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Jueves, 29 de julio de 2004

EL CASO NATAS: LOS MONJES DEL FREE ROCK ARGENTINO

Viaje de ida

Es una de las mejores bandas de la Argentina, pero no tiene hits, ni la pasan por radios “rockeras”, ni llena estadios. Suma público de manera lenta y persistente, tanto como sus largas progresiones instrumentales. Un sonido que invita a abrir puertas de percepción, una fuerte apelación a los sentidos.

POR SANTIAGO RIAL UNGARO
FOTO: NORA LEZANO

¿Qué pasó con Los Natas? De la noche a la mañana, un grupo que está en los antípodas de todo lo que supuestamente debe hacer un grupo de rock para “entrar” al circuito comercial, es uno de los mejores grupos de la escena rockera argentina. Quizás, incluso el grupo más atrevido y el más original. Los Natas generan una ruptura: su música es, por momentos, exagerada. Pero por momentos también su sonido parece ser totalmente evanescente, imperceptible. Algo de todo eso se puede encontrar, en un primer descubrimiento, en Toba Trance I y II: un disco rarísimo, levitante, colgado, autocomplaciente, aburrido, hipnótico, trascendental y sí, por momentos, hermoso. En definitiva, nada sucede de la noche a la mañana: hubo muchas, muchas mañanas y muchas noches (más de 1001, con todas sus historias dentro de historias) en la vida de un grupo que está por cumplir 10 años. Pero si sus discos anteriores son mucho más oscuros y nocturnos, este luminoso y volátil Toba Trance es un disco ciento por ciento Natas que no se parece a nada de lo que hicieron antes. ¿Qué pasa entonces? “A nosotros nos gusta tocar, somos amigos y flasheamos juntos con todo lo que va pasando”, simplifica Sergio CH (CH de Chotsourian), guitarrista y cantante. Los inicios del grupo, a contrapelo de todas las modas, fueron duros, difíciles. Walter Broide: “Al principio había mucha incomprensión y rechazo, pero nosotros creíamos que merecíamos un lugar. Estábamos sufriendo mucho la situación, pasando por un momento de bastante frustración hasta que apareció la posibilidad de viajar y editar en Estados Unidos. Eso fue un estímulo importante”, admite este baterista poco ortodoxo, dueño de una creatividad y una efectividad fundamentales para el sonido del grupo.
Todos esos discos tienen en común una búsqueda de la especie en primera instancia, que seguro tiene importancia en su filosofía (uno de los mejores temas del disco se llama justamente Humo de marihuana), pero sobre todo una búsqueda. “Todos nuestros discos fueron paridos –dice Broide–, fueron generados desde las tripas, desde el dolor, desde una necesidad de hacer algo con eso. Cada disco es como una foto de lo que sos en ese momento.” Así, en Delmar, la influencia fue, según ellos mismos recuerdan, “la madre naturaleza, la vida de los bosques, experiencias directas que se expresaron en su sonido”. Más adelante, para la época de Ciudad Brahman (cuando el grupo llegó a tocar mientras proyectaban Tiburón 1 en cámara lenta y para atrás), Broide recuerda que “había una búsqueda de lo verdadero, una búsqueda profunda. Llega un momento en que la misma actitud de estar concentrado y enfocado te lleva naturalmente a definir caminos, a elegir si querés ser una buena o una mala persona, cómo te vas a relacionar con los demás, esas cosas. Pero ya por ese entonces nos sentíamos poderosos, nos bancábamos lo que venga. Creo que desde los primeros discos ya sabíamos que estábamos en la buena senda, porque nos gustaba muchísimo lo que hacíamos”. Chotsourian agrega: “No sé si en la buena senda, pero por lo menos sabíamos que estábamos en alguna senda”. Esa senda, como ellos mismos admiten, llevó a Los Natas (satán al revés) a ser conocidos como un grupo metalero pero extravagante, un grupo marcado cuya propuesta estaba marcada por una “sensación de asfixia”. “Siempre generábamos una sensación de que iba a pasar algo que al final nunca pasaba”, recuerdan hoy.

La Madre Tierra
Siguiendo (quizá sin saberlo, en definitiva no tiene importancia) la premisa de John Cage de que hay que adaptar la música a uno mismo, Los Natas, al confiar en sus propios oídos, sintieron la necesidad de afinar en una afinación más baja, con lo que su sonido, ralentizado, denso, pero siempre progresivo y metalero, se volvió más grave, más profundo. Y poralguna misteriosa razón (quizá tenga que ver con la afinación, quizá con la velocidad, quizá no) su sonido se volvió a la vez orgánico y tortuoso como la mismísima Madre Naturaleza. “Llegamos a esa afinación medio de oído. Así descubrimos que se bajaban dos tonos. Y a la vez, al tocar más lento y tocar menos notas –explica el Sr. CH– aprendimos la primera lección de iniciación musical. Es como aprender a caminar, como aprender a usar los elementos básicos.” Más allá del principio esotérico de la octava (que se basa en la discontinuidad de las vibraciones, fenómeno que genera los distintos tonos de la octava, con sus tonos y semitonos) es evidente (ya lo era en Corsarionegro, una usina nuclear en pleno estallido, un Chernobyl gestado en el Abasto) que Los Natas han desarrollado su lenguaje, pero esto parece ser sólo la expresión de un estado particular de un grupo humano. CH: “Nosotros nos conocimos en la escuela de música. Y lo que yo aprendí ahí, que no me voy olvidar, es que la competencia no te lleva a nada, porque cuando estás preocupado por los demás no estás seguro de vos mismo. Eso es lo que le pasa a la gente que habla mucho, o miente, o inventa. Estudiando música aprendí lo que es la frustración que genera tratar de tener la verdad absoluta”.

Rock, mi forma de ser
Imposible, como periodista, no sonrojarse antes ellos. Son amables, pero agudos. Y cuesta mucho hacerlos hablar de sí mismos. Su actitud campechana y poco afectada no implica una pertenencia a cierto rock chabón, futbolero y esquinero. La tapa de Toba Trance, por ejemplo, está sacada de un libro de grabados holandeses del siglo XIV. Se trata de una reproducción de la Santísima Trinidad (ojo: este principio está en todas las religiones más importantes de nuestro planeta, desde el hinduismo hasta el judaísmo, pasando por los musulmanes y los cristianos, todos adoran una divinidad trinitaria). Pero la referencia no se agota ahí. Los Natas, al igual que Pez durante sus primeros años, son un trío, un power trío. Si el trío es el formato arquetípico de rock, el estilo del grupo es también un estilo rockero arquetípico, mítico: aunque estén alejados de los clichés de la MTV y del rock & roll circus y demás parafernalias, su música es rock, y como rockers beben de todas las fuentes que encuentran, desde Pappo y Vox Dei (últimamente estuvieron tocando con Viticus, del eterno Vitico) hasta grupos como los Hielo Negro (Chile), o los Color Haze (Alemania), Circle (de Finlandia) o los Nebula (EE.UU.). ¿Son los Natas unos melómanos, coleccionistas de discos que devinieron naturalmente en músicos? “¿Sabés que no? –dice CH–. Quizás en algún momento escuchaba más música, pero ahora escucho muy poco, y cosas que ya conozco: Peter Tosh, High on Fire... Tal vez sea porque necesite purificar el oído, pero ahora escucho la radio. La otra vez escuché un tema de Velvet Revolver.”
Acá no hay copia ni oportunismo, más bien un proyecto musical que tiene pasado, presente y futuro. Como si la energía de tantas y tantas horas en la sala de ensayo hubiera generado una mutación evolutiva, el último disco de la banda sorprenderá incluso a los seguidores del grupo por su liviandad. Los temas de Toba Trance están compuestos, casi en su totalidad, por improvisaciones colectivas. Dice Broide: “Siempre improvisamos mucho. No sabemos tocar de otra manera”. Los Natas son muchachos rockeros, metaleros, pero son gente de fe. CH: “Hay una influencia mística si se quiere, pero la hemos cultivado desde el lado más simple, no desde el lado científico sino desde el lado sensorial y del lado mágico, más wicha”. Quizá por eso, su música es inclasificable: Los Natas no tienen, ni siquiera hacia ellos mismos, una imagen definida, una referencia. El contraste entre Corsarionegro (un excelente disco de rock metálico, progresivo y psicodélico, pero metalero del principio a fin) y Toba Trance confirma que el grupo no les tiene miedo a los cambios abruptos. Su música, tal como se puede leer en su gacetilla-prospecto desu último disco, está realizada “sin restricción alguna, con pasajes psicodélicos y música autóctona argentina y del mundo: laúd, didgeridoó, bombos legüeros, charangos, pianos y flautas”. Siempre queda el recurso de la analogía, de las comparaciones que no tienen por qué ser siempre odiosas: si la volatilidad de su sonido 2004, expansivo e hipnótico recuerda a Tangerine Dream (que no son precisamente un grupo de guitarras), la forma de tocar la batería de Walter Broide trae a la mente a Magma, aquel grupo francés progresivo de los ‘60. También puede haber una conexión con Ash Ra Temple, y con el stoner rock, que, internacionalmente, los identificó antes que la prensa local. Pero, de cualquier manera, lo que resulta evidente es que la identidad de Los Natas, a menudo etiquetado como banda de stoner rock, es la de un grupo de rock nacional, influenciado por esa escena, así como también por grupos esenciales para crear climas a la vez pesados y livianos, como Black Sabbath o Hawkind. En este Trance Toba (“nos gusta la música trance”, dicen) la banda fusiona guitarras criollas y bombos legüeros con acoples y sus característicos riffs bombásticos. La búsqueda de Los Natas es menos antropológica que espectral: “La música está re-conectada con la música de acá. Terminó siendo como una danza de indios tobas en trance”.

Flasheando en vivo
Los Natas son unos flasheros: por eso, su música hace flashear a unos cuantos, pero no son un grupo superpopular y Toba Trance es el disco que jamás le regalarías a una hermanita teenager que disfruta con Justin, Britney, o que incluso puede llegar a disfrutar de Babasónicos, quienes invitaron a Los Natas para abrir la presentación de su último disco. Toda la música verdaderamente psicodélica tiene esa contraindicación: atención total e hipnosis profunda (Toba Trance) o aburrimiento total. En las simpática notas de la gacetilla-prospecto, el grupo da un consejo bajo el título de “Contraindicaciones”: “Se aconseja el empleo simultáneo de otras sustancias para acompañar este tratamiento, de lo contrario esto podría causar daños irreversibles”. El público de Los Natas se fue formando muy de a poco, pero todo hace suponer que, como un árbol, su crecimiento es lento, se toma su tiempo, pero puede abarcar varias generaciones. ¿Serán Los Natas los Grateful Dead argenchinos? CH: “Nuestro público se fue haciendo uno a uno. De veinte que nos veían quizás a uno sólo le gustaba. Pero ese volvía. Y esa gente empezó a traer a algún amigo, y ése a otro... Yo creo que logramos que esa gente se sienta reflejada en el alma. Y ahora aprendimos que la idea no es desgarrarlos sino generar algo más complejo y más sutil: recibirlos, generar una catarsis, que reflexionen y que a la vez todo eso termine siendo entretenido”.
Quizá más aún que por sus discos, Los Natas fueron creciendo como fenómeno por sus recitales. Broide: “En definitiva, Natas es un grupo de gente, es la plataforma que nosotros producimos para transmitir nuestras emociones. Y la relación con nuestro público es parte de esa plataforma...”. Hace poco, a esa plataforma se les sumó Roberto Pettinato, admirador del grupo, que los considera “los nuevo Sumo”. El sabrá por qué lo dice, o quizá sólo sea un flash de entusiasmo: son dos grupos muy diferentes entre sí. Para CH: “La gente flashea por que se da cuenta de que no comemos vidrio. A muchos músicos se les va la olla. Hay una estupidez terrible. Creo que de ningún músico dejé de pensar nunca que era un ser humano”. Con todo, alrededor del grupo cada vez pasan más cosas, y, más importante, más gente, más... chicas. “Esa energía es la parte linda”, sonríe CH. “Pero en el lenguaje de Los Natas la palabra fan no existe. La palabra groupie no existe. La palabra corte, tampoco. Hit, no tenemos ninguno, nuestros temas son larguísimos (de hecho, los tres temas del Toba Trance I duran más de 15 minutos cada uno). La frase el año de Los Natas es hilarante. La gente se siente identificada con nosotros, y creo que hay cierto semiparecido. Yen vivo vamos explorando nuestras emociones con la gente, no es que decimos ‘vamos a llevarlos arriba y nos entretenemos un poco con la gente’. No: las reglas del juego se van dando ahí, en el momento.” Broide: “Te lo puedo resumir con que a la gente que nos viene a ver les gusta nuestra música. El concepto es simple: vas a cerrar lo ojos, tener sensaciones, y hay un ambiente bastante peculiar”.
CH: “Creo que nos conectamos todos con la situación. Es como una electricidad. Entramos en la misma vibración, tratamos de generar como un mantra. O sea que la gente tiene que estar abierta a entrar en armonía para que eso se genere. Si cada uno está en su única nota, no puede haber ninguna conexión, ni entre nosotros ni entre el público. En los conciertos hay que lidiar con la energía de un montón de gente. Es una presión enorme y un desgaste increíble, pero está bueno, es parte de la vida misma. Hay una continuidad dentro del grupo. Estamos más grandes, cada vez estamos más concentrados en disfrutar de los recitales, cada vez tenemos más claro que cuanto mejor la pasemos nosotros, mejor la va a pasar el público. La onda es ver qué pasa hoy, cada tema del día es como una foto del día. Es como más interactivo. Nosotros no tratamos de llegar a una verdad absoluta. Buscamos la experiencia”.

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