Sábado, 17 de diciembre de 2005 | Hoy
NOTA DE TAPA
Fue un 2005 con pérdidas y ganancias, reciclados ejemplares y desmanes, en el que se destacan algunas restauraciones, una camada de libros y el naciente debate político del tema preservación a nivel de la Ciudad.
Por Sergio Kiernan
Como cada año, algún pedacito de este Amazonas irreemplazable que es el patrimonio porteño fue preservado por manos amigas, y algunos pedacitos se fueron perdiendo para siempre. Y también como cada año, fueron destruidos más edificios de los que fueron salvados, aunque en este 2005 que cierra se pueden destacar tres elementos. El primero es la proliferación de emprendimientos de gran porte en edificios industriales o comerciales a reciclar, que muestran respeto al patrimonio. El segundo es el alto número de libros interesantes y de exposiciones que ayudan a aliviar un poco la orfandad intelectual. Y el tercero es un despunte del tema patrimonial como asunto político, parte del debate en que se habla en la arena pública de otros temas como salud y seguridad pero, hasta ahora, nunca de preservación.
Este va a ser recordado como el año en que despegó Barracas, el lado sur que continúa físicamente ese éxito inmobiliario llamado Puerto Madero. Ya se siente una electricidad en ese barrio, que en los últimos años recicló mejor o peor algunos edificios industriales para destinos comerciales. La etapa actual es la de creación de vivienda de alto impacto y estilo, reutilizando también edificios como el de Bagley, en el emprendimiento Moca, y la vieja fábrica de hilados donde se realizó el FOA 2005, un proyecto impecablemente respetuoso del aspecto patrimonial del bello, muy bello, edificio de cúpula y manzana completa, triangular.
Algo parecido ocurrió más al sur, con la presentación de la primera etapa de lo que será un megaemprendimiento en Hudson. Primero se hará un barrio cerrado con pequeño sitio arqueológico –un puesto estanciero del siglo XIX– y centro de compras, luego un barrio de mediana densidad y finalmente un reciclado ambicioso de la Maltería de Quilmes. O mejor, de lo que queda de ella, que es un conjunto de edificios industriales de ladrillo de fines del siglo XIX y comienzos del XX, un espectacular chalet y un pequeño barrio de casas deliciosas y arboledas. El futuro centro comercial-de servicios profesionales-oficinas-viviendas se va a limitar a reciclar y adaptar interiores, crear una vereda cubierta, parquizar y agregar apenas un edificio poco intrusivo en un contexto industrial muy bonito y asoleado.
Los mismos elogios se merece el hotel Esplendor, que tomó el más que centenario edificio del Hotel Phoenix, un centro de la inmigración inglesa al país. La esquina de San Martín y Córdoba fue completamente reciclada en su interior, creando habitaciones de mareante altura, impecablemente modernas, y espacios comunes muy despejados y luminosos. Los nuevos dueños restauraron la ornada y valiosa fachada con especial cuidado, y hasta se tomaron el trabajo de adaptar y reparar los cerramientos originales para hacerlos estancos, por el aire acondicionado, y aislante, por el ruido de la calle. Demostraron con sencillez que no es ninguna ciencia infusa dejar en paz las puertas y ventanas de un edificio antiguo, sin necesidad de reemplazarlas por novedades que no pegan.
No fue el caso de la horrenda intervención del estudio Christin-Landi en la esquina de Cerrito y Corrientes, donde el edificio tan francés del Nuevo Banco Italiano quedó transformado en una maqueta, con su símil piedra pintado, sus ventanales reemplazados por esas tonteras de metal doblado marrón, sus herrerías removidas y su cúpula enanizada por una especie de dúplex vidriado en la terraza. Francamente, es notable que en un país supuestamente civilizado el código permita todavía semejantes intervenciones.
También el vacío legal permite lo que el Grupo Faena hará en esa flamante selva de torres cuadraditas y aburridas que ya es el nuevo Puerto Madero, el sector que da al río. El edificio de Molinos se transformará en un “Building” del “Art District” con una severa intervención que le hará crecer un cajón vidriado por encima y, por supuesto, con ventanas también de metal doblado, sin paños. Como el proyecto respeta el metraje máximo permitido y alguien se olvidó de catalogar el gran galpón, todo es legal.
En 2005 el alma se alegró por algunos proyectos preservacionistas de menor escala pero hechos con cariño y con rigor. Así, se recuperó la casona de Defensa y Belgrano, famosa porque parece que Rivadavia vivió ahí un tiempo pero en realidad invaluable por ser uno de los últimos predios coloniales que le quedan a esta ciudad. Casi completamente demolida para hacer un estacionamiento, lo que resta de la casona fue amorosamente restaurado por expertos, con su fachada reconstruida reabriendo ventanales tapiados y reponiendo molduras perdidas, encontradas en viejos libros de referencia como el Nadal Mora. Esperemos que el espectacular resultado sea puesto en un uso cariñoso y de baja intensidad.
Allí cerca, en Venezuela y Perú, se inauguró otra obra romántica, la nueva sede de la papelería y galería de arte Wussmann. Originalmente, la casona fue colonial pero en su agitada historia fue remodelada, semidemolida y vuelta a construir incesantemente. En este 2005 se puede ver el inmenso espacio creado a principios del siglo XX con tecnología de perfiles metálicos, ingleses ellos, una fachada de la segunda mitad del siglo XIX y una serie de restos arqueológicos encontrados por casualidad y rescatados por vocación. Así, se puede caminar por pisos de vidrio sobre un aljibe y una curiosa cisterna de recolección de aguas de lluvia de remota antigüedad. Un lugar ciertamente mágico.
Lo mismo, aunque a paso más lento, está ocurriendo en Bolívar 365, la mitad sobreviviente del pasaje peatonal que en tiempos idos unía Bolívar con Belgrano, que por muchos años alojó inquilinatos y restaurante, y donde prácticamente nacieron la industria discográfica y los noticieros de cine argentinos. El curioso pasaje muestra sus dos estilos arquitectónicos, ya que nació italianizado y fue remodelado al Art Déco en algún momento de los años 1920, curiosa mezcla de elementos que está siendo respetada en el reciclado actual, que terminará en un hotel tanguero en el que el pasajero tendrá a su disposición su departamento en el pasaje, que seguirá abierto y con comercios. El lugar fue preinaugurado este año con una joven exposición de arte e instalaciones.
Tres restauraciones se destacaron este año. Una es la de la fachada de la iglesia de Santa Catalina, otra etapa en la recuperación del vasto e invaluable convento de San Martín y Viamonte, y segunda pieza valiosa en el renacimiento de ese sector del centro viejo. Otra es la obra realizada en el Casal de Cataluña, nuestra única pieza de Modernismo Catalán realmente por lo alto, sin “influencias” sino metido de lleno en el medievalismo artesanal a la Domenech. El tercer trabajo está en sus comienzos y es el de la catedral de San Fernando, a manos del mismo equipo que ya hizo renacer de sus cenizas esa belleza que es la catedral de San Isidro, y que reúne pericia técnica con un buen gusto a prueba de balas.
Alejandro Bustillo tuvo un 2005 particularmente positivo. En la diagonal Norte se está completando un muy buen trabajo de reciclado de su hotel Continental, que ya muestra su fachada como la planeó el maestro en 1928. Conviene darse una vuelta para observar desde la vereda de enfrente las columnas colosales con sus vanos nuevamente acristalados y sin las persianas y maderas con que los anteriores dueños habían taponado todo, en un arranque de vértigo. En su interior los cambios son mínimos, ya que el lugar continúa con la misma función hotelera de antes.
Otra obra de Bustillo comenzó a ser recuperada cerca de Hudson. Es el atelier que le construyó a su hijo pintor y recoleto en un galponcito de lo que fue su gran quinta de fin de semana. Vale la pena irse a Berazategui a ver el lugar. Por un lado está la casona familiar, intacta entre los edificios de un colegio religioso. Por el otro, a la vuelta, está el sector que fue de cochera, vivienda de cuidador y atelier, jamás remodelado y en pie en un poco más de un cuarto de manzana en lo que hoy es zona urbana.
El Cedodal también se ocupó de Bustillo, editando un libro sobre su obra que se concentra en su arte de crear espacios urbanos. Es un libro indispensable en la escasa bibliografía argentina, casi nula en el caso de este gran maestro. El mismo Centro editó otro libro –con exposición– sobre los arquitectos alemanes que actuaron entre nosotros, un tercero sobre Vautier, un cuarto sobre Núñez y varias obras de historiografía. También en 2005 hubo un muy buen libro sobre el Art Nouveau porteño y estudios sobre Soto y Christophersen. La Ciudad se lució con una historia del rescate de sus bares notables y una caja de postales patrimoniales.
Tal vez lo más importante del año sea el crecimiento del patrimonio como tema de política en la ciudad. Por primera vez antes de una elección, los principales candidatos recibieron –con asombro– un cuestionario sobre preservación y marco legal, publicado en m2 en octubre. También se discutieron iniciativas como la ley presentada por Planeamiento porteño para facilitar el reciclado y cambio de funciones de edificios viejos o antiguos, que físicamente no pueden cumplir los requerimientos de obra nueva y siguen cerrados, juntando ratas y decayendo. El proyecto duerme en una Legislatura desbordada por otros acontecimientos.
La nota del año la dio el inefable macrista Santiago de Estrada, vicepresidente de la Legislatura porteña, que trató de vaciar la Ley de Areas de Protección Histórica creando el nefasto antecedente de descatalogar retroactivamente un edificio ya semidemolido. Es la casona de Membrillar y Rivadavia, en Flores, propiedad de la iglesia vecina. En 2003 amaneció un buen día sin techos, en plena demolición clandestina que los vecinos pararon. La obra fue clausurada y el tema fue a juicio, pero la Iglesia percibió que aun si ganaba, perdía: en un caso así, la ley indica que sólo se puede construir el 70 por ciento de lo demolido. Estrada trató de pasar una ley que descatalogara la casona, algo evitado por su total ignorancia legal y la rápida movilización de gente que sí conoce del tema. Atención: puede volver a la carga pasado el verano.
Es que Buenos Aires sigue sin una ley de patrimonio que convenza a alguien y que tenga dientes como para castigar a los infractores, sean la Iglesia o particulares. Como hay un boom inmobiliario, se están perdiendo a paso cada vez más rápido edificios maravillosos pero pequeños y sin protección legal, como los petit hotel que antes puntuaban toda la ciudad y ahora son un bien escaso. Si esto sigue así, habrá que mostrárselos a los chicos en fotos blanco y negro...
El contraste es más agudo si se piensa que este año festejó sus 40 de edad el Landmark Trust, una ONG inglesa que trabaja codo a codo con el Estado salvando edificios, denunciando tropelías y creando leyes claras, fuertes y con buena dentadura para castigar al avivado. Y miren qué cosa, las ciudades inglesas mantienen su carácter y su identidad, no se museificaron y tienen una vitalidad económica envidiable.© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
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