Sábado, 21 de enero de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Con casi treinta años de exilio en San Pablo, la diseñadora argentina Delia Berú es todo un referente como editora de design y cazatalentos. Su último proyecto es la exposición Design + Social, lanzada en diciembre en su local Casa 21, un ejemplo de su versatilidad e inquietud por los demás.
Por Luján Cambariere
En Japón usan un término que es además un título honorífico. Es para las personas que valoran por su sabiduría y sobre todo por la generosidad en la entrega de ese conocimiento. Los llaman “Tesoro Viviente”, reconociendo su rol de guardianes y transmisores de un saber específico profesional y de vida. Con lo coqueta, joven y activa que es, seguro en primera instancia esta calificación le suene a insulto, pero por lo demás ella cuadra. Delia Berú es una mujer sin edad con mucho camino recorrido. Cuando la conocimos hace ya tres años en su local Casa 21 en San Pablo, y después en cada encuentro de diseño compartido, dio pruebas de su vitalidad, enorme conocimiento y experiencia.
En San Pablo es todo un referente, sobre todo porque se preocupó y ocupó de cuestiones clave como la promoción del diseño brasileño cuando ellos mismos estaban eclipsados por el italiano. De hecho fue una de las primeras en producir piezas de los ahora famosos Hermanos Campana y apoyar a tantos otros ahora reconocidos brasileños como Claudia Moreira Salles o Alvaro Wolmer. Hoy, siempre un paso más allá, procura unir al diseño con la artesanía con un fin social y el mes pasado inauguró la exposición Design + Social, rica en productos que serán expuestos próximamente en el Museo de la Casa Brasileña. De paso en Buenos Aires en visita oficial de madre y abuela, se prestó una vez más a conversar con m2, sobre todo porque desde aquel primer encuentro esta vía de comunicación con la Argentina, después de tantos años, es un modo de ir sanando tan cruentas heridas.
Comienzos
Se formó en artes plásticas con los maestros Oscar Capristo y Emilio Pettoruti. Se casó, tuvo sus hijos y se separó siendo muy joven. Empezó a trabajar en estudios de arquitectura y fue junto a Martín Aisler de Interieur Forma donde definió su pasión por el diseño de producto. Luego, con su actual marido, el cineasta Mauricio Berú, llegarían viajes por Latinoamérica como productora de sus films. También a través suyo conoce a quien sería su socia por varios años, la experta en telar Marta Viñas, con quien monta un taller y emprenden una rica labor con elaboraciones más vanguardistas con las que ganan premios, como el del CIDI, e importantes clientes como Alberto Churba y Visconti. Corrían los ‘60. “Trabajamos diez años muy bien. Hasta hicimos en el gobierno de Cámpora, junto a artesanos y antropólogos, un proyecto para las comunidades del sur que quedan aisladas en la nieve. La idea era recuperar los diseños originales e incorporar a los hombres al trabajo, cuidando las ovejas e hilando, y así crear fuentes de trabajo. Hasta que pasó todo lo que pasó (nada menos que la dictadura) y tuvimos que salir rajando. Perdimos absolutamente todo”, relata.
Llega a San Pablo en el ‘77. “Empecé como decoradora. Después un amigo cineasta me consiguió trabajo haciendo escenarios de telenovelas. Todo fue muy vertiginoso, pero rico a la vez. De esa época conservo muchas anécdotas, como haberlo hecho trabajar de asistente mío, obviamente sin querer, al galán máximo de telenovelas de aquel entonces. Estaba vestido con un overol y yo, que no conocía a nadie, ni me percaté”, cuenta risueña.
Después, en el ‘84, llegaría un nuevo desafío: un trabajo en Teperman, una de las fábricas de muebles más importantes de Brasil. “Me tocó ser la primera diseñadora que entraba a una fábrica íntegramente de hombres. Me acuerdo de que el primer día ni me ofrecieron ir al baño”, cuenta Delia. Ellos tenían la licencia de Herman Miller para hacer los clásicos, pero yo empecé a convocar a diseñadores locales como los Campana, Marcelo Rosenbaum y Guinter Parschalk, entre otros, porque siempre creí en el diseño nacional. Abrimos un show-room de diseño y hacíamos difusión,charlas y debates”, cuenta. Allí estuvo 14 años hasta que Teperman decide cerrar el show-room y ella trocarlo por su indemnización, y así seguir en ese local, pero con producción propia. “Era el ‘98, se venía el siglo próximo, por lo que me pareció una apuesta ponerle Casa 21, el futuro”, aclara. Desde ahí siguió produciendo diseño brasileño con más énfasis y se terminó de ganar el título de “editora de design”. “Siempre pensé que un espacio tiene que tener una ideología, filosofía, personalidad. El local es de mobiliario. Para ser editora hay que tener en cuanta qué se puede producir, el mercado que te va a comprar. No sirve ser un artista genial y que nadie te compre. Y en lo personal, como diseñadora que sigue en actividad, dejar el ego de lado para saber darles su lugar a los demás. Eso me encanta. También el diseño colectivo”, detalla.
En esa búsqueda rescató y sacó del olvido a varios iconos del diseño brasileño como John Graz o actualmente a Michel Arnoult (“él hizo un diseño democrático por los materiales, costos y formas que empleo. Fue el primero en hacer módulos en madera. Sistemas muy accesibles. Murió el año pasado y, por coincidir con mucho de lo que yo pienso del diseño, trabajé duro para poder producir sus piezas de la Colección Tor”). Jóvenes talentos y hasta materiales en los que cree como la madera, a los que les dedicó una colección, la Brasil, de su autoría, en maderas certificadas con piezas en honor a sus nietas, como la mesa Jazmín en teca de factura perfecta.
Pero, sobre todo, Delia es famosa por fomentar contenido y discusiones en torno al diseño. “Brasil es un país sumamente marketinero. Si uno quiere vender no puede ignorarlo, pero hay distintas formas de hacerlo y la mía pasa por generar debate. Viajé 14 veces a Milán, hice amigos y cada vez que podía invitaba a alguno a la tienda a dar charlas o conferencias, además de idear muestras temáticas de diseño en torno al humor o a cierto autor.”
Además, Berú fue presidenta de la Sociedad de Amigos del Museo de la Casa Brasileña y actualmente forma parte del consejo que discute la orientación del museo. Desde ahí también genera reflexión como alguien que tuvo mucha repercusión, ya que sin dudas ponía el dedo en la llaga aun de los brasileños: “Organice el debate ‘Cómo el brasileño quiere vivir’. No nos olvidemos de que Brasil también es un país nuevo, con una estética en formación”, remata.
Diseño y artesanía
Su amor por la artesanía, a la que considera una de las mayores y más interesantes expresiones nacionales, y su conciencia social hacen que cada vez se involucre más en este tipo de proyectos. El 2005 la encontró con uno propio: juntar a grandes diseñadores con artesanos. Así invitó a referentes –Alvaro Wollmer, Claudia Moreira Salles, Diana Malzoni, Dina Broide, Fernando Limberger, Guinter Parschalk, Guto Lacaz, Heloísa Crocco, Janete Costa, Marcelo Rosenbaum, Miriam Rigout, Nido Campolongo, Paulo Pasta y Rubens Matuck– a hacer productos utilitarios, decorativos o instalaciones con piezas de Artesanato Solidario ArteSol, una ONG que tiene ochenta proyectos en las localidades más pobres de Brasil que involucran a más de 4 mil artesanos. De esa unión surgieron las piezas que se dieron a conocer en su tienda en diciembre último y serán comercializadas por la propia ONG para recaudar dinero para sus proyectos.
¿Algunas perlitas? La mesa baja de madera cuyo centro es un mandala artesanal de Claudia Moreira Salles, el conjunto de cestas que forman una luminaria de pared de Guinter Parschalk, la instalación realizada con múltiples apoyaplatos de colores de Janete Costa, las bolsas de seda pura con aplicaciones de encajes artesanales de Dina Broide, los vestidos con caminos de Diana Malzoni y bolsas de playa con aplicaciones artesanales de Marcelo Rosenbaum. Además de una escultura hecha con barcos artesanalesenvueltos en hilos de resina de Rubens Matuk, toallas con pequeñas muñecas para contar historias de Heloísa Crocco, una escultura para pared de papel maché con aplicaciones de telas de Miriam Rigout, una instalación realizada sobre chapa de acrílico con un barco artesanal en chapa de aluminio, una silla en miniatura de Paulo Pasta y una caja de madera con aviones de Alvaro Wolmer.
–¿Brasil la recibe bien?
–Sí, sin prejuicios. Creo que sin duda mucho tuvo que ver con mi actitud y la apuesta sincera por valorar al diseño local.
–¿Por qué tenemos tan amplias diferencias con la Argentina?
–Sin dudas, mucho tuvo que ver con la actitud que hubo en Brasil. Crisis hubo y hay en los dos, pero lo que noté como argentina viviendo en Brasil es la actitud con respecto a la industria. Hay una postura más nacionalista. Yo conocí industriales que vendieron todas sus propiedades para seguir trabajando e invirtiendo en la industria y eso dio dentro de la crisis otro panorama a la producción. Con respecto al design, igualmente hay muchas coincidencias con la Argentina. Aún no es un producto masificado y a muchos les cuesta entender su rol fundamental como factor de venta.
–¿No tienen un diseño más democrático?
–Hay una cuestión clara: la gran masa de la población en todo el mundo no va a comprar diseño por el diseño en sí sino porque lo encuentra en la tienda próxima, barata, o en el supermercado. Y si bien puede estar un paso más allá que la Argentina, todavía hay mucho por hacer. Por eso hay que democratizarlo. La apreciación estética es cultural y tiene que pasar por democratizar la salud, la educación y el arte.
–¿El futuro?
–Pienso, pero más bien es una expresión de deseo, que sería muy interesante que podamos juntarnos. Creo que el intercambio de ideas entre los latinos es muy productivo. El trabajo conceptual es muy productivo. Sentarse frente a una mesa de café e intercambiar ideas es productivo. Hacer instalaciones, obviamente mientras uno no se crea que con eso va a cambiar el mundo. Esa ventana abierta que parece comenzar a hacernos valorizar más nuestras cosas en Latinoamérica me parece sumamente importante. Por eso valoro muchísimo estos últimos acercamientos que estamos teniendo con eventos, algunos mejores que otros, pero que siempre suman. El Mercosur en el design. El trabajo colectivo y la interdisciplina. Esto de debatir el diseño e intercambiar ideas con profesionales de otras disciplinas, periodistas, operadores culturales. Pienso que la parte conceptual de nuestro trabajo hoy puede pasar por estos intercambios que tanto enriquecen en lo profesional, pero siempre más importante a nivel humano.
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