El karma de venir al sur
Por Mariano Blejman
”Los bancos son un foco de la furia pública; deberían estar atentos a los signos de violencia que puedan suceder cuando visiten instituciones financieras.” La recomendación no surge de un manual de supervivencia en terreno hostil sino de la guía Lonely Planet Worldguide, tal vez la más prestigiosa del mundo en su tipo para viajeros independientes. Y todo, aclarado bajo el explícito subtítulo “Warning: Argentina”. El mundo backpacker –dígase viajero independiente y generalmente gringo de codo estrecho– parece haber puesto los ojos en la Argentina gracias a la caída abrupta de los precios locales. Los mochileros (eso es backpacker, literalmente) evitaron Buenos Aires por años, espantados de una capital con precios a la altura de los de, por ejemplo, París. Ahora llegan conscientes de que inician un tipo particular de turismo aventura. La gran mayoría guarda en sus retinas dos imágenes de TV que dieron la vuelta al mundo. Una: la tarde calurosa del 20 de diciembre, las balas y los muertos. Dos: el carneo espontáneo de una vaca, cerca de Rosario. Eso sí que es Argentina, para ellos. Dos imágenes, dos mil palabras. Quienes les venden los pasajes les recomiendan elegir otro destino o al menos no llegar sin efectivo, los brasileños aconsejan “don’t go there” (en inglés con acento en portugués), los padres les llaman preocupados y les piden: “¡Please don’t go to Plaza de Mayo!” (Por favor, no vayas a Plaza de Mayo).
Sin embargo, el boca a boca está funcionando y, cada vez más, los viajeros que rehúyen de tours organizados y agencias de viajes se animan a pisar el suelo patrio. Primero caminan como estirando el bastón de un ciego que recorre por primera vez una vereda. Después, la perspectiva cambia: apenas patean Buenos Aires, se enteran de que también ¡hay gente blanca!, hombres que siguen yendo a trabajar y una vida parecida a la normal. Aún así, todos han sabido resguardarse bajo el mismo y desafiante lema: Warning, Argentina. El No pasó algunos días entre turistas backpacker’s, y trata de comprender cómo –y qué– observa un viajero en una ciudad demasiado barata como para dejarla, demasiado bizarra como para entenderla y demasiado caótica como para bajar la guardia.
Come here
Cae la noche sobre el microcentro. El irlandés John Kearney, de 30 años, acaba de llegar a Buenos Aires desde Santiago de Chile. “Vengo a ver los monumentos, los museos y la atmósfera de la ciudad”, cuenta. Atmosphere, claro. Hace tres meses que Kearney está viajando por la atmosphere de Latinoamérica. No había pensado en visitar la Argentina porque “mi madre me llamaba a los hospedajes y me decía ‘please don’t go to Argentina. Pero después de hablar con otros travelers, decidí venir igual”. Ahora está parado en la puerta del V & S Hostel, en Viamonte y Esmeralda, pleno centro de Buenos Aires, a punto de salir por unas cervezas. De pronto suena el teléfono. “It’s your mom... (es tu madre)”, le dice Victoria, especie de conserje devenida guía de turismo ad hoc, que atiende y aconseja a los visitantes. John tiene listo un city tour (que incluye Plaza de Mayo) para la mañana siguiente. La Buenos Aires turística, esa que sale en las guías de viajeros, comprende unas cuantas cuadras de la city, el Teatro Colón, la Recoleta, los bosques de Palermo, La Boca, Puerto Madero y sus respectivos monumentos. Los más conocedores llegan hasta la feria de Mataderos, cada domingo a la mañana. “Ok, vamos por las birras”, estrena palabra (birra) el irlandés, luego de haber conversado con su madre. ¿Qué quería ella? “Please don’t go to Plaza de Mayo.”
Buenos Aires de noche y en un día de semana exhibe sus calles céntricas casi vacías. Como primer acercamiento, John el irlandés elige visitar sus bares paisanos de Reconquista y Paraguay. En el grupo espontáneo de gringos en busca de acción nocturna está también Marina Ortega, unaestadounidense de padres mexicanos que habla perfecto español. Sus padres llegaron a EE.UU., cuenta, en los años ‘20. “Ahora leí in the newspaper que los argentinos estaban emigrando hacia Estados Unidos. Creo que está en la naturaleza del hombre querer tener una buena vida. Si yo tuviera un hijo y viviera en la Argentina, probablemente no quisiera quedarme aquí”, confiesa. Marina recién ha llegado de Bariloche, punto inevitable de todo backpacker que se precie de tal. “Lo único que les aconsejaría a los viajeros es que vengan con dólares frescos. Porque, si no, puede ser que no consigan cambio”, dice la mexicana. “No puedo entenderlo. En este país, los bancos cierran durante una semana sin previo aviso. Y los cajeros no dan plata. ¿Cómo hace la gente?” El aviso al resto del grupo surge de una experiencia propia: la semana pasada se quedó sin efectivo ahí en el Sur, y tuvo que viajar hasta Chile para conseguir dinero. Marina no tuvo tiempo de leer la recomendación que ofrece la Lonely Planet: “Si bien la seguridad pública no es un problema, el acceso a su dinero puede serlo”.
Yeah, Yeah, Yeah
Buenos Aires por la mañana. El cartel de ofertas del hospedaje ofrece para el día: BBQ’s (asado), Tangou (tango), Horse riding (paseo a caballo) y City tour (city tour). Ser backpackers o mochilero implica desde temprano: tener el día libre para conocer, mucho tiempo para pensar y debatir sobre “poor countries against rich countries” (países pobres contra países ricos), contar con un buen número de anécdotas y pequeños trucos para comentar con otros viajeros y así quedar como un experto trotamundos. Sobre todo en el desayuno grupal que sucede en los hospedajes de piezas compartidas. Y, sea donde sea, siempre en inglés.
Otra posibilidad es repetir muchas veces “mmm” antes de comenzar cada frase, o “yeah” después de cada respuesta. Esa es la opción que han tomado Ingunn Olsen y Lene Therese Morstad, noruegos recién llegados desde Río de Janeiro. “Mmm... Yo veo que aquí están bastante más organizados que en Río. Pero cuando le comentamos a un taxista brasileño que veníamos para acá, nos dijo: ‘¿A qué van a la Argentina?’. Y a nosotros nos dio un poco de miedo. Sin embargo, aquí la gente es súper polite (amable).” Remitámonos, entonces, al exhaustivo análisis de la Lonely Planet: “A pesar de sus problemas políticos y económicos actuales, la Argentina sigue siendo un destino seguro para los viajeros y, mientras la inflación no se dispare, será relativamente barata”. Dios salve a esta guía.
Sobre media mañana, el grupo de backpackers decide hacer un city tour a pie por el centro. Los “¡Oh, that’s beautiful, wonderful, lovely!” se suceden a montones mientras recorren la peatonal Florida en dirección a Plaza de Mayo. Primero el conjunto se espanta de un grupo de ahorristas que viene a puro martillazo, pero cuando se dan cuenta de que no hacen daño y son mansitos, comienzan a tomarle fotos. Por fin: la crisis, en vivo y en directo. Ahora, el grupo bordea Diagonal Norte y queda con una visión directa del Obelisco. “Aquel monumento en el medio de la Avenida 9 de Julio lo vi en televisión. Aquí hubo manifestaciones”, recuerda Marina, la mexicana. Y luego enfilan hacia Plaza de Maiaiiio, como dice Suzy Turner, que viene de Nueva Zelanda y tiene buena memoria. “Aquí es donde la gente peleaba (they fight here, informa). Lo vi en CNN.” Lonely Planet actualizada, otra vez: “El Estado de sitio declarado en diciembre de 2001 ya fue levantado. Y a pesar de que continúan las protestas, se han limitado a ser pacíficas muchedumbres de clase media que golpean en los potes de basura y las cacerolas”.
Cama y comida
Signo de los tiempos: aparecieron nuevos hostales, casi todos repartidos entre el centro, Congreso, San Telmo y Constitución. Buenos Aires no es mucho más que eso para el turista. Eso y unos paseos en bicicleta que seestán organizando por el Bajo y Costanera. “Si vas a hablar sobre los extranjeros, por favor mencioná que les están robando mucho...” El aviso viene de una atractiva conserje del hotel B & B Frossard, miembro de la cadena Hostels Club, ubicado en Tucumán y Esmeralda. No es que el raterismo sea una novedad. Pero, queda claro, ciertos arbolitos han aumentado su cartera de servicios desde su privilegiado lugar como guardianes del 3 a 1. “Desde hace tres domingos llegan varios gringos que los manchan con un líquido azul. Al parecer, alguien los marca desde el balcón de un edificio y luego, en medio del desconcierto, otra persona se acerca a ayudarlos para que se limpie y siempre terminan robándole algo. También han utilizado la llamada variante mayonesa: uno le tira mayonesa, mientras que otro se acerca ‘solidario’ y terminan sacándole la billetera sin que se dé cuenta.”
El ambiente de los hospedajes para mochileros, como los Youth Hostels o Budget Hotels (en inglés), tiene sus paradojas argentinas. Por un lado ofician de centro de encuentros, consultas y recomendaciones. “Aunque es extraño –vuelve John Kearney, el irlandés–. El hotel donde paro es dos veces más caro que el de Santiago de Chile, pero la comida es más económica. Y se puede tomar una buena botella de vino. Claro, todo es más barato que en Irlanda.” Muchos hospedajes han aprovechado la devaluación para ¿bajar? sus precios: V & S, por ejemplo, antes de diciembre cobraba 16 pesos por día. O sea: 16 dólares. Ahora sólo 11 US dolars, unos 35 pesos. O sea: el doble.
Algo más modesto sucede en otro hospedaje llamado A.A.A.J. (cuyo nombre no es una onomatopeya de lo que produce el estado de su baño) en Brasil al 700. Allí, la noche sólo subió un 50 por ciento en pesos. Y en dólares bajó a un tercio. En el Hostal de San Telmo, en cambio, los precios están muy accesibles. Tan bajos que allí adentro ofrecen viajes a Mendoza por 30 pesos. Increíblemente más baratos que en Retiro.
Las tardes pasan sin demasiado vértigo para quien no tiene ocupaciones planeadas. Ahora, en el hall del Hostal de San Telmo, está sentado Lewis Evans, un periodista canadiense que vino de vacaciones. Lewis reflexiona sobre qué hacer en las próximas horas, mientras amontona en su mesa otra ronda de cervezas bien frías: cada litro de Quilmes le sale 30 centavos, por cierto.
–¿Pensaste en escribir algo sobre la Argentina?
–No –responde lacónico, mientras decide si hará una noche de clases de tango for export, o ir a bailar al Club 69, Puerto Madero o Recoleta. Los hostels están llenos de tiempos muertos para quien no aprovecha el sol, cuando es que hay sol. Durante la mañana, el canadiense recorrió La Boca, mientras que el inglés Steve Hadder, que llegó hace algunos meses y sigue viviendo en el hostal, estuvo buscando trabajo.
–¿Cómo que estás buscando trabajo?
–Sí, estoy intentando trabajar.
–No creo que consigas nada...
–No te creas: soy enfermero psiquiatra. Creo que voy a tener mucho que hacer por aquí.
Lo dice en serio, claro. Lo mismo que su compatriota Patty Partridge, a quien antes de venir le aconsejaban: “Be very careful” (Tené mucho cuidado). Pero ahora reflexiona: “But is not bad. Argentina es un país más europeo de lo que yo esperaba. Pensaba más en Latinoamérica. Más un país del tercer mundo. Pero esto está en el medio”. ¿Medio lleno o medio vacío? Consultados durante varios días, todos los backpackers contestaron de igual modo ante la misma pregunta:
–¿Cambió tu percepción de la Argentina desde que llegaste?
–Completamente (completely changed). –La CNN no es objetiva –concluye Alexander Christie, inglés de nacimiento, luego de recordar por enésima vez la escena de aquella solitaria vaca rosarina.
Mientras la tarde cae, desde una esquina de la sala del Hostal San Telmo, se escucha un viajero que interpela al cronista en un inglés con acento: “¿Quiere saber qué venimos a ver? Cuestiones comunes: carne y mujeres, son nuestra principal atracción. Mucha gente nos dice: ‘Tenga cuidado, no ande por ahí’. Es posible que algo pase, pero generalmente no pasa nada”. Quien habla se llama Eduardo Otero y si bien ha usado el inglés, es español y estudia marketing en Inglaterra. Otero parece embalado y sigue hablando en inglés para que otros lo entiendan: “Yo creo que la culpa de lo que sucede aquí es de ustedes. No es nuestra, ni del FMI, ni del Banco Mundial. Es de ustedes (It’s your fault)”, desafía. “Tienen recursos naturales preciosos, que no utilizan debidamente”. Ok. “Un saludo a tus amigos de Telefónica”, dice alguien desde el otro rincón de la sala. El interlocutor fastidiado se llama Diego, pero no es argentino sino chileno. También es mochilero y aprovechó esta caída en picada a la argentina, para cruzar la cordillera sin tanto esfuerzo y pasear por Buenos Aires durante varios días. Ahora, como a muchos viajeros vecinos, el tiempo no lo apremia. Pero no oculta su fastidio al escuchar al español. La guía viajera, casi un oráculo, no deja dudas sobre el espíritu del conflicto argentino: “La rabia de la gente está dirigida hacia su gobierno, no hacia los extranjeros. Los pequeños comerciantes son hospitalarios con aquellos que vienen a comprar. Sin embargo, los viajeros deberían mantener la precaución, evitando grandes reuniones que podrían tornarse violentas”.
Los días pasan extraños en la ciudad, si se mira con ojos extranjeros. ¿Podría alguien entender la Argentina si sólo la vio por CNN? Mejor venir y probarla. “Esta ciudad nació mirando a Europa y ahora no quiere enterarse de que ha llegado el tiempo de ser Latinoamérica”, concluye Marina, la mexicana. Y se va caminando por Florida, en busca de un paseo aventura.