Sábado, 11 de octubre de 2014 | Hoy
Por Jorge Tartarini
¡Uy, mirá, son iguales! La condición arquitectónica de edificios gemelos, entre nosotros nunca fue del todo bien vista. Verlos causaba una sensación parecida a la de ver dos niños igual vestidos. Mezcla de rareza y aburrimiento. Pobrecitos, uno se decía. Atados a la imaginación fatal de sus padres. Por aquí, la condición posee antigua data, y se originaba más por pragmatismo y economía de medios que por estética edilicia o búsquedas formales y, naturalmente, más por imposición de los comitentes –sean éstos propietarios o funcionarios– que por gusto de los profesionales. Se ha hecho uso y abuso del término gemelos y se ha incurrido en repetidos errores. Se ha hecho pasar por gemelos a edificios mellizos o bien a simples parientes. E incluso lejanos. No señor, para ser gemelos deben ser idénticos y, en lo posible, a una distancia que haga visible la réplica. Por ejemplo, es erróneo decir que el Palacio Barolo de Avenida de Mayo tiene su gemelo en el Palacio Salvo de Montevideo. Ambas creaciones de nuestro admirado Palanti poseen inocultables semejanzas estilísticas, pero son casi mellizos y gracias. No abundaré sobre la teoría de la gemelaridad porque sobre el tema existen tratados –mayormente franceses y decimonónicos– donde el lector podrá abrevar (Traité sur l’architecture double et autres bizarreries, París, 1891).
Estos raros textos incluso poseen capítulos sobre edificios impares que podrían haber sido gemelos. Tal el caso del proyecto de un edificio similar a la ex sede del Ministerio de Obras Públicas de la Nación, que iba a oficiar junto con éste como monumental pórtico de acceso a la ciudad desde el sur. Con ello se salvaría la posible demolición del MOP a manos de la 9 de Julio. El autor fue el arquitecto Belgrano Alberto Blanco; de ambos, del construido y del que quedó en el papel. Lástima.
Otro capítulo habla sobre mellizos fusionados (batiments jumeaux fusionnés). Serían edificios muy parecidos que fueron construidos a corta distancia y que, merced a operaciones de composición arquitectónica de alto vuelo, quedaron integrados en edificio único. Vuelvo a ejemplos citados en estas páginas, como fue la Estación Once de Septiembre, y de su condición actual lograda a expensas del arquitecto John Doyer, quien introdujo un cuerpo central para vincular funcional y estilísticamente a dos edificios preexistentes de similares características sobre la avenida Pueyrredón. Otro ejemplo es la Bolsa de Cereales en un extremo y la propia estación ferroviaria sobre la otra esquina, sobre la plaza. Excelente trabajo. Otro caso criollo podría adjudicarse a Francesco Tamburini, por su conocida intervención en la Casa Rosada, ya que los dos edificios que vinculó con su magnífica intervención eran externamente casi análogos. Nos referimos al Palacio de Correos y a la Casa de Gobierno anterior, obras de los arquitectos suecos Carl Kihlberg y Henrik Aberg, respectivamente.
Uno de los capítulos más extensos de estos tratados es el referido a edificios industriales gemelos y mellizos, algo lógico si hablamos de emergentes del fenómeno industrial y como tales de naturaleza repetitiva, que involucraban sistemas y que se trasladaban desde los países industrializados hasta los más apartados confines. Para no hablar de fuentes ornamentales de fundición que tienen mellizas (en rigor réplicas) por todo el mundo. En los barrios porteños, mellizos de patrimonio industrial existen, aunque no cerca uno de otro. Se trata de los grandes depósitos de gravitación de Caballito y de Villa Devoto, construidos rápidamente por Obras Sanitarias de la Nación en 1915 y 1917, casi idénticos y con idéntica capacidad (72 millones de litros de agua) y para ayudar al Gran Depósito de Avenida Córdoba (1894) en el abastecimiento de la ciudad.
Si de construcciones veloces y de mellizos aparentes hablamos, la cita del conjunto monumental que forma el Casino y Hotel Provincial de Mar del Plata resulta ineludible. Una similitud que, lejos de incomodar, conforma un complejo de ramblas, recovas y plazas, con valores testimoniales, urbanos y paisajísticos únicos en nuestro país. Una de las grandes creaciones de don Alejandro Bustillo.
Sin alcanzar el rango identitario de este frente costero marplatense, pero sí de piezas valiosas del patrimonio porteño, están “Las mellizas”, dos edificios sobre Paseo Colón que hoy albergan el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, inaugurados en 1919 y 1929.
Gemelos desaparecidos abundan. Como la demolida cervecería Don Juan de Garay, edificio gemelo de la construcción Brisas del Plata, hoy en pie, ambos proyectados por el arquitecto húngaro Andrés Kalnay (1928). O bien la antigua sede de la Facultad de Medicina en la avenida Córdoba, un edificio gemelo proyectado por Tamburini (1885), hace mucho destruido.
Dejando la arquitectura del historicismo y las bellezas húngaras y marplatenses, bien podría merecer un capítulo el ítem “gemelos asesinos”. No hay más que trasladarnos a La Plata para ver las torres que flanquean el elegante Palacio Municipal –proyectado en Prusia en 1881 por el arquitecto Huberto Stier– para ver la magnitud del desastre.
Los mellizos, gemelos o réplicas arquitectónicas desde la antigüedad han convivido con nosotros. Desde los complejos piramidales de Tikal de la cultura maya, pasando por los palacios gemelos del Belvedere en Viena, y llegando hasta las malogradas Twin Towers del WTC y las Torres Petronas de Kuala Lumpur. Religión, creación arquitectónica o simple reiteración. Elegantes, aburridas, agresivas.
Un fenómeno que hace tiempo perdió su condición de tal, aunque no del todo... a juzgar por las caras de algunos padres frente a ecografías inapelables, o bien de ciertos transeúntes ante mellizos edilicios que, para bien o para mal, llaman su atención.
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