Sábado, 19 de noviembre de 2005 | Hoy
CON NOMBRE PROPIO
Objetos lumínicos, investigación de materiales, reuso. El diseñador industrial Eduardo Reta concreta productos por el camino de la independencia y la libre expresión.
Por Luján Cambariere
Antihéroe, under, subterráneo. Los motes que podrían definirlo vienen de mundos que no son el del diseño. Es que Eduardo (Topi) Reta pertenece a una generación, una banda de rock (Las Canoplas) y una casa de estudios (la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata) que generó un profesional diferente. Más abierto, amplio en sus saberes, sensible, libre a la experimentación y ligado al arte.
Nació hace 42 años en General Alvear, Mendoza. Hizo un secundario en agricultura y al terminar optó por la carrera de ingeniería. Una vez en la universidad se reencuentra con Alejandro Sarmiento, hasta el día de hoy su amigo y colega, por quien toma contacto con el diseño y se cambia de carrera. “El diseño industrial era más afín a mi manera de ver las cosas. A la creatividad y mi gusto por el dibujo y la pintura”, cuenta Reta. Eran los años de la vuelta a la democracia y él y su grupo llegaban a la facultad con anillos de acrílico y el pelo teñido de colores. “Eramos un poco los más crazies con un look medio raro. Tal vez porque teníamos esa relación con la música, teníamos también otra visión para el diseño que llamaba un poco la atención. Nos gustaba innovar, trabajar con cosas más experimentales o en proyectos donde se trabajaba mucho el concepto”, detalla.
Se recibe en 1988. Trabaja de forma independiente desarrollando mobiliario hasta el ’90, cuando parte a San Pablo. “Quería viajar y esta ciudad se presentaba como una oportunidad. Sabía que la profesión tenía cierto desarrollo y hasta que existía un núcleo que reunía las distintas disciplinas de diseño”, cuenta. Al año vuelve a Mendoza. Trabaja en una agencia de publicidad y en un estudio de diseño gráfico, aunque nunca dejó de diseñar productos. “Yo trato de diseñar cosas no porque haya una excusa o una realización inmediata por parte de la industria. Hay una serie de productos que tal vez han sido muy inocentes en su principio. Y otros, que surgieron por necesidades de la banda de generar ciertas piezas o vestimentas para los shows –chalecos de cuero engrampados con abrochadoras o ciertos objetos lumínicos–”, señala. En el ’93 vuelve a Buenos Aires y se queda hasta hoy, trabajando como docente en la Universidad de Palermo y en sus propios proyectos.
Sin dudas, es uno de sus gustos personales y de sus fuertes. “Uno de mis primeros productos fueron unas lamparitas –las Bondi– hechas con una placa de acrílico rectangular que tiene aplicada una luz guía que se usa en los escalones de los colectivos. Me parece muy interesante el tema de la iluminación artificial, el arte de iluminar y la forma que pueden tomar estas piezas”, cuenta. A ellas, les siguieron dos lámparas pequeñas –Deco y Flor– también con piezas de reuso: “Fue un tratamiento un tanto conceptual a partir de plantearse cómo podía llegar a ser la generación de un velador en su mínima expresión mediante una base que es una sopapa de goma, un portalámparas y una pantalla de maylar espejado, una especie de poliéster, un acetato que resiste el calor”, detalla. Con ese material hizo también una lámpara de pie –justamente la Mailar– muy estilizada con una base de aluminio torneado y una especie de espiga con la que juega con conceptos rescatados de la naturaleza: “Un tallo muy orgánico enroscado hacia arriba al que le hice un tratamiento externo con alambre para que pareciera un tronco o una rama”.
La lámpara Natura con láminas de fibra de vidrio y resina y otra base de reuso, esta vez unos esquineros de embalaje tipo pirámides triangulares que Sarmiento había traído de Nueva York– y un tallo con espinas naturales. “En esa época también se me daba por ir al campo a buscar elementos aplicables a mis diseños como avispas que metía dentro de gotas de siliconas”, cuenta. Aunque su luminaria más reciente, que además tuvo mucha repercusión sacándolo de su perfil bajo es la Domo 510, creada mientras trabajaba para el grupo Neoda. Una pieza de vidrio soplado con molde producida por Planas Viau con la que remite a la generación de domos u hongos art-déco de los años ’30. Retomando ese concepto, creo una bellísima lámpara que viene en cuatro colores –naranja, verde, azul y blanca– y se vende en varios locales (Tienda Malba, Morph, Santorini, Spoon, Diseño Agitado y Fábrica de Luz).
Más allá de las luminarias, esta vez con Javier Beresiarte (amigo también de la adolescencia y otro integrante de Las Canoplas con quien conforma el estudio Reber), el año pasado ganó el Segundo Premio del concurso de diseño de Lucky Strike con el cenicero Tetro (una lámina pretrazada del tamaño de una tarjeta que se pliega manualmente y se transforma en un cenicero liviano y descartable). Y este año, presentaron también con mucha repercusión en el marco de la exposición “La imposibilidad de diseñar juguetes”, también en el Malba, la línea Capita –eslabón perdido entre el cotillón y el disfraz–. Una serie de encantadores “lomos” de los animalitos que aman los más chicos como mariposa, abeja, tortuga y vaquita de San Antonio en gomaeva.
Por último, en esto de dar nueva vida o funciones a materiales existentes, ahora está incursionando en el tergopol. “Por las características de este material –liviandad e impermeabilidad– hay mucho desarrollo de estas piezas pero aplicado a relleno, embalaje o contenedores. Desarrollos exhaustivos que enseguida se transforman en desechos. Por eso pensé en una aplicación directa del material como podía ser el mobiliario”, relata. Así nació la mesa desarmable Kidi, otro encantador aporte pensado para los más chicos.
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