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Jueves, 3 de junio de 2004

GOY OGALDE Y EL PLAN MAESTRO DE KARAMELO SANTO

Paso a paso, compadre

El nuevo disco Haciendo bulla hará su camino, desde esta semana en adelante. Pero antes, el potencial de las canciones allí grabadas permite entrever que éste es el tiempo de Karamelo Santo. Una nueva manera de ver las cosas, de expresarlas y de actuar en consecuencia: Goy lo tiene claro, faltaba que lo contara.

POR ESTEBAN PINTOS

Siete años después. Goy Ogalde repasa sus primeros siete años en Buenos Aires en el living de una casa de La Boca, a tres cuadras de la Bombonera. “Varios integrantes de Karamelo no habían venido nunca, Piro (uno de los cantantes) era uno de ellos. Y tenía miedo, pero es uno de los que mejor y más rápido se adaptó: tiene una mujer y un hijo acá. Yo, en cambio, nunca pude tener una novia en serio en Buenos Aires. Mi novia es mendocina, me costó esa cuestión. Pero me gusta Buenos Aires.” La excusa es el inminente lanzamiento de Haciendo bulla, el nuevo disco de Karamelo Santo: doce poderosas canciones que terminan por definir el sonido KS para el comienzo de un nuevo siglo. Letras de amor, pequeñas historias de gente común, pensamientos abstractos con el dulce tono del castellano a la mendocina. Reggae, ska, murga y cumbia. Cumbia, pero cumbia con reggae, sentando las bases de un nuevo subgénero –tan nuevo y fresco como el hip hop barrial de Ciudavitecos, por ejemplo– que dará que hablar en esta década. Pequeño repaso de vida, primero. “Siempre fui una persona solitaria, me fui de casa de chico. A los 19 ya vivía con un amigo. Viajé, incluso viví en Valparaíso y en México DF. Siempre me fui adaptando a distintas circunstancias. Y al venir acá, a Buenos Aires, noté... Había un prejuicio contra el porteño. Para la gente del interior es sinónimo de hijo de puta, cagador. Al contrario: llegamos y nos dieron casa, bandas amigas nos invitaron a tocar, gestos grandiosos. Por suerte tuvimos esta casa, que era un squat, para vivir y hacer música.”
Goy tiene 37 años y la cuenta es rápida. Cuando llegó a Buenos Aires, tenía 30. El mendocino con dreadlocks larguísimos y ojos celestes dice que algo pasa cuando se cumplen 30. “Hay un problema con los treinta... Los treinta años ponen mal a mucha gente, y me parece que después baja esa ansiedad. Pienso en gente como León Gieco, Charly García, todos grossos, que también pasaron por eso. Yo tengo muchos problemas todavía y me cuestiono el futuro, que sigamos tocando, que haya una plata para que los pibes se lleven.” Desde antes de llegar a Buenos Aires, Goy es Karamelo Santo. En algún tiempo fue manager, agente de prensa, sonidista, compositor y cantante de Karamelo Santo. Hoy, cuando la banda está lista para dar el gran salto y tiene un buen disco para eso, Goy se ocupa mucho menos de todo aquello. Pero su plan, el plan de una banda que acompañe con canciones la vida cotidiana de la gente, parece a punto de concretarse y traducirse en realidad. El nuevo rocker dice: “Todo lo que hay alrededor del rock te lleva un 70 por ciento de tus energías”. También: “Ser independiente en la Argentina es una condena, no una decisión”.
Un brevísimo y arbitrario repaso de la historia de Karamelo Santo debería detallar que la banda llegó de Mendoza de la mano de Todos Tus Muertos y un proyecto discográfico que ahí nomás quedó. Después, al ojo público porteño, fueron vistos como “los pichones de TTM” y así se ganaron un lugar en el mapa del rock combativo. Ellos contribuyeron para cargar con el mote, debe decirse. Pero había algo más detrás de una época de banderas rojas, sueños de squat y arenga revolucionaria. El mismo dulce sabor de la tonada mendocina, unas cuecas o su deformación punk, el ska siempre a flor de piel. Un nuevo camino que recién ahora parece encontrar el cauce definitivo. Haciendo bulla resume buena parte de esta y poco de aquella época. Ahora, Karamelo Santo es una banda de rock con raíces en su tierra (Argentina, antes que Mendoza). Y decir Argentina, para el rock de este país, es decir Buenos Aires. Mejor que lo explique él.
–Este es nuestro primer disco porteño, puede ser... Eso es un propósito muy importante, porque no queríamos tener un concepto ni un discurso único. El anterior hablaba de nuestro desarraigo, y que no estábamos bien acá: había fallecido el trompetista de la banda... Ahora decidimos voluntariamente no hacer mención de nada de eso, no queríamos llegar a eso de “téngannos lástima, que somos pibes del interior”. No queríamos caer en la denuncia testimonial. No queremos hacer un video con montañas, queremos algo ajeno a la estética de Mendoza. En Europa se nos marcó mucho algo:¿viste que el argentino cree que siempre está presente? Allá te das cuenta de que no sos nada. Vos le decís a un tipo allá “soy argentino” y es lo mismo que le digas “soy turco, afgano, de Moldavia”. Realmente, la Argentina es un país que no existe en el mapa cultural mundial. Por eso creo que si no nos integramos a Latinoamérica y nos asumimos como latinos, menos vamos a existir. Dijimos “esta vez que sea latino, pero que sea con la pelota parada”. Sin demagogias ni hablar de Guevara...
–¿Entonces?
–Caímos inocentemente en esa bolsa. Confiamos mucho en eso: en Mendoza caían bandas que se llenaban la boca con los indios y los 500 años de la conquista española, con eso de “¡dale vos, que sos del interior!”. Después vinimos acá, a golpearles la puerta y nos cortaron la jeta. No les interesaba... La onda era ir allá, meternos a nosotros de grupo soporte y a lo mejor, aunque ellos fueran conocidos o no, les servían los cincuenta chabones que iban a vernos. Llegamos acá y dijimos “sigamos con lo que pensamos, con lo que soñamos”. Pero vinimos y supimos que no iba a ser un sustento permanente eso de hablar todo el tiempo de la queja política. Lo que pasó en el país terminó de justificar todo. Pero en ese momento (mediados de los noventa) no sé si había tantas justificaciones como para decirlo. Para muchos, con el 1 a 1, el negocio era hacer el latino como Mano Negra o The Clash, con la estrellita roja en la tapa del disco, el Che Guevara, Sandino... Hoy se puede ver que muchos se cagaron en todo eso. Las bandas de rock latino de ahora saben y se están cuidando: La Zurda, La Vela Puerca, Arbol. Arbol, por ejemplo, es una usina artística-estética impresionante y no tienen necesidad de nombrar al Che Guevara para hacerse notar.
–Cuanto menos sorprende que digas esto. Todavía Karamelo Santo es vista como una “banda de rock latino combativo”.
–Pero es que nosotros, en un momento, dijimos “paremos la pelota”: vamos a hacer este tema que habla del FMI y todo lo demás, pero no podemos vivir de esto. Estamos de acuerdo en no tomar más esa referencia política, pero sí mantenerla como eje en la convivencia dentro de la banda. Nunca creí en la democracia artística del grupo, siempre creí que había que tener dos o tres personas que dirigieran todo. En lo económico, por ejemplo, no me llevo más plata de un show por ser el más viejo... En este disco hicimos una co-autoría de todos los temas, algo novedoso para nosotros. Eso es más socialista que subirme a un escenario y decir que Menem es un hijo de puta. Conozco bandas que se llenan la boca hablando todo el día del socialismo, y después hay uno o dos que cobran toda la guita. Hay muchas bandas que creen que esto no debe decirse, como un secreto a voces. ¡Mentira! Si vos sos el cantante de una banda y, cuando te bajás del escenario, cobrás el 40 o el 50 por ciento de la ganancia total, sos un hijo de puta. Porque todos los locos que están atrás tuyo te están haciendo el aguante para que tus canciones suenen, ¿entendés? Si cobrás derechos de autor, bancátela y cobrá el derecho de autor, pero no es así... Desde que llegué a Buenos Aires, me di cuenta de que todo ese socialismo que me vendieron en esos discos, en Dale aborigen, fue una mierda.
–No siempre se habla de lo que pasa internamente en una banda, sobre todo por cuestiones de dinero. Pareciera que, como se dice en el fútbol, hay “códigos”...
–Hubo alcoholismo en uno de nosotros, y por eso hubo problemas. Pero nunca una pelea por dinero. Cuando hay guita de por medio, se caga la movida. Si vos armaste un grupo y dijiste vamos todos para adelante... Porque hagas las canciones, ¿valés más que el que metió los tambores? Ahora pasa que ser el autor de un grupo, es ser la estrella de la banda. Eso es mentira: tiene tanto valor el chabón que sabe que jamás va a cobrar el derecho de autor, pero que va y toca. Nosotros siempre tratamos de hablar el tema del dinero. Ahora nos vienen regalías de afuera, nos dieron un adelanto, y todo eso lo repartimos. Tenemos en claro que de los showsvamos a salir con la misma guita. No quiero hacerme el comunista, pero me parece bien que todos cobremos igual. ¿Cuál es la diferencia? Si vos te creés que sos una estrella porque hacés las canciones y sos el frontman, hacete solista, te vas a ahorrar problemas. La mayoría de los músicos tenemos un montón de miserias, porque somos testigos privilegiados de muchas cosas y no sé si lo merecemos. El dinero es una de las cosas, pero la fama, esto y lo otro, ¿cuál es?
–¿El sueño de hace siete años se cumplió?
–Para mí todo lo que ha pasado con Karamelo Santo es un mito. Yo era el pibe que soñaba con tener una banda de rock. Venía a Buenos Aires, escuchaba la Rock & Pop y pensaba: “Mirá si un día venimos y tocamos nosotros”. Para un artista del interior, todo lo que pueda pasarte es parte de eso. Y me encanta que siga siendo así. El otro día estábamos haciendo un asado y cayó Fermín Muguruza. Yo no lo había invitado, pero él se vino. Para mí es una locura, porque se acordó de que Manu le había dicho que tenía que venir a visitarnos. Estuvo buenísimo, charlamos un montón de cosas, bien de frente.
–Es inevitable que hablemos entonces de Manu Chao. ¿Qué tenés para decir de él?
–Con Manu fue especial. Yo no lo había conocido muy bien, apenas nos habíamos visto una vez en un hotel, y después él vino una vez acá a casa. Estuvimos tocando cuecas para él, y el loco se había ido con una idea muy “telúrica” de todo lo que había visto. Por eso quiso invitar una banda que no tuviera nada que ver con el mainstream del rock de acá, entonces nos invitó. Ojo que para nosotros también fue una pesadilla, porque después, durante tres años, fuimos “los amigos de Manu Chao”... Queríamos sacarnos ese estigma. Pero él fue una persona muy clara: cuando llegó, percibió una cuestión dentro de la banda que nadie parecía saber. Fue previo a la muerte de Silvio (trompetista de la banda en la primera época en Buenos Aires), pero ya estábamos mal. El chabón me agarró en la pieza, cuando estábamos escuchando los demos, paró la computadora y me dijo: “Loco, ustedes no están bien. Me pedís que te escuche los temas y, ¿qué les pasa?”. También me dijo que se moría por tener una banda, como Mano Negra, que fue su sueño concretado. “No quiero ser Manu Chao. Odio ser Manu Chao”, me dijo... “La banda de ustedes también tiene que seguir siendo.” Me pareció fuertísimo que me lo dijera una persona como él: nos agarró a todos y nos dijo: “Ustedes tienen que ser una banda de rock”. Podría mostrarte los mails que me mandaba cuando estábamos en Europa de gira. El loco flashea con que estemos juntos, pregunta: “Che, ¿y el petiso? ¿Y el otro?”. Y no lo vimos más, salvo un encuentro accidental que tuvimos en París. Yo iba caminando por Pigalle y me lo encontré en una esquina... Se iba a tocar en el Fuji Festival de Japón, el loco estaba esperando el bondi para irse a tomar el avión a Tokio.
–Componés buena parte de las canciones de la banda. ¿Cómo es eso hacia adentro?
–Nunca creí en la democracia artística, somos dos los que hacemos canciones. No hay una regla en eso, pero algo está escrito en el libro de agua de Karamelo Santo... (risas) Si funciona, llevémoslo. No es un objetivo mío ser el compositor de la banda, pero sé cuándo una canción es buena o mala. Y con las canciones mías, rápidamente me doy cuenta cuando no sirve. Por eso me gusta que se trabaje en la composición. Llegan los discos y como todos saben que con lo primero que se gana plata es con los derechos de autor, corren y te traen canciones. No es así... Hay que tener un ejercicio de composición, yo estoy todo el día: ahora que pasó el disco, ya casi tengo veinte nuevas. Todos hacen canciones, pero hay que tener un ejercicio y una elección. Esta vez fue más difícil porque había una persona que producía el disco, y que elegía. A él le parecía que iban a servir, y cuando las grabamos, así fue. Creo que es necesario que nos produzcan, porque alguien puede ver esas cosas que no podemos ver. Nadie quiere que le produzcan los discos, y nosotros no somos la excepción: perodespués de haber conocido a Alfredo Toth, que para mí fue el tope de productor con el que laburé, sólo puedo hablar bien de él. Sobre todo a nivel humano: es alguien que te escucha, aunque le propongas lo más raro y loco que se te ocurra, él te va a escuchar y va a tratar de hacerlo. Es un tipo con una gran sensibilidad, capaz de ver situaciones nuestras que luego las aportaba al disco. A partir de ahora, nos hemos enviciado con los productores. Ojalá nunca carezcamos de algunos de ellos.
–Yendo a las canciones, ¿de dónde vienen? ¿Están ahí, en la calle? ¿Es tu mirada del mundo?
–Las canciones son postales. Vamos camino a una cuestión de situaciones e imágenes, de metáforas con la realidad. Subirse a una elite artística me parece un pecado en este momento, en este país. Hay que mirar el riesgo popular. Personalmente, prefiero estar atento a lo que pasa acá al lado. Es necesario que el artista sepa que todos deben evolucionar. Y si uno se sube a una escalera alta, se olvida de la gente que necesariamente debe acompañarte en el crecimiento. A mí me gustaría vivir de merca, vivir borracho, pero vivo careta. Primero por mis compañeros, y también porque no quiero desencajarme de mi realidad. Todavía... (risas) Mirá el Pity: tiene una lucidez buenísima y ha logrado mantenerse con un criterio poético que tiene que ver con la gente de su alrededor. Y sigue evolucionando: él logró que el público evolucione con su arte. El representa el artista medio del rock nacional hoy, aunque los medios y cierta gente lo están haciendo mártir antes de tiempo. Hay gente que lo quiere ver muerto. A mí me molesta, porque el loco tiene mucho para dar todavía. Creo que hay que seguir haciendo canciones. ¿Cuál es el sentido de la música? Acompañar los momentos de la gente, y últimamente me di cuenta de que ésa era mi función. No quiero ser un profeta rastafari, primero porque no soy un rasta; tampoco quiero ser un líder político. Quiero ser un tipo que haga una canción y que al chabón que está laburando, al que se está fumando un caño, hasta el policía que está cuidando un banco, le ayude a darse cuenta de otra realidad. O acompañar un buen momento. Eso, nada más. Transformar el rock en una herramienta política me parece absurdo. Nadie quiere ser rockero para que le enseñen catecismo en un recital.

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