ASOMA UN NUEVO TIPO DE CINE DOCUMENTAL-SOCIAL ARGENTINO
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El estreno de Nietos completa el panorama con películas de género documental que apuntan a reseñar, pensar y denunciar la Argentina reciente. Las huellas de la dictadura militar y las sucesivas crisis económicas, con sus respectivas y dolorosas consecuencias sociales, son puntos de partida para el nacimiento de un nuevo cine testimonial. Hay razones para pensar en eso.
› Por Mariano Blejman
Son aplanadoras de imágenes reales que intentan explicar lo sucedido. Algunos hablan del pasado reciente, otros quieren llegar a los orígenes. Son, en definitiva, retazos audiovisuales de un rompecabezas de país todavía desarmado. Los documentales Memoria del saqueo de Fernando “Pino” Solanas (explicación sobre la crisis socio-económica argentina), Juicio a las juntas: el Nüremberg Argentino de Miguel Rodríguez Arias (sobre el juicio a los militares de la última dictadura), Nietos de Benjamín Avila, (estreno de hoy, sobre hijos de desaparecidos que recuperaron su identidad) y El Tren Blanco de Sheila Pérez Giménez, Ramiro y Nahuel García (sobre los cartoneros que viajan del Conurbano a la Capital), rompieron con los estereotipos del género que explotó en el 2003 y que había nacido en los albores de la crisis de diciembre del 2001. Los recientes estrenos marcan la llegada del mundo documental a una etapa profesional: fueron estrenados en 35 mm y en pantalla de cine, cuando el rubro parecía destinado al ostracismo del video. Consultados por el No, los realizadores analizan la coincidencia de estrenos y temática, que hurgan en el inconsciente argentino de las últimas dos décadas.
El momento y este cierto auge no parecen casuales: el recordatorio del golpe de Estado (1976-1983) de ayer, el clima político inspirado en la general aprobación a la gestión del presidente Kirchner y cierta maduración narrativa y estética, ambientan los estrenos documentales. Que inclusive, tal vez como nunca antes, comienzan a verse como una opción de peso en la cartelera cinematográfica. En otra cosa se parecen: todos dicen haber tomado al veterano realizador Fernando Solanas como inspirador. “Es difícil saber qué es primero, si las películas o el público. Pero nadie estrena si piensa que no va a ir nadie. Si los exhibidores están dando espacio es para celebrar. Existe una necesidad de discutir lo que pasó, de contar lo que está pasando”, dice Pablo Trapero, director de Mundo grúa y El bonaerense (a punto de terminar Familia rodante), películas que suelen tratar la realidad desde la ficción y que retrataron un “aquí y ahora” de la Argentina de los ‘90. Juicio a las juntas: el Nüremberg Argentino, de Miguel Rodríguez Arias, esperó dos años para estrenar. Rescata material valioso del histórico juicio de 1985 que se vio pero no se escuchó por Canal 7, y eso es contrapuesto con testimonios actuales. “Que se quiera contar la historia reciente es positivo. Los documentalistas percibimos que es un buen momento para estrenar. Mientras que en Las patas de la mentira tratamos los ‘90, ahora trabajamos la dictadura”, cuenta Rodríguez Arias.
Juicio a las Juntas... está más cerca de Memoria del saqueo que de Nietos o El Tren Blanco. Mientras una generación (la más nueva) parece intimista, la otra (la más vieja) prefiere el ensayo político. Aunque vistas en perspectiva, todas parecen preguntarse cómo se llegó a esto. ¿Cómo pasó la Argentina de tener una clase media prepotente e ilustrada a potenciar los bolsones de pobreza hasta llegar a ocupar más de la mitad de la población? Cada uno resuelve la pregunta de otro modo. “Nosotros creemos que se puede revisar la historia cuando han pasado algunos años”, dice Rodríguez Arias. El realizador eligió no contar un acontecimiento “que hace sufrir a la población, que está en carne viva”, sino que ahondó en un momento de bisagra, como fue el Juicio a las Juntas. Allí comenzó a demostrarse –para una importante porción de la población argentina– que no hubo una guerra sino que el Estado había cometido actos de terrorismo y lesa humanidad. Hay algo más: la estructura narrativa bien podría usarse como punto de partida para la ficción.
El Tren Blanco es el tren del horror donde puede llegar la clase media después de un derrumbe. Los cartoneros salen de José León Suárez a las 18 y vuelven a las 23.30: es un viaje de ida hacia el trabajo informal. Pero es natural: ante un nuevo panorama de país (20 por ciento de la población en la indigencia), aparecen nuevas miradas visuales. La eclosión del 19 y 20 de diciembre se tomó su tiempo (que le corresponden al mundo del cine)para hacerse un lugar en las salas. Pero la evolución del género está ligada a la internacionalización de los recursos. “Las nuevas tecnologías permiten juntar cuatro pibes con una cámara digital y hacer una película en 35 mm”, dice Ramiro García. El Tren Blanco deja a sus espectadores pálidos de impotencia. Del tendal inicial de realizadores, no pocos lograron construir relatos con cargas emocionales. García opina que “el parto fue en diciembre y la explosión vino después con los grupos colectivos. Pero Pino era el único que podía mostrar Tucumán sin que sea un golpe bajo. Nosotros somos hijos de Pino”. Aunque Pablo Trapero dice no estar de acuerdo con “que un director tenga la obligación de bajarle línea a su público. Soñar que el cine dice la verdad, es falso y omnipotente”.
Nietos, de Benjamín Avila, simboliza varios procesos –aunque la palabra sea por lo menos incómoda– paralelos. Son historias de hijos de desaparecidos apropiados por los militares, que recuperaron su identidad gracias al trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo. Se muestra el pasado, pero cuenta su presente. Así es la película que mejor explica de cerca hasta dónde cala la historia de tres décadas atrás. “Si hubiese habido justicia, este documental no habría existido”, cuenta Avila, quien cree que la camada de nuevos realizadores de universidades aumenta la calidad de realización y de público. “Me siento con criterio para hablar. Hay una generación madura para contar las cosas. Pino es el maestro de la postura y la visión política de nuestra historia. Somos una especie de pichones malformados de Pino”, dice Avila.
El maestro está afuera (siempre los maestros están lejos cuando se los necesita, lo cual acrecienta su mística). Fernando “Pino” Solanas habló desde Ginebra, donde su película Memoria del saqueo sigue provocando emociones y premios. “En los ‘90 casi no hubo documentales: la gente estaba adormecida; la crisis del 2001 golpeó, salió el cine piquetero. Fui jurado de un premio del Incaa, donde tuve que leer 150 proyectos”, cuenta Solanas. “La realidad se convirtió en un impresionante teatro dramático.” Entonces vinieron los escraches, las ocupaciones de fábricas –Brukman fue el caso emblemático–, las muertes de Santillán y Kosteki. “Mucha materia que sensibilizó a la gente joven”, dice Solanas. “Anoche estuve en un festival de Frigourg, en Suiza, donde vi Los fusiladitos y había 10 documentales argentinos en competencia”, reseña.
El límite entre ficción y documental es delgado. El género es una elección estética. Solanas es el ejemplo. “Pero no es documentalista, es director de cine. Uno va al cine a ver su mirada”, dice Trapero. Está claro que ningún ser normal, en sus cabales, con un poder adquisitivo acorde a los tiempos que corren, puede deglutir una oferta de cine tan vasta como la que ofrece Buenos Aires. En ese sentido, la avalancha puede volverse en contra. “Habrá que ver si el público de ficción, ese que paga 8 o 9 pesos, pisa el suelo documental.” Encima, Solanas se queja de la crítica: “Me hicieron una crítica política. Ambito Financiero la tildó de ‘provocación mentirosa’, La Nación dijo que ‘no había cine’. Eso le quita parte importante del público de clase media, de la burguesía. No alienta a ver las películas, tampoco van a ir a ver documentales jóvenes. Por eso hay que construir un gran circuito social, para que no nos roben los circuitos cinematográficos”.
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