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Sábado, 20 de noviembre de 2004

La Plata insiste ante la Unesco

Después de cinco años en el freezer, la capital bonaerense volverá a pedir ser declarada patrimonio cultural de la humanidad. Pero es difícil que convenza al Icomos de no ver la selva de edificios que desvirtúa su planteo.

El 30 de junio de 1999, el gobierno nacional presentó a la Unesco el proyecto de declarar a La Plata como patrimonio cultural de la humanidad. La idea era de la municipalidad platense, era débil y fracasó: el proyecto quedó congelado para evitar el papelón de un rechazo. Cinco años después, cuando La Plata quiere volver a probar suerte, es interesante ver por qué se fracasó. Las razones se aplican también a Buenos Aires y a buena parte de las ciudades argentinas, si no a todas, y muestran la distancia que nos separa de cualquier rigor patrimonial.
La propuesta platense se basaba, falsamente, en que la capital bonaerense es única en su cuadrícula. Se presentaba el casco fundacional, entre las avenidas 122, 31, 32 y 72, como el “cuadrado perfecto” del proyecto original. Este diseño abstracto es familiar: cuadrícula de calles en un cuadrado perfecto de puntas redondeadas orientadas a los cuatro puntos cardinales, cortado por diagonales, y con un eje monumental compuesto por las avenidas 51 y 53. Dardo Rocha y Benoit se imaginaron una ciudad baja, de dos pisos, que hicieran visible desde cualquier parte los edificios del eje, que incluirían los de la administración local, el poder político provincial, la catedral y la terminal ferroviaria. Las manzanas del eje eran más estrechas para posibilitar la instalación de estos edificios de primer orden.
La presentación a la Unesco hacía particular hincapié en este eje y en los muy planificados espacios verdes que enmarcan sus edificios principales, y en las amplias veredas arboladas.
Sin embargo, el “cuadrado perfecto” estaba arruinado. Cuenta la revista platense La pulseada, que ya en 1989 el arquitecto francés Alain Garnier había publicado un trabajo sobre la ciudad al que tituló “el cuadrado roto”, en la que la definía como la más importante utopía urbanística del siglo 19. El problema es que estaba anulada.
En enero de 2000 llegó a La Plata un especialista del Icomos –Consejo Internacional de Monumentos y Sitios Históricos–, la ONG que asesora al Consejo de Patrimonio Mundial de la Unesco. El especialista preparó un informe negativo y el Gobierno rápidamente pidió que se congelara el pedido. Es que si el Icomos rechaza una propuesta, la Unesco también.
¿Qué había ocurrido? Primero que La Plata no tenía el marco legal necesario para garantizar que un bien patrimonial fuera a preservarse. De hecho, en aquel entonces ni tenía una oficina de conservación.
Segundo, y más importante, no existía el menor límite a la construcción en altura en cualquier punto de la ciudad. Esto fue lo que mató de toda muerte la propuesta ante la Unesco: La Plata estaba pensada como una ciudad de planta compleja pero baja, con un eje monumental que permitiera orientarse. La plaga de torres desvirtuaba completamente el planteo, como es fácil de observar hoy en día, cuando los edificios supuestamente monumentales resultan apetizados por sus horribles, berretas, descartables vecinos.
No se sabe si el especialista del Icomos leyó el libro de Garnier, pero el francés ya señalaba que los platenses, privados de ver el eje, se pierden en su propia ciudad, particularmente en sus diagonales. Es una experiencia familiar a los porteños, cuya ciudad también parece cada vez más indiferenciada por los incontables edificios de nulo valor estético, iguales entre sí.
A fin de año, La Plata va a renovar su presentación, esgrimiendo un cambio en el código de planeamiento de diciembre de 2000 y la creación, recién este año, de una Dirección de Preservación del Patrimonio, que dirige Alfredo Conti, justamente un técnico del Icomos. Cuesta pensar que la iniciativa termine teniendo éxito: bastará que el enviado de la Unesco se pare frente a cualquiera de los grandes edificios del eje para ver asomar un paredón de torres berretas, de las que sólo sirven para llenarse los bolsillos.

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