Jueves, 11 de octubre de 2007 | Hoy
ARBOLITO PLANTA BANDERAS, Y SALE A LA RUTA
Agrupación emblemática de la defensa de las culturas aborígenes (y de muchas otras cosas), acaba de editar Cuando salga el sol por primera vez con una multinacional. “La conquista fue el primer genocidio perpetrado en suelo americano”, dicen sin medias tintas sobre el 12 de octubre.
Por Mario Yannoulas
”Somos ahora los guardianes de la tierra, la rebeldía de nuestros antepasados nos marca el camino. No acallarán los ríos las malditas represas, no asesinarán las montañas para extraer el oro, no envenenará la tierra el fluido negro de la muerte. El pueblo mapuche vive y está en pie de guerra.” En Cuando salga el sol, el flamante disco de Arbolito, figura transcripto este texto de Moira Millán, defensora de una comunidad chubutense. Mañana se conmemorará un nuevo aniversario de aquel 12 de octubre de 1492, cuando tres famosas carabelas desembarcaron en América creyendo haber encontrado “indios” por estas orillas. No se trataba de indios, mucho menos de un simple “choque de culturas”, sino —como lo define Pedro Borgobello (clarinete y sikus de Arbolito)— “del primer genocidio perpetrado en suelo americano”.
Desde entonces ocurrió un sistemático avance sobre la moral de los pueblos originarios, empezando por las matanzas, las conquistas de desiertos —¿cómo se conquista un desierto?— y la expropiación de espacios. “Se trata de tierras milenarias, lugares sagrados, y los quieren echar porque son muy valiosas por el agua, la minería a cielo abierto, el turismo. El año pasado estuvimos en una reunión de comunidades mapuches en el lago Puelo, que trataba el tema de los desalojos. Eran un par de representantes por comunidad, no activistas, ni militantes, sino gente a la que le quieren quitar su lugar y está en inferioridad de condiciones, porque vienen monstruos como Benetton o Tinelli. A diferencia de la cultura occidental, ellos viven en armonía con la naturaleza; la mapuche es una cultura que tiene 14 mil años, y hay mucho para aprender de eso”, explica Pedro.
La salida del nuevo disco de Arbolito, el cuarto de estudio, es una excelente excusa para este día. Es historia conocida que su nombre está inspirado en un relato verídico del periodista y escritor Osvaldo Bayer, quien en su libro Rebeldía y esperanza contó la historia de Arbolito, un indio ranquel que en 1826 consumó su venganza decapitando al coronel Rauch, un oficial prusiano contratado por Bernardino Rivadavia para eliminar a su comunidad de las tierras pampeanas. De una temprana conexión con Bayer, mentor elegido y obligado, a giras hippies autogestionadas a bordo de un micro Scania, algunas crónicas de lo anacrónico tomadas de esas giras, y fusión de rock, folklore y algo más, con letras combativas, protestonas. “En Arbolito, el tema de los pueblos originarios siempre estuvo, y no sólo para cuando llega el Día de la Raza. En el disco hay temas que tratan de cómo están viviendo estos pueblos” (Niña mapuche, Saya de yuyo), apunta Pedro. No se llegó a concretar un proyecto junto con Bayer —a quien le dedican el último tema del disco, Osvaldo, y él todavía no lo sabe—, en el que planeaban un evento junto al porteño monumento a Julio Argentino Roca, uno de los artífices más grandes del exterminio aborigen en el país. Pedro aclara: “Ya lo hicimos otras veces, con Osvaldo, grupos de pueblos originarios y otras bandas también. Este año también íbamos a ir a Rojas, para festejar que iban a cambiar el nombre de la calle Roca por el de Pueblos Originarios. No se hizo porque los legisladores no terminaron de dar la resolución”.
La situación se transfigura. Desaparecen de la escena las montañas, el verde y las terrazas de cultivo; se imponen la cancha de Huracán y un viejo almacén de barrio. Afuera persisten el gris de la ciudad, tan repugnante y encantador, el olor a combustible que rocían los camiones y, allá arriba, un gran entramado de nubes. Un muchacho irrumpe en el local. Tiene un buzo amarillo patito y una gorra azul muy gastada, casi grisácea. Su cara está agrietada y tiene barba de dos días. Se lo ve cansado. Pide un energizante. Cuenta que necesita levantar, que está en la obra desde las cinco de la mañana y todavía tiene hasta las 9 de la noche. En el auricular, la voz de Ezequiel Jusid (guitarra y voz) entona mensajes acorde. Puede ser Sobran, La recuperada o La costumbre. El contexto aporta coherencia para una nota con ellos. Ahí están Pedro, Ezequiel, Agustín Ronconi (charango y quena), y más tarde el baterista Diego Fariza. Quieren contar injusticias, pero también hablar de música y de que están cumpliendo diez años como grupo.
Ezequiel: —Ahora se nos complica salir, porque somos más que al principio y se dificulta movilizar toda esta estructura. No tenemos sponsors que nos ayuden económicamente y cuando vamos a algún lugar queremos asegurarnos de que todo esté bien, de que el sonido realmente suene. En general partimos con alguna fecha pautada a la que le apuntamos todos los cañones, y desde ahí vemos hacia dónde movernos.
Agustín: —En el interior hay otra cultura respecto de la diversión. Ahí se puede juntar todo el mundo en un baile, los viejos, los chicos. La gente puede tomarse un vino, escuchar todo tipo de música, bailar y pasarla bien hasta cualquier hora y sin ningún problema. No tienen que vaciar el lugar a las dos de la mañana. Acá en Buenos Aires hay muchas más restricciones para eso.
Ezequiel: —Acá salen shows más rockeros, por la misma gente.
Pedro: —Pasa que es como el dicho: “Dios está en todos lados, pero atiende acá”. En Capital tenés otras posibilidades. Conocemos a muchos músicos del interior recontra grossos, pero que no los conoce nadie más porque viven en lugares donde las redes de difusión prácticamente no llegan.
Agustín: —En los lugares en donde la música está viva, cualquiera se puede plantar a tocar y romperla. En las provincias pueden armar un festival de rock, pero incluir a gente que toque chacareras, que seguramente le va a ir muy bien. Y si dentro de uno de estos festivales de rock que se hacen acá metieran a algún folklorista grosso, es muy probable que también les rompa la cabeza a los pibes.
Pedro: —En el interior también se escucha mucho rock, que de alguna manera se terminó convirtiendo en parte del folklore de este país. En definitiva, es música del pueblo, como el tango.
Agustín: —Sí, sobre todo en materia de sonido. Es muy bueno escuchar a Arbolito sonando así en un disco.
Pedro: —Fue la primera vez que entramos a un estudio a grabar y no tuvimos que estar detrás de una computadora. Era entrar y tocar, nada más.
Ezequiel: —Y la importancia de tener un productor como Dani Buira (ex batero de Los Piojos, ahora director de La Chilinga), las voces de dos fenómenos del folklore como Peteco Carabajal y Liliana Herrero, la de nuestra maestra Verónica Condomí (quien en 2000 tuvo otra incursión folklo-rockera cuando cantó Vientito del Tucumán junto a Ricardo Mollo en un Luna Park), o a Tito Fargo (ex Redondos, actual Gran Martell) asesorando en la técnica de las guitarras.
La sala de los Arbolito queda detrás de una puerta de madera que no se muestra muy sólida, y bajando unas escaleras, también de madera. Allá abajo tienen todo dispuesto. El percusionista Sebastián “Chino” Demestri juega con su hija, intercalando al dinosaurio Barney con el bombo legüero. Cuelgan algunas banderas, y apartada en un rincón sobrevive media botella de licor marca Mariposa. Un cajón peruano hace las veces de asiento. “Aquel 12 de octubre fue el último día de libertad en América, el comienzo de la gran barbarie. Pero nuestro folklore también tiene gran parte de lo que se trajo de España, como la guitarra y el charango. A su vez, la música andina tiene una enorme raíz en la expresión de los pueblos originarios. Es una mezcla particular”, subraya Pedro.
Ezequiel: —Principalmente, por una cuestión de difusión. Si bien la música de Arbolito siempre se transmitió más en el vivo, hay muchos lugares a donde no fuimos, o donde nuestros discos jamás llegaron.
Agustín: —Necesitábamos dar ese paso. Ya tenemos diez años encima como banda, entonces no sentimos que si esto no funciona todo se va a desvanecer, como esos grupos que salen como prefabricados y que terminan siendo pasajeros.
Pedro: —Esa base de trabajo nos permitió negociar desde otro lugar y llegar a un trato que realmente nos convenciera. Esencialmente, no cambió demasiado nuestra forma de trabajo. Nosotros presentamos un material en la compañía, que lo aceptó tal cual.
Agustín: —Va a ser raro escuchar un tema nuestro por la radio, o que hablen de nosotros personas que nunca se acercaron.
Agustín: —El no quedarse con una forma de hacer, el estar dispuesto a escuchar cosas nuevas o distintas. En cualquier ámbito, cuando alguien llega y dice: “Esto se hace así”, se acabó el arte. Eso pasa mucho en el rock, pero también en el folklore. A veces miro Folclorísimo y me da vergüenza: gente que elige mostrar determinado formato, tocar determinada canción y de una forma cuadrada, como salida de un molde, para que la convoquen a festivales. Es como una gran vidriera.
Ezequiel: —Ponés radios de rock y no podés creer que estén pasando esos temas, que además son siempre los mismos.
Ezequiel: —Muy poco. Teniendo en cuenta las cosas que pasan desde hace tanto tiempo, el rock realmente no dice todo lo que podía decir, más desde el lugar en el que está, desde donde puede dar un buen mensaje a tantas cabezas jóvenes.
Diego: —Gran parte del folklore se la pasa hablando de los pajaritos, y otro tanto del rock habla nada más que de la falopa. El sistema prácticamente lo copa todo, pero hay un lugar adonde no puede llegar, y es a la propia creatividad del artista, lo que le sale de adentro.
Agustín: —Creo que la gente se da cuenta de cuándo se trata de un simple producto, y de cuándo es algo genuino que el sistema simplemente encontró ya hecho y buscó comercializar.
Diego: —Hay muchos aspectos en los que está demostrado que este sistema tiene problemas. Y en el rock eso impacta también. Por ejemplo, mirá lo que pasa ahora con el regreso de Soda Stereo. Es bárbaro que se junten, los felicito y espero que hagan cosas nuevas porque la tienen muy clara, y eso que yo soy re-ricotero. Pero es como tratar de volver a los ‘80, cuando ese megaevento quizás está tapando el trabajo de muchas otras bandas nuevas, que así no pueden despegar. Eso te habla de que hay un problema: debería ser una opción más, no lo único.
Ezequiel: —En la Escuela de Música Popular de Avellaneda aprendimos mucho de folklore, de ahí tomamos una base importante. Nos criamos con el rock de los ‘70: Led Zeppelin, Jethro Tull. Y después apareció Marley.
Agustín: —Los Jethro también eran divulgadores de su propio folklore, de sus raíces celtas. En Cuando salga el sol, el tema Chacarera de las cloacas es una especie de homenaje encubierto a ellos.
Ezequiel: —Incluso en los ‘60 ya tenías a los Stones y a los Beatles. Eran épocas en las que se experimentaba con la música, donde las canciones no se amoldaban a una estructura de tres minutos como ahora.
* Arbolito festeja sus diez años el sábado 10 noviembre en el Anfiteatro Griego de Costanera Sur. A las 18
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