El daño es evidente, pero no se sabe realmente qué lo causó. Un equipo interdisciplinario de entes nacionales, de la ciudad y privados, intenta resolver el misterio de la iglesia rajada.
Una coproducción entre entes porteños, nacionales, universitarios y privados está trabajando en salvar uno de nuestros templos más antiguos, la iglesia de San Ignacio. Hablamos de patrimonio en serio: el primer edificio es de 1675 y el actual fue inaugurado en 1722. El templo jesuítico está rajado y apuntalado con una estructura tubular que corta la calle Bolívar y sostiene su fachada y su atrio, mientras que anclajes horizontales aseguran la espadaña. Nadie está seguro de que la iglesia estuviera realmente a punto de derrumbarse, pero con buen tino la Guardia de Emergencias de la Ciudad no quiso correr el riesgo y aseguró la estructura con notable rapidez.
Con los estudios todavía en andamiento sólo se puede arriesgar un diagnóstico parcial de lo que pasa con San Ignacio. Al parecer, la torre norte –a la derecha de la fachada y la más antigua de las dos– sufrió un descenso diferencial. Esto es, se hundió, lo que de por sí arrastra y parte la fachada. El cañón corrido de la nave central se dilata y contrae, ayudado por un techo a dos aguas agregado tardíamente. Esto genera grietas horizontales, claramente visibles en el segmento donde la nave se une a la fachada, encima del coro. Este movimiento pone en riesgo la espadaña, que corría serio riesgo de caída y fue asegurada.
Todos sabemos que Bolívar dejó de ser calle de colectivos después de que San Ignacio entró en emergencia. La constante vibración fue ciertamente un factor de deterioro del edificio de ladrillo y mampostería, pero no el único. Un equipo interdisciplinario está tratando de establecer las causas profundas de la crisis.
San Ignacio es parte del espléndido sistema que construyeron los jesuitas entre las pampas y California. Juan Krauss fue autor del proyecto y los padres Juan Woolf, Pedro Werger, Andrés Blanqui y Juan Bautista Prímoli –un típico equipo multinacional de la Compañía de Jesús– realizaron la obra entre 1712 y 1722. El templo tiene la típica planta en cruz, con naves laterales con arquería y un primer piso abierto al espacio central. El estilo es clásico con decoración barroca y altares destellantes. La fachada presenta una triple arquería con pórtico entre dos columnas y grandes ménsulas invertidas, con la fachada rematada por la espadaña coronada por dos copones.
El edificio sufrió modificaciones con los años. Primero, el arquitecto Senillosa le agregó la torre sur. Luego, hacia fines del siglo XIX, fue europeizada en esa moda furibunda que nos dejó el centro viejo repleto de iglesias barrocas y españolas por dentro, y clásicas e italianas por fuera. Como artefacto histórico, esa esquina de Alsina y Bolívar, en plena Manzana de las Luces y pegadito al Nacional de Buenos Aires, vio absolutamente toda nuestra vida política, de cuando éramos una capitanía gobernada desde Lima.
San Ignacio tiene un subsuelo interesante. Justo abajo del altar pasa uno de los tantos túneles que criban la zona, túnel sospechoso por estar inundado. Los técnicos también andan revisando sótanos vecinos a la torre para determinar si hay pérdidas serias de agua en la red cloacal o de agua potable que puedan minar sus cimientos. El Ejército aportó un georradar para hacer un primer mapeo subterráneo, de resultados ambiguos.
El templo exhibe hoy dos calicatas, pozos de sondeo de suelos, realizados por voluntarios del Instituto de Arqueología Urbana de la FADU. En uno de ellos, ocultos bajo un altar, se expusieron los cimientos y el basamento de un pilar realizado en piedra, probable restos del pequeño templo original de 1675, del que se conservan algunos muy bellos fragmentos de fachada. El segundo está siendo realizado al pie de la torre, justo abajo de una de las grietas más graves, y lo primero que se descubrió, justo abajo del pavimento de hidráulicos, es parte de la instalación de alumbrado a gas. La investigación busca evaluar las patologías del edificio. Luego viene el tema del diagnóstico y las soluciones. Y más tarde el muy peliagudo de quién paga una reparación que promete ser cara. En el trabajo están involucrados la Guardia de Auxilio, la FADU, la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, la Dirección Nacional de Arquitectura, la Dirección de Casco Histórico de la Ciudad y la Secretaría de Patrimonio porteña, además de un activo grupo de profesionales voluntarios centrados en la parroquia.
Ver de cerca las grietas asusta. El coro ya está partido y un testigo parcial en la rajadura del piso muestra que se siguió expandiendo. Hay arcos partidos y una rajadura vertical que sube por la fachada y se ramifica, siniestra. Todo el conjunto está apuntalado.
Los voluntarios necesitan ayuda y piden topógrafos, cadistas, calculistas, dibujantes y un cineasta que haga un seguimiento de los trabajos. Los que quieran participar en resolver el problema y salvar una pieza invaluable se pueden comunicar al
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