Sábado, 21 de marzo de 2015 | Hoy
Por Sergio Kiernan
Quien busque por el mundo libros sobre patrimonio encontrará una gran cantidad, en cuanto idioma existe en este sistema solar, que son en realidad catálogos. Estas obras tienen una gran cosa en común, el coleccionismo completo de algo que uno ama, quiere compartir y quiere conservar. Es un agradable virus que contagia a los mejores y termina en productos que uno quiere también. Es lo que pasa con el libro Casas de Tigre, patrimonio arquitectónico, que acaban de reeditar los arquitectos Fernando Giesso, Estela Kliauga, Lydia Michelena Crook y Nora Roncal. Y hasta eso de “reeditar” tiene su cuento, porque el libro es producto de una historia de amor que ya lleva sus 25 años.
A fines de los ochenta, Giesso y su gran amigo y colega Roberto Mezzera empezaron a salir en bote por los meandros del Tigre, con una cámara y un block. La idea era ver casas de interés arquitectónico y, como les pasa a los que se tientan con estas cosas, se encontraron un buen día con una gran cantidad de material. Recién en 1997, y con apoyo del Fondo Nacional de las Artes, ese material se pudo editar como libro y los afortunados que lo encontraron y compraron no se pudieron olvidar más. Es que ese primer “Tigre” era un abridor de ojos a un patrimonio finamente escondido que aparecía como coherente, extenso y mucho más variado de lo que se imaginaba hasta el más baqueano.
Esta reedición, dedicada al fallecido Mezzera, es un avance en profundidad en la tarea de redescubrir este patrimonio. La profundidad se extiende hasta el cambio del bote por una lancha, lo que llevó la catalogación hasta el mismo borde del Paraná de las Palmas. Y también a una batería de fotos de época de varias casas muy viejas, que se suman a las modernas, los dibujos y en algunos casos hasta las plantas.
El Tigre, se entiende al minuto, es un lugar realmente especial que tenemos la buena fortuna de tener al lado. Para empezar, es un laberinto, formato geográfico que siempre atrae, y uno que permite la combinación de navegar con tener quinta. Este doble uso fue simplemente irresistible para nuestros bisabuelos victorianos, los de la Argentina que empezaba a enriquecerse y que empezaban a descubrir novedades como el deporte, el ocio y el exotismo. En Tigre hasta había palmeras.
Con lo que este campo peculiar y vecino terminó participando del
boom de la ciudad porteña, como un primer suburbio poblado de clubes de remo y regata, y centro turístico. La ciudad en sí, sobre el río Luján, creció mucho y se fue extendiendo por riachos y canales en una sucesión de quintas, casas y cabañas que siguen ahí. Lo que llama la atención de estas edificaciones variopintas es la imaginación de su diseño, una cierta alegría y despliegue que se siente hasta en la prefabricada más simple. Es lo mismo que se puede ver en fotos viejas de la demolida Mar del Plata, más o menos contemporánea del Tigre, y por las mismas razones.
Lo que hicieron Giesso y sus socios en ambas ediciones fue poner un poco de orden en estas percepciones agradables pero mezcladas. La actual edición, mucho más amplia, remata este proceso y se transforma en una verdadera guía, con mapas detallados. El libro arranca primero con una serie de textos sobre el Tigre, su historia y su arquitectura, y luego se divide claramente en dos partes. La primera toma las casas de la ciudad; la segunda, las de las islas, un sentido común inmediato. Luego, cada sección está dividida por estilos, una clasificación que permite hasta la diversión de engranar y discutir que esa Tudor termine de pintoresquista. Eso es un síntoma de lectores que se toman en serio la obra.
Una primera sorpresa es que Tigre tiene nada menos que tres casas coloniales en muy buen estado de conservación. La más impactante es la de Esmeralda y Liniers, de aproximadamente 1800, con una notable entrada en la esquina. Luego viene un batallón de italianas, que incluye algunas de envidiable antigüedad, como la de los Calzadilla, de 1856 (y de paso, la cantidad de edificaciones de primerísima agua de la segunda mitad del siglo 19 indica que el desarrollo argentino fue más rápido de lo que quedó instalado en el imaginario colectivo).
Tras las academicistas –una mayoría de las cuales también son italianas– vienen las pintoresquistas, las más asociadas con el Tigre. Este es un regimiento de casas con fuerte inspiración británica en techos de ángulo agudo, half-timbers, dormers y galerías panzonas, dignas de la India. Como esto es Argentina, paraíso del eclecticismo, esto aparece mezclado con torrecitas de Italia del norte, combinado con pórticos rusticados o bajo techumbres vagamente alpinas. Estos elementos hasta aparecen en la sección más original, la de las casas vernáculas, que muestran una fuerte impronta inglesa hasta en los diseños más modestos.
La segunda parte, la de las islas, repite este sistema y se expande enormemente en el capítulo de las prefabricadas, aquí llamadas “mecano”. Esas páginas incluyen muchas piezas ya desaparecidas, varias “arrasadas por el río” y otras por la de-
sidia, y un sorprendente número de casas en impecable estado de conservación. También hay una agradable colección de puentes y embarcaderos, y hasta un género de construcción rarísimo entre nosotros, el de la casa flotante.
En fin, una suma de tesoros que descubre una historia a través de los edificios conservados, sistemáticamente bonitos y en algunos casos realmente notables. Hasta da ganas de encontrar una lancha y salir a buscarlos.
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