Sáb 13.12.2003
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Donde todo comienza

La silla es el elemento básico del mobiliario y, curiosamente, el comienzo de tantas carreras de diseño. El arquitecto y diseñador de mobiliario Ricardo Blanco acaba de editar su libro Sillopatía, dedicado a un objeto de culto que le encanta y que define.

› Por Luján Cambariere

“Objetivamente, la silla es una pieza de diseño interesante, rica, que tiene muchas alternativas, se rediseña permanentemente y se estructura en base a pocos elementos. Una estructura mínima en donde todo es necesario y funciona. En ella deben darse una conjunción de estructura, estética y materiales, tres valores que permanentemente están involucrados en un juego apasionante en términos intelectuales. Ese es mi pensamiento racional”, explica el arquitecto Ricardo Blanco.
“Pero no nos olvidemos de que la silla es uno de los muebles, uno de los pocos objetos que van quedando, que tienen la memoria colectiva. Basta pensar primero en la silla de cuatro patas, después en la X plegable que ya conocían los egipcios, y que esa tipología recién cambia con la Cantilever de Marcel Breuer realizada en el siglo pasado. Así llegamos a la conclusión de que pasaron siete mil años para cambiar la tipología. Algo debe tener de difícil, de ajuste, para que siga siendo una silla pero distinta a otras.”
En la FADU de la Universidad de Buenos Aires es director del Area de Proyecto Objetual, director y profesor de la carrera de Diseño Industrial y director y docente del Posgrado de Mobiliario. Además es curador de la Sección de Diseño del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y fue nombrado académico de número en la Academia Nacional de Bellas Artes. De su labor profesional se destacan el mobiliario de la Biblioteca Nacional, equipamiento para hospitales y para escuelas municipales. Sus trabajos fueron publicados en Design Journal (Corea), Modo (Italia), Design Yearbook (Inglaterra), entre otros, y es premio Konex de Platino 2002 y Premio Konex 1992 a las Artes Visuales, Diseño Industrial. Pero sobre todas las cosas, Blanco es un obsesionado por las sillas, uno de sus máximos objetos de pasión, estudio y orgullo.
“Desde mi época de estudiante percibí, sentí, que los grandes maestros trataban de hacer la silla. Lograr esa pieza que eliminara a todas las otras. Tal vez porque ese era el pensamiento del movimiento moderno, llegar a la excelencia de una pieza y eliminar todo lo demás. Desde el principio, me di cuenta de que esa meta era muy difícil de lograr. Que era una carrera un poco delirante. Pero igualmente me decidí a hacerlo por otro camino. No por la búsqueda de la silla sino de hacerlas todas: alguna iba a ser la mejor. Es como encontrar el árbol más gordo en el bosque, si tirás abajo todo, seguro que lo vas a encontrar. Después, los desastres que se hacen... Pero ese es otro problema.”
Hoy, después de años de gestación, su bosque vio la luz traducido en un libro muy esperado, Sillopatía, presentado este jueves en el Museo Nacional de Bellas Artes. Editado por Editorial Argentina, condensa en forma de ilustraciones en blanco y negro 240 piezas de su autoría entre butacas, bancos, sillas de ducha, bancos de espera de hospitales o plaza, entre otros, y reflexiones que invitan a analizar este objeto de culto que es la silla, sobre todo para los diseñadores.
–¿En las sillas se juega el virtuosismo del diseñador?
–Sí, hay algo así. Una serie de factores que la convierten en una pieza clave. Como todo producto de diseño, parte de la necesidad. Lo que sucede es que para mí hacer una silla no es resolverle una necesidad a la gente, porque ya la tiene resuelta, hay sillas de tres pesos. La necesidad de hacer una silla es mía. Es crear “esa” silla, “la” silla. Por eso, además de haber hecho muchas para distintas empresas, cuando me invitan a participar en eventos siempre doy respuestas a través de sillas. Para la reciente inauguración de la empresa de mosaicos Murvi hice un asiento, la vaca...Muuurvi, se llamaba. Cuando se celebraron los 50 años de La metamorfosis de Kafka hice otra silla. Ahora estoy haciendo unas que tienen que ver con obras de arte.
–¿Se vuelve algo obsesivo? –Sí, pero es placentero y con mucho control. Siempre trato de saber cuál es la operación que se hace atrás de esa silla. Si es literal, si es proyectual, si tiene que ver con ciertos rasgos teóricos de la posmodernidad o el sarcasmo. Trato de tener un control muy riguroso en términos intelectuales.
–¿Todas cumplen con cierta condición de funcionalidad?
–Sí, la silla es algo donde uno se sienta, por eso tiene que estar presente cierta comodidad relativa que uno puede aguantar. Aunque he hecho también experiencias de sillas para no sentarse. Como encontrar la negación de la función específica de algo que todos leemos como una silla pero que no lo es.
–¿Cuál es la parte más difícil de diseñar una silla?
–Puede parecer soberbio, pero a esta altura no siento que se me haga difícil porque ya es parte de un entrenamiento. Pero sí hay partes difíciles, que son generalmente las que ataca la gente joven para ser novedosa y por algo no llega a novedad. La silla es una estructura que está al límite siempre. Yo desafío a que cualquier silla sea calculada por un ingeniero y seguramente no dará lo que es la realidad, le va a dar el doble o triple de secciones o vinculaciones.
–¿Cuáles son sus favoritas?
–Mías, me gusta la Nínive, el sillón Cónico, el Skel y el Macedonio. Digamos, me gusta más una tipología, la del sillón único. Nunca me preocuparon mucho los materiales. He experimentado con distintos. Me divierte cuando se puede hacer algo diferente. Ahora, por ejemplo, estoy haciendo sillas para sentarse en el piso que son de pasto o de adoquines. También con alfombras, jugando con esto de que el piso recupere su lugar de asiento. También otra de mosaico veneciano pero flexible o de látex. Todo vale. Después, hay operaciones más racionales como las “trisillas” con las que quise dar respuesta a uno de los problemas de las sillas apilables, que estando apiladas no pueden usarse.
–¿Existe una idiosincrasia en el sentarse?
–Hay un tema cultural. Hay culturas que no usan tantas sillas. En Japón se usan sillas sin respaldo. Pero no es una cuestión que revista mucho rigor. En cualquier casa generalmente conviven distintos juegos de distintas alturas y nadie murió por eso.
–¿Un profesional al que admira?
–Gerrit Rietveld sobre todo.
–¿Y a cuáles se los conoce por la silla aunque estas no hayan sido gran cosa?
–A veces se valorizan demasiado las sillas de los grandes arquitectos, cuando en realidad fueron mejores arquitectos que diseñadores de sillas. Es curioso cómo a esas sillas se les permiten cosas que a otras no. El Barcelona, por ejemplo, pesa una tonelada, no se puede mover y te arruina la espalda..., pero lo hizo Mies van der Rohe. No se puede decir nada. En algunas de sus sillas, uno se sienta muy en el borde y se van para atrás..., no se puede decir. Pero está bien, hicieron sus méritos para que no se pueda decir nada. Además uno aprende de ellos.
–¿Qué hace que un diseño se convierta en un buen producto?
–El concepto de buen diseño es ideológico. No una verdad absoluta. Es una definición del centro de Europa para arriba, que hablaba de lo que ellos denominaban “la gutte forme”, que es un estilo. Justamente ahora me encuentro escribiendo sobre “la mala forma”, la que justamente no pertenece a esos cánones de belleza, pero recupera otros. Aunque si queremos ser más objetivos, un buen diseño depende de una serie de factores. A veces uno encuentra un grado de novedad o de resolución diferente que son valiosos.
–¿Recurre a algún tipo de inspiración para hacer una silla? –No, es más oficio. Igualmente yo no creo en la inspiración. Inspiración es información no codificada. Yo no puedo tener ninguna inspiración o intuición sobre algo que no conozco. Sí, uno tiene un ojo que mira de otra manera. Y la silla es una pieza de la cultura. La guitarrista Irma Costanzo me pidió una silla para ella. Evidentemente un guitarrista tiene ciertas necesidades ergonómicas, pero yo me deliré e hice una silla que es una guitarra, que viene en estuche y todo. Creo que hay situaciones donde uno se pone objetivo y riguroso, y otras que no. Que los instrumentos musicales muy posiblemente necesiten de “su” silla es real, tan real como que muchos tocan en un banquito. Thonet en sus catálogos viejos tenía una silla para clavicordio, piano y otra para órgano. Por eso, un buen ejemplo son mis sillas para la Biblioteca Nacional. Ese es un caso típico. Yo podía encararlo de muchas maneras: podía hacer una silla para leer, o una silla para leer en la biblioteca, o una silla para leer en la Biblioteca Nacional o una silla para leer en la Biblioteca Nacional de un edificio particular y... ¿dónde o cómo corto? La intención la doy yo. Yo decidí que fuera para un edificio de Clorindo Testa porque he verificado que la gente lee libros en cualquier silla. Puedo decir que la curva en el otro sentido, que permite aflojar la espalda, es algo distinto, pero lo distintivo era que fueron diseñadas para esa estructura.
–¿Cuál fue la máxima satisfacción profesional que le dio una silla?
–Justamente el hacer esas. Porque siempre las quise hacer y nunca lo consulte a Testa, porque sabía que en cuanto me hiciera un dibujito, por una cuestión de respeto, iba a tener que hacer el suyo. No me arriesgué. A veces, me pasó de empezar a descubrir sillas mías en distintos lugares que ya hace tiempo se dejaron de hacer y eso siempre es lindo.
–Después de haberlo gestado durante tanto tiempo, ¿cómo llega al lanzamiento de su libro?
–Con una sensación rara. El nombre también lo sugiere. ¿No estaré realmente loco de estar preocupado por esto que no le importa a nadie?

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