de Buenos Aires compró un gran terreno en un lejano andurrial, más baldío que otra cosa, de la Avenida Gaona al 4600. Ese oeste porteño era más campo que ciudad, con Villa del Parque y Villa Devoto en estado de loteo, a un peso la vara de frente y facilidades, y el tranvía haciendo posible mudarse por ahí. Pero como en 1911 se pensaba la ciudad a largo plazo, no como ahora, se construyó ahi un corralón para el servicio de limpieza del barrio. Por eso se instalaron caballerizas, galpones para los carros de barrendero y las chatas de la basura, un taller de maestranza y un departamento de veterinaria. Ya en 1965, cuando los baldíos eran una rareza, se planteó mudar al lado sur el corralón y hacer una gran plaza, algo todavía indispensable en esa zona asfixiada por la falta de verde. Lo que acaba de ocurrir con el corralón es en violento constraste con la previsión de nuestros ancestros y con lo que lograron los vecinos en estos años. Donde algunos vieron un parque y lograron una escuela y un espacio cultural, los burócratas de hoy autorizaron un estacionamiento para micros que ni siquiera deberían ser autorizados en el lugar.
En 2008, gracias a la energía de los vecinos, parte de la manzana del corralón fue usada para una escuela secundaria, otro déficit de Floresta. En el resto del terreno se hicieron cosas como instalar una escultura que recuerda a Maximiliano Tasca, Cristian Gómez y Adrián Matassa, los pibes asesinados por un policía en el violento diciembre de 2001. El asesinato ocurrió a pocas cuadras, en la estación de servicio de Gaona y Bahía Blanca. También hay actividades culturales de todo tipo, reuniones sociales y hasta un laboratorio de arqueología urbana de la UBA. Como el patrimonio no es apenas edificios con próceres asociados o palacetes, el equipo investiga las huellas del pasado del corralón y del barrio, con lo que no extraña que esa manzana sea parte del patrimonio cultural urbano de Floresta y desde marzo de 2012 sea sitio histórico por ley porteña. Para completar la imagen, hay que saber que desde 2000 esta manzana tiene el rango de Urbanización Verde en el nuevo código, con lo que la idea era siempre dejarla abierta. Y en 2006, gobierno porteño y vecinos se pusieron de acuerdo en crear una Plaza Cultural en el lugar, caso único de proyecto consensuado entre el público y el Ejecutivo.
Pero algún genio de la burocracia de la Comuna o del gobierno porteño decidió que el corralón podía solucionar un problema más inmediato, el de los micros enormes, de larga distancia, que traen tours de compras a Floresta. Como se sabe, el patrimonio del barrio está siendo destruido por los outlets, segunda selección y demás boliches con descuento que pululan sin el menor control. Las calles, pensadas para una baja densidad, residencial y tranquila, están completamente desbordadas con coches estacionados en ambas veredas, sin que nadie parezca notarlo. Pero también se organizan viajes de compras desde el Gran Buenos Aires y el interior cercano, con lo que Floresta vive invadida de micros que llegan sin ton ni son y esperan varias horas a que los turistas hagan sus compras.
¿Dónde ponerlos? Pues en el corralón, con lo que la Ciudad no sólo no controla este abuso del espacio público sino que lo acomoda dándole un parking municipal en un lugar que debería estar parquizando. El caso es particularmente irónico después del anuncio electoralero de que el PRO va a llenar Buenos Aires de plazas y llegar al millón de árboles. El corralón de Floresta es de los pocos espacios donde se podría hacer un parque, pero lo llenan de ómnibus.
El 23 de julio, un obrero de la construcción fue aplastado por una máquina en un obra de Parque Patricios y murió de un modo francamente horrible. Dos días después, el 25 de julio, murió otro albañil y uno fue seriamente herido cuando se derrumbó un cimiento en lo que sería una torre en la calle Salta, cuyos empresarios se ahorraron unos pesos en obras previas de seguridad. Este martes volvió a pasar en la calle Juana Azurduy, de Núñez, con una losa que se vino abajo y dejó cuatro heridos. En todos los casos, el sindicato de los albañiles, la Uocra, había denunciado las obras por irregularidades. En todos los casos hubo inspecciones, en todos los casos siguieron los problemas, las ilegalidades.
El actual gobierno porteño siempre se escuda atrás de un aparente sentido común y dice que no se puede tener un inspector en cada obra. Pero el sentido común indica que no es necesario hacer semejante tontería, ya que basta con “crear ambiente” e inspeccionar regularmente, ser firme y punir a los vivos. Nada de esto ocurre, por la histórica dificultad de controlar a los controladores y por el gran cariño que les tiene el macrismo a los especuladores inmobiliarios. Cada límite a la altura, a la densidad, al bodoque, fue una conquista de los vecinos y las ONG del patrimonio y la calidad de vida. Pero estos grupos no pueden inspeccionar obras y la vigilancia de la Uocra parece no alcanzar para detener la tendencia.
Que ocurran tres accidente graves en alguito más de dos semanas muestra que los controles volvieron a aflojar, después de un período de cuidado tras los graves accidentes del año pasado. Evidentemente, todo el mundo se portó un poco mejor por un tiempo, hasta que pasara el escándalo, y ahora todo volvió a la normalidad: un obrero muerto o herido es un costo, algo para hablar con el seguro, nada muy complicado. Mauricio Macri, Daniel Chain, Héctor Lostri y toda la cadena de control de obras lo saben, porque todos son profesionales del rubro, constructores, especuladores, empleadores de albañiles. Ya nada los sorprende.
El Ministerio de Cultura de la Nación ya tiene en imprenta el segundo volumen de su serie sobre el patrimonio edificado del país, una alegría para todos los que vieron el primer volumen. Es que la colección no es apenas un libro completo, sino un trabajo de relevamiento notable, de una escala jamás intentada en Argentina, algo que trasciende una edición puntual y felizmenta amenaza ser una herramienta para entender mejor el tema a nivel federal. Para dar una idea, el primer tomo dio en 400 página un buen panorama de nuestra arquitectura colonial y criolla, pero el segundo tuvo que ser dividido en dos libros de 800 página cada uno. Con lo que el segundo período a tomar, el de la primera arquitectura argentina de influencia europea, cuadruplica el arranque de la colección.
Es una suerte que la gestión de Teresa Parodi le dé continuidad a este proyecto que pilotea el director de Patrimonio y vicepresidente de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, Alberto Petrina. Según trascendió, se trabaja también en darle todavía más amplitud a este banco de imágenes e información con una base digital y una versión para las escuelas, algo que enseña desde el vamos a valorar el patrimonio.
La mentalidad comercial de la gestión del PRO es apenas disimulable, pero a veces llega a la autoparodia cuando se descuidan en los detalles. Un lector de este suplemento tuvo recientemente que pagar multas de tránsito e hizo un descubrimiento francamente inquietante sobre las prioridades de Mauricio Macri y sus minions. Resulta, descubre el lector, que pasar semáforos en rojo, llevar chicos en el asiento delantero o hablar por celular con el auto en movimiento son de las cosas más baratas que se pueden hacer al volante en la Buenos Aires macrista. Lo que es realmente caro es dejar vencer la tarjeta del estacionamiento medido, aunque sea por unos minutos. El lector, que acompañó su descubrimiento con copias de lo que pagó, explica que con lo que se gasta en una multa por mal estacionamiento o por ticket vencido se puede pasar dos veces por semáforos rojos, o pasar por un semáforo en rojo mientras se usa el celular, o hablar por el telefonito con un chico en el asiente delantero. Es que el mal estacionamiento se multa con el doble de dinero que las maniobras que ponen en peligro a los demás. La diferencia es que el estacionamiento es un negocio del que vive más de uno.
El patrimonio edificado genera una gran cantidad de actividades culturales participativas, lo que no extraña en un tema que en esta década pasó del monopolio de especialistas a la preocupación vecinal. Este miércoles, a las 19, la Librería Concentra presenta un ejemplo de esto, el libro Los paseos públicos de Buenos Aires y la labor de Carlos León Thays (h), 1922-1946, de Sonia Berjman. El primer Thays, Charles, creó una verdadera marca de fábrica en materia de diseño de paisajes, y también una dinastía de arquitectos y diseñadores. Por eso, en la presentación estarán la autora, Carlos Thays III y IV, Roxana Di Bello y el especialista en patrimonio Marcelo Magadán. El evento incluye la presentación del proyecto de ley para nombrar una plaza con el nombre del Thays sujeto del libro, y es libre y gratuita en la sede de la Sociedad Central de Arquitectos, Montevideo 942.
Para el sábado que viene, se puede hacer una visita de lujo a un edificio literalmente único en el país. El palacio del Congreso Nacional, se sabe, está siendo cuidadosamente restaurado en el proyecto PRIE, creado por el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez. Los resultados ya se notan y lo que era un edificio tristón y maltratado está volviendo a un espelendor ya olvidado. Como parte del proyecto, las visitas guiadas al palacio se extendieron a los fines de semana y ahora se agregó un tour con guías de lujo. En el estreno, el guía será Fabrio Grementieri, autor de muchos libros y muchos más artículos sobre nuestr patrimonio arquitectónico. En las visitas siguientes, se verá a Martín Rocco, Laura Malosetti Costa y Felipe Pigna. Siempre a las 11 de la mañana y reservando lugar en el 4127-4610.
Finalmente, el 22 de agosto la Cátedra Unesco de Turismo Cultural Untref-Aamnba marca los veinte años de un proyecto que en su momento generó polémica, el que trata de la Ruta del Esclavo. El organismo cultural de las Naciones Unidas buscó destacar la parte americana del Tráfico Atlántico, el que trajo millones de africanos como cautivos y cambió nuestra cultura para siempre. Para el aniversario, la Cátedra, la universidad de Tres de Febrero y la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes invitan a un debate a las 18 en la sede del auditorio, Alcorta 2280.
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