Sábado, 19 de noviembre de 2005 | Hoy
NOTA DE TAPA
Una vieja fábrica de notable arquitectura y estado de conservación será transformada en un edificio de lofts originales. Por ejemplo, con cocheras al lado de cada departamento y calles internas en altura. Un edificio con vocación de buen vecino y ganas de crear una movida en Barracas.
Por Sergio Kiernan
Parece que la cosa es Barracas. El barrio que empieza a definir el Sur está encontrando un nuevo destino como zona de vivienda e industrias soft –diseño, talento, creatividad– que promete reconvertirlo. Y lo que más promete es la naciente excitación que genera la palabra “Barracas”. Parece que tenemos una nueva frontera, un nuevo Palermo Viejo, pero con un componente que lo hace más parecido a Puerto Madero, el de los grandes emprendimientos de reconversión de edificios de gran escala. En la década pasada, Barracas vio algunas de sus grandes fábricas y depósitos transformados en estudios de televisión y espacios de retail. Ahora llegó la hora de la vivienda.
El Barracas Central es el ejemplo más avanzado de los varios proyectos que se manejan. Hay que arrimarse hasta Suárez al 1900 para encontrarse la extraña manzana triangular que tiene su vértice principal sobre Feijóo y Lanín. Lo que se ve entonces es una bella fábrica triangular, de fachadas en símil piedra, en un notable estado de conservación, con amplios ventanales de metal repartido y un coronamiento, la cúpula colorada, elegante y proporcionada.
El edificio que ya se está haciendo conocido porque aloja Casa FOA fue por muchos años depósito de documentos de un banco, uso de baja abrasión que no implicó reformas, el verdadero problema de estos tesoros urbanos. Tiene planta baja y dos pisos, y una calle interna lo separa de otro edificio menor pero también triangular, de planta baja de gran altura. Esto significa que la fábrica tiene una fachada interna sobre su propia calle privada –un acceso de camiones– cerrada con un lindo portón flanqueado por dos pilares de clara vocación Art Noveau.
Como Barracas está en el centro de una política sostenida de desarrollo del gobierno porteño, el edificio está protegido por ley, con el grado cautelar. Esto significa que sus interiores pueden ser reconvertidos libremente, pero sin alterar su aspecto exterior ni su volumen total a la vista. También significa un grado positivo de intervención en el entorno, con el Lanín convertido en un pasaje simbólico del barrio, con decoraciones artísticas de Marino Santamaría en las fachadas de sus casas y la posibilidad de que sea peatonal los fines de semana.
El proyecto del Central nace de la mano del arquitecto Carlos Rosas, que lo elaboró para la desarrolladora Forcadell-Badino y lo lleva a cabo para Baresa SA con participación del estudio Rodríguez Etchetto. Lo que planteó Rosas es francamente original: al reparto de las áreas industriales en lofts flexibles y bien iluminados por patios internos, con abundancia de jardines privados, ventanales y terrazas, le agregó un sistema de calles internas y de elevadores por las que uno se lleva su auto a su departamento. ¿Hay algo así en el mundo? Como el mundo es ancho, nadie se atreve a jurar que no, pero nadie encontró hasta ahora un edificio con semejante sistema de circulación: calles para autos por adentro. No cuesta imaginar la complejidad de la planta de un edificio semejante y la necesidad de elementos como los revestimientos especiales que absorban el ruido y la vibración de los coches en movimiento.
Otro elemento peculiar del Central es cómo asume su parte en lo que finalmente es una movida para elevar un barrio de la ciudad. El edificio tendrá locales sobre el pasaje Lanín, lo que incluirá una galería y espacio cultural que en los fines de semana formarán un interesante conjunto con el pasaje peatonal. Esto es, hay una vocación de crear un lugar de referencia y paseo, además de un conjunto de viviendas.
La manzana triangular tiene todo el potencial para lograrlo. Da gusto caminarla, viendo cómo era eso de hacer un edificio industrial pero hermoso –en buena medida, su ornamentación y texturado, dos herramientas hoy olvidadas–. Segundo, su vecindario: sobre Feijoó uno se encuentra un notable edificio de ese Art Noveau fantasioso y curvo, en mal estado pero noble y reparable. Cruzando el Lanín está uno de los castillos del Ejército de Salvación, un hogar con almenas. Y ahí nomás están las toneladas de ladrillos del sistema ferroviario inglés, una arquitectura eterna.
Como todavía se trata de un barrio de casas bajas, el interior del Central rebosa luz, pese a que la feria de decoradores no cuidó en absoluto ese aspecto al trazar sus espacios. Sobra lugar en las circulaciones de la vieja fábrica y hasta en las áreas donde no se aplicó la cosmética de la muestra llama la atención el buen estado de todo. Va a ser un lugar agradable y un buen vecino, algo para la agenda de visitas.
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