CONTRATAPA
La catedral del español
Rafael Moneo inauguró su catedral de Los Angeles, después de cinco años de trabajo a la medieval con un cardenal lleno de opiniones.
Rafael Moneo, el arquitecto español de 64 años distinguido con el premio Pritzker en 1996, inauguró el mes pasado “el encargo más difícil de mi carrera”, la nueva catedral de Los Angeles. La aventura empezó hace seis años, cuando el cardenal Mahony, obispo angeleño, invitó a 50 arquitectos a enviar bocetos para reemplazar la catedral de la megalópolis norteamericana, casi en ruinas por los terremotos.
Moneo fue uno de los invitados, pero cuenta que casi se queda afuera: por alguna razón que todavía hoy no llega a explicarse coherentemente, “no quería mandar bocetos”. Pasó la fecha de entrega y recibió un cálido llamado de un párroco californiano. “Rafael, realmente nos gustaría que participaras.” Después de pensarlo bastante y casi “por no ser descortés”, preparó y envió unos dibujos. Al tiempo se enteró de que estaba en la preselección, junto a Robert Venturi, Frank Gehry, Thom Mayne y Santiago Calatrava. Moneo tuvo una extraña sensación: “Vi que el círculo se estrechaba en torno a mí”.
Tenía razón, y este español tuvo la experiencia de trabajar un lustro entero en una variante de la relación cliente-arquitecto que no se ve mucho desde el Renacimiento: el cliente es un poderoso cardenal, lleno de opiniones y visiones sobre lo que debe ser un templo y qué aspecto tiene que tener.
Moneo es discreto y no cuenta mucho de sus chispazos con monseñor, aunque no oculta su desilusión porque no lo dejó diseñar mobiliarios e interiores, excepto por una estela de piedra que será su regalo personal en memoria de su madre. “El cardenal tiene la idea de que una catedral es una creación de muchas gentes”, dice el arquitecto. “Uno, formado en la arquitectura contemporánea, siente el riesgo de la discordancia.”
El edificio dará que hablar, con sus desmesuradas alturas internas, sus raros juegos de luces, su circulación que se las arregla para reflejar la planta cruciforme y no tener las aisladas capillas laterales. No hay vitrales en esa iglesia, pero hay grandes muros secos de pórfido claro que, según Gehry, “son lo verdaderamente hermoso del edificio, los pliegues interiores de los muros, la forma en que la luz incide en ellos”.